José María Aznar no tenía otra salida si quería salvar su honor, lo cual significa mantener intactas sus opiniones sin ocultarlas detrás de un silencio que en la celebración del próximo Congreso del PP hubiera resultado imposible de conservar sin provocar un auténtico escándalo. Pero mantener su honor y el respeto por sí mismo significa también no disfrazar las propias opiniones y expresar otras en las que uno no cree por el simple motivo de no ofender a los interlocutores. Y una  de esas dos cosas habría tenido que hacer Aznar cuando hubiera tenido que actuar como presidente de honor del Partido Popular en la convocatoria congresual del próximo mes de febrero. Por eso resultaba imposible prolongar una situación que estaba rota desde hace años y que se hubiera manifestado plásticamente en toda su crudeza en el transcurso de ese Congreso.

Considera que el partido está destrozado por dentro porque no hay una estrategia de cohesión para fortalecer los vínculos

Digamos ya abiertamente lo que todo el mundo sabe pero se menciona poco o nada dentro del PP: Aznar está en radical desacuerdo con la política que lleva a cabo Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y aun como presidente del PP. Considera que el partido está destrozado por dentro porque no se ha llevado a cabo una estrategia interna que cohesionara y fortaleciera los vínculos íntimos de la formación y cree que se mantiene unida solamente por el poder, que siempre ha sido una fuerza de cohesión insuperable pero desgraciadamente transitoria. La conclusión inmediata es que él considera probablemente que en el caso de que su partido -porque sigue siendo militante del PP- perdiera el Gobierno, lo cual ha estado a punto de suceder en los últimos meses, éste se desharía como la arcilla mojada. Estas son algunas de las cosas que no podría decir en ese Congreso.

Tampoco podría decir que, si los dirigentes de un Gobierno apoyado por su partido se pasan meses prometiendo que van a bajar los impuestos, no es admisible que se apresuren a anunciar su subida en cuanto vuelven a tomar posesión de Gobierno. Ni que no es tolerable que quien encabezó, con motivo de la aprobación del nuevo Estatuto de Cataluña, el movimiento de recogida de firmas en favor de la unidad de España y sumó nada menos que el apoyo a esa campaña de más de cuatro millones de españoles, diga ahora que aquello fue un error sin darle una explicación suficiente y satisfactoria a esos cuatro millones de ciudadanos que acudieron a respaldar la convocatoria de ese partido. Ni que, en aras de la nueva política de amabilidad, la misma dirigente política asuma ahora, a partes iguales con el PSOE, el "error" de no haberse puesto de acuerdo en la negociación del Estatuto de Cataluña y no haga ni una sola mención al profundamente antidemocrático Pacto del Tinell según el cual el Partido Socialista se comprometió por escrito a no pactar en ningún caso nada con el Partido Popular en ningún ámbito de la vida política española.

Piensa que los dirigentes del PP han renunciado a un discurso político y han desertado de su obligación como líderes nacionales

Ésas son algunas de las cosas que Aznar piensa, pero piensa otras más. Por ejemplo, que los dirigentes de su partido han renunciado culpablemente a armar un discurso político sólido y defendible que convoque a los españoles a una tarea común. Es decir, que han desertado de su obligación como líderes nacionales.

Es evidente que ninguna de estas consideraciones agradan a la nueva dirección del PP. Es más, esas opiniones indignan y desasosiegan a sus dirigentes, que hace mucho tiempo que no tienen el menor deseo de echarse a la cara al hasta hoy presidente de honor. Mucho menos de darle la palabra -cosa que sería obligada- durante el desarrollo del Congreso. Y pudiera haber sucedido lo que ocurrió hace ahora un año, tras las elecciones del diciembre de 2015, cuando se reunió el Comité Ejecutivo del partido y el presidente de honor fue sentado en una esquina: ninguno de los presentes deseaba darle la relevancia que en puridad le hubiera correspondido, pero lo que fuera a decir o había dicho ya a propósito de los resultados -el PP perdió de golpe 63 escaños, pasó de 186 a 123- no resultaba ni cómodo ni oportuno a quienes tenían la obligación de seguir tirando del carro aunque las ruedas se hubieran puesto cuadradas.

En definitiva, que al PP le sobraba Aznar y que a Aznar no le sobraba el PP pero sí le sobraban sus dirigentes. La ruptura era inevitable.  A partir de ahora, ambas partes se sentirán aliviadas y libres aunque ninguna de las dos reconozca que llevará para siempre la herida de la añoranza de unos tiempos que fueron brillantes y en los que reinó, dentro lo que puede reinar esa cualidad en cualquier partido, la concordia.