Felipe VI hace unos discursos siempre ligeros de retórica y de eufemismos. El de anoche, con motivo de la Navidad, confirmó lo que ya es una costumbre. El Rey habló claramente de las desigualdades sociales que han quedado ahí varadas tras la superación de la crisis económica y ha hecho un llamamiento claro y contundente a que no sólo las autoridades, aunque ellas en primerísimo lugar, sino toda la ciudadanía sea consciente de que este es uno de los graves problemas que España tiene hoy planteados y ha apelado a la colaboración de todos para revertir una situación que no puede mantenerse en justicia por más tiempo.

Pero el Rey habló ayer también de política, del año surrealista que hemos pasado y felizmente superado pero cuyo mantenimiento no está ni mucho menos asegurado. Y ahí Felipe VI apeló a la responsabilidad de los partidos para, sin decirlo en estos términos tan claros, que la legislatura pueda durar los cuatro años y haya un clima de colaboración entre las formaciones políticas que permita abordar con éxito los varios problemas que España tiene por delante.

El Rey reiteró cuáles son los principios sobre los que se asienta un Estado de Derecho, y uno de ellos, que formuló con toda claridad, es el respeto a las leyes y su cumplimiento

Uno de ellos la Educación, a la que se refirió con especial concreción e intensidad y de la que destacó lo que ya todos sabemos pero que las disputas entre partidos parecen despreciar o directamente ignorar: el hecho de que sin una buena Educación las presentes generaciones de jóvenes, y no digamos ya las futuras si no se aborda y resuelve el problema pronto, no estarán en condiciones de afrontar con éxito ni de contribuir al desarrollo del mundo nuevo que ya está instalado entre nosotros. De todos modos, nos convocó al optimismo fundamentado en el esfuerzo. El Rey cree de verdad en España y en su potencialidad de futuro y así lo dijo claramente.

Y, por supuesto, habló de Cataluña. No la mencionó pero no hacía falta. El Rey reiteró cuáles son los principios sobre los que se asienta un Estado de Derecho como es la democracia española y uno de ellos, que el Rey formuló con toda claridad, es el respeto a las leyes y su cumplimiento. Volvió  a decir a los independentistas que desobedeciendo las leyes están recorriendo un camino que lleva a ninguna parte e hizo, naturalmente, una apelación sincera recuperar el diálogo para buscar los puntos de encuentro que permitan a España  seguir caminando por la vía del progreso económico pero también del desarrollo político.

En definitiva, un discurso correcto, oportuno, claro en los mensajes, bien  formulado, sin adornos innecesarios y con ese plus de sinceridad que el Rey Felipe VI imprime siempre a sus palabras y que convierte todas sus intervenciones en algo que llega con facilidad a sus interlocutores, que son todos los españoles, y que resulta sumamente convincente.