España tiene un problema de baja productividad, pero hasta ahora las miradas se dirigían sobre todo a la escasa cualificación de los trabajadores y al peso de los sectores de menor valor añadido en la economía española. Sin embargo, un informe de la Fundación BBVA en colaboración con el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) arroja una nueva luz: la concentración de inversiones en el ladrillo previas a la crisis, de difícil aprovechamiento y muy depreciadas a día de hoy, ha generado un peso muerto en los balances de las empresas españolas. Esta digestión lastra la productividad, una vez que el factor trabajo ya ha cumplido su penitencia con los ajustes de plantilla de los últimos años. La consecuencia es que, mientras que esas inversiones erróneas se disuelven o se rentabilizan, el margen que queda para no penalizar aún más la productividad pasa por empezar a invertir mejor y seguir conteniendo las rentas.

El informe, titulado Acumulación y productividad del capital en España y sus comunidades autónomas en el siglo XXI, precisa que si el PIB español ha crecido un 74,4% desde 1980, a un ritmo de 2,2% al año, no es porque el país se haya hecho más eficiente, sino porque se ha invertido más en fuerza laboral y en capital. Dicho de otro modo, ha sido un incremento cuantitativo, no cualitativo. Y es que, la productividad real de estos factores se ha reducido, en cambio, un 0,2% en esos años.

Por ello, la productividad total de la suma de los trabajadores y el rendimiento de las inversiones españolas se sitúa, por ejemplo, un 44% por debajo de la de EE.UU. Pero poniendo una lupa se observa que, mientras que la productividad del trabajo ha crecido un 33% en las últimas tres décadas, la de las inversiones materiales e inmateriales ha caído un 45%, de forma que, ya después del año 2000, un 60% de este déficit se concentra por el lado del capital y un 40%, del trabajo.

  • Comparativa de las tasas de crecimiento

La razón es muy simple: mientras que antes del año 2000 la productividad de los trabajadores lastraba la economía española, una vez estrenado el siglo XXI, la voraz inversión de las empresas en el 'ladrillo'motivó, en parte, una acumulación de 'stock' de activos inmobiliarios que, con el estallido de la crisis y la caída de la actividad, se han vuelto improductivos y se han depreciado drásticamente.

Y no habla el informe únicamente de vivienda. La inversión residencial ha perdido peso en casi 10 puntos porcentuales desde el inicio de la crisis, pero el 85% del 'stock' de capital sigue siendo inmobiliario, puesto que incluye también naves industriales, locales comerciales y otras construcciones. En palabras del director de Investigación del IVIE, Francisco Pérez, "la orientación de las inversiones españolas ha sido manifiestamente mejorable".

Además, el informe hace una apreciación reveladora en este punto: "En estas circunstancias, las elevadas dotaciones de capital por trabajador en España son engañosas, porque una parte de las mismas no aporta valor, aunque aparezca en los balances, debido a la dificultad de las empresas de reconocer las pérdidas que representaría retirarlas". Ahora bien, si una empresa no puede deshacerse fácilmente de sus propiedades, sí lo puede hacer de sus activos "alquilados", es decir, de sus trabajadores. En este sentido, Pérez afirma que, al haberse producido durante la crisis una caída muy brusca de la actividad en un contexto de escasa flexibilidad laboral, las empresas optaron por aligerar peso por el lado de las plantillas y de los salarios.

*Comparativa de los niveles de productividad

Una larga digestión

Una característica de este tipo de inversiones inmobiliarias es que son duraderas, con lo que generan exceso de capacidad y escasa productividad. El resto es una efecto en cadena: sin productividad es difícil que una empresa crezca, se especialice en actividades de alto contenido tecnológico e invierta en equipos de dirección profesionales y formados. Una foto fija que es la antítesis de empresas con perspectivas de crecimiento y de salarios al alza. Es decir, que el proceso, aunque atenuado, continúa.

No es casualidad por ello que, por ejemplo, la patronal CEOE-Cepyme haya planteado en las negociaciones salariales para 2017 que mantiene con los sindicatos una subida de salarios entre el 1% y el 2%, con un margen hasta el 2,5% en función, entre otros factores, de la evolución de la productividad.  Además, las comunidades autónomas que logran sacar mayor rendimiento a su fuerza productiva, como Madrid o el País Vasco, se sitúan a la cabeza en los ranking de renta per cápita.

El rumbo empieza a corregirse

Sin embargo, España ha aprendido a reaccionar con la crisis y, a partir de 2013, la inversión en maquinaria supera ya la centrada en vivienda, cuyo peso sobre el PIB ha caído un 50%. Al mismo tiempo, la inversión se está desplazando hacia actividades profesionales, las telecomunicaciones y las tecnologías de la información. La inversión industria, la que más crece, supera un 20% los niveles que presentaba antes de la crisis.

Con todo, este cambio de rumbo aún es insuficiente (también hay que seguir ganando productividad por el lado del empleo, con mayor formación). La inversión en activos inmateriales, más productivos, sobre el PIB, pasó del 2% al 2,8% en España entre el 2008 y 2016. Esta cifra es aún muy inferior respecto a países desarrollados como Suecia (6,3%), Francia (5%), EE.UU (5%), Finlancia (4,9%), Dinamarca (4,9%) o Reino Unido (3,7%).

El investigador del IVIE, Lorenzo Serrano, advierte de que "va a ser necesario un tiempo prolongado para que el cambio de patrón productivo sea visible puesto que hay un gran 'stock' inmobiliario acumulado". Tal vez mayores subidas salariales tendrán que esperar también.