Las patatas fritas tienen un efecto muy particular sobre el cerebro. El sistema de recompensa se desequilibra y toma tintes compulsivos. Lo hace con más intensidad que los demás alimentos grasos. Quizá sea un cóctel del sonido crujiente, potenciadores de sabor y aromas añadidos. En cualquier caso, es un misterio neurocientífico que la industria aprovecha muy bien.