No puede decirse que el anuncio de Mariano Rajoy de su intención de presentar por cuarta vez  su candidatura para presidir el Partido Popular haya sido una sorpresa para nadie. Lo que sucede es que ese anuncio se produce un día después de que el centro derecha francés haya elegido en primera vuelta entre siete aspirantes ¡siete! al que disputará la presidencia de la República al socialista François Hollande. Y, claro, la comparación con el panorama político español nos deja en cueros y enfrentados a nuestra propia pobreza, a nuestra mediocridad.

Pero aquí contamos con lo que contamos y este es el escenario en que se van a producir los acontecimientos políticos en España. Y, partiendo de ahí, hay que decir que Mariano Rajoy no tiene otra alternativa. Primero, porque el Congreso del PP se va a celebrar dentro de dos meses y medio, tiempo del todo insuficiente para preparar la salida de un candidato que le pudiera disputar el liderazgo a un señor que ha conseguido, a pesar de todas las tormentas que  su partido ha atravesado, y va todavía a atravesar, que el PP haya ganado por dos veces las elecciones y tenga en los sondeos una previsión creciente del voto ciudadano. No hay ningún motivo para que un partido que está en el poder y que se ve cada vez más acunado por el apoyo del electorado decida liarse la manta a la cabeza y cambiar de líder. Esos procesos se producen siempre cuando los partidos están fuera del poder y buscan hacer cambios para recuperarlo. Por lo tanto, la candidatura de Rajoy estaba desde hace mucho tiempo en el guión y a nadie se le habría ocurrido pensar que en este preciso y complicadísimo momento anunciara su retirada.

Segundo, porque las circunstancias que vive el país reclaman mantener a toda costa la unidad de un  partido que tiene, a pesar de eso, muchos agujeros que tapar y muchas renovaciones a fondo que acometer. Pero lo que nos faltaba ahora es que el partido que sustenta a un Gobierno en precaria minoría se abriera en canal y nos ofreciera el espectáculo habitual de cualquier Congreso cuando lo que se disputa es el liderazgo de la formación.  Si eso se produjera, que no se va a producir, el Gobierno pagaría inmediatamente los platos rotos en el partido.  Por eso, y aunque el PP tiene necesariamente que renovar su equipo directivo y  rejuvenecer sus liderazgos y su mensaje -aunque no en las cuestiones básicas como la unidad de España o la soberanía encarnada por todos los españoles- habrá de buscar un momento más propicio que el que ahora nos ocupa para abrir en canal al partido y procurar un renacer renovado.

La convocatoria de febrero va a cumplir el trámite y va a introducir unas novedades más de manicura que de cirugía estética y de cambio de imagen. En esa línea está la candidatura de Rajoy. Habrá que esperar al siguiente Congreso para saber quién sustituye al líder. Ahora no era el momento. De hecho, era una hipótesis imposible.