La tan necesaria y tan deseable reforma de la Constitución va para muy largo y no es imaginable que se aborde en esta legislatura, que nace con un sello indeleble que dice así: sin el PSOE, el Gobierno no puede hacer casi nada, y contra el PSOE, nada en absoluto. La conclusión es que lo que el Ejecutivo podría hacer en riguroso solitario formaría parte de lo irrelevante, así que no merece la pena ni siquiera mencionarlo.

La reforma de la Constitución está en el frontispicio de las medidas que de ninguna manera se podrán abordar sin, por lo menos, el concurso del PSOE, aunque su hipotética colaboración resultara claramente insuficiente por más que un acuerdo, ahora mismo improbable, entre PP, PSOE, Ciudadanos y Coalición Canaria sumara 255 diputados. Pero esa aplastante mayoría no sería bastante por la evidente razón de que enfrente tendría a 100 diputados oponiéndose con fiereza a esa reforma. Y el nuevo redactado se convertiría entonces en lo que la Constitución de 1978 consiguió evitar por primera vez en la Historia de España: ser un texto que una parte de la Cámara impone a la otra. Con la particularidad de que quienes se opondrían a cualquier actualización constitucional lo harían porque lo que buscan en realidad es cargarse la Constitución por entero, destruirla.

El proceso está desde ahora mismo plagado de obstáculos, la mayor parte de ellos provenientes del PSOE

Ésa es nuestra realidad a día de hoy. También es verdad que los partidos constitucionalistas podrían ponerse de acuerdo en abordar la actualización de nuestra Carta Magna e ignorar el frente destructor que se alzara ante ellos y los inconvenientes que esa realidad conllevaría. Pero aun así el proceso está desde ahora mismo plagado de obstáculos, la mayor parte de ellos provenientes del PSOE.

Porque, primera pregunta: ¿Qué Partido Socialista va a salir victorioso del enfrentamiento de fondo que hay abierto en su seno? Porque no es lo mismo acordar una reforma que pudiera incluir una estructura federal -aunque en la España de las autonomías eso supondría un retroceso sobre algunas de las potestades que están ejerciendo algunas de las comunidades autónomas- que pactar un esquema como el que confesó el domingo pasado un imprudente y desatado Pedro Sánchez, que incluye el reconocimiento de que España es una "nación de naciones", un principio defendido por los nacionalistas que abrirían la puerta a reclamar a continuación y sin respiro que sus respectivas "naciones" fueran reconocidas como Estados ante la comunidad internacional. Con lo cual de esta España que aún conocemos y disfrutamos no quedarían ni las raspas. Encontrar respuesta clara a la pregunta formulada al comienzo de este párrafo es imprescindible para abordar cualquier intento de reforma constitucional. Hay que saber con quién se juega uno el patrimonio.

En todos los países civilizados, cuando se toca la Constitución para adecuarla al nuevo tiempo, se hace con un cuidado extremo

En todos los países civilizados, cuando se decide tocar la Constitución para adecuarla a las necesidades del nuevo tiempo, se hace con un cuidado extremo, con el acuerdo básico de las fuerzas políticas vivas y ante la conformidad general de la población. O, por lo menos, ante su indiferencia. En España ese escenario es a día de hoy inimaginable, tanto más cuanto que el segundo partido hasta hace poco destinado a ser alternativa de gobierno está disputando en estos momentos nada menos que el modelo de partido. En otras palabras: qué y quién quiere ser de aquí en adelante. La entrevista de Sánchez del domingo pasado fue en ese sentido extraordinariamente ilustrativa. El PSOE que quiere imponer el ya ex secretario general si consigue salir adelante en su intento, está en las antípodas del partido que conocimos hasta hoy, del que contribuyó decisivamente a alumbrar la Constitución de 1978 y del que la ha venido defendiendo con mayor o peor fortuna en los últimos años. Y antes de sentarnos a esa mesa tenemos lo españoles que saber con certeza si es el vencedor o ha sido derrotado.

Tiene razón Ciudadanos en que la Constitución española necesita ser remozada, pero hay que encontrar el momento en el que se tenga la garantía de que al abrir esa puerta no se cuele un vendaval que se lleve por delante todo el mobiliario. Y ese riesgo existe en este momento de un modo muy claro. Por eso, primero hay que esperar a que el PSOE recupere el equilibrio y asiente de nuevo su identidad política. Y eso llevará un tiempo. Después habrá que constatar que la legislatura marcha con un cierto mínimo sosiego que haga posible adentrarse en el terreno incierto que es siempre abrir un cuerpo constitucional para intervenir quirúrgicamente en su interior. Mientras esas dos garantías no estén perfectamente constatadas, mejor no moverse ni un milímetro.

Puede, eso sí, constituirse una comisión de estudios en el Congreso para que sus señorías vayan adelantando sus posiciones. Ahí, en ese laboratorio de ideas, podríamos observar en su versión más reducida la dimensión de la tormenta que se desataría desde el primer momento. Con esa prueba, que necesitaría a su vez mucho tiempo y mucho sosiego, comprobaríamos si la reforma constitucional está madura para echarla a andar de verdad. Pero hasta para constituir esa comisión es imprescindible que el PSOE haya sacado definitivamente la cabeza de debajo del agua, que es donde la tiene ahora mismo. Mientras tanto, que nadie se mueva.