Dice Eduardo Madina que en la cultura del PSOE no es el líder quien marca el camino y todo el partido le sigue, sino que es el partido quien marca la dirección que hay que seguir y el líder y su equipo directivo quienes se limitan a poner la cara y la voz al proyecto diseñado por el partido.

Esa es una descripción tendente a beatífica de la realidad, no sólo del PSOE sino de todos los partidos españoles, donde la personalidad del líder pesa de una manera determinante en la orientación de su partido. Y por lo que se refiere al PSOE no hay más que recordar el XXVIII Congreso, en mayo de 1979, en el que un joven Felipe González renunció a seguir ocupando la secretaría general porque los delegados habían aprobado mantener el marxismo como referente ideológico y guía de acción política de los socialistas en el inmediato futuro, mención que había sido incorporada por primera vez en la historia del partido en el anterior Congreso. Esto fue en mayo. Cuatro meses más tarde, en septiembre, se celebró un congreso extraordinario en el que los obedientes delegados recogieron velas y la referencia marxista desapareció como ideología básica del pensamiento socialista, lo cual hizo posible que Felipe González retomara, con mayores poderes, la dirección del PSOE.

Pero es que, además, en el caso que nos ocupa, las primarias para elegir a su nuevo secretario general se celebrarán un mes antes de que tenga lugar el Congreso, con lo cual el documento político que se apruebe después de ser discutido por los delegados tendrá que tener muy en cuenta la personalidad y la posición ideológica del nuevo líder. En ese sentido, dado que Eduardo Madina está, aunque él no lo quiera decir todavía, entre los que apoyan a  Susana Díaz como candidata a la secretaría general del PSOE, es de suponer que el proyecto de ponencia que salga de las manos del equipo formado para ello tendrá unos perfiles asumibles cómodamente por la presidenta de la Junta de Andalucía. Otra cosa es cómo le vaya a sentar este traje de proyecto teórico de partido a los otros dos candidatos si alguno de ellos logra ganar esas primarias.

La impresión compartida por muchos de los dirigentes socialistas que hoy tienen poder es que Pedro Sánchez no va a ganar de ninguna manera esas elecciones y la mayor parte de ellos en realidad desean que las pierda. Hay una opinión bastante compartida según la cual Sánchez no tiene ningún proyecto que ofrecer salvo su posición en relación con otras fuerzas políticas, léase PP y Podemos, y su hipotética victoria traería como consecuencia la quiebra del partido en dos. Y tiene sentido esa apreciación porque, efectivamente, lo que ha hecho Sánchez en los pocos mítines que ha celebrado ha sido enfrentar a las bases -al menos las que apoyan su postura del "noesno"- con los mandos intermedios y con los miembros de la Gestora que asumió la dirección tras su renuncia. Una victoria de Sánchez no traería, por lo tanto, la recuperación de la antigua potencia de un PSOE unido ni la vuelta a su condición de fuerza política fiable para esos millones de votantes, tantos como seis, que le han ido abandonando por el camino.

Lo deseable sería que Sánchez se retirara de la carrera de las primarias a la que se ha incorporado más por despecho que por un impulso de restauración de daños

Por eso lo deseable sería que el dimitido secretario general se retirara de la carrera de las primarias a la que se ha incorporado más por despecho que por un impulso de restauración de los graves daños padecidos por su partido. Porque de eso se trata, de lograr rescatar al Partido Socialista de la indigencia electoral en la que ha caído por más que su presencia en numerosos ayuntamientos y en no pocos gobiernos autónomos gracias al apoyo de otras fuerzas de la izquierda esté dándole una apariencia de éxito que no responde a la realidad.

De los tres seguros aspirantes a la secretaría general, porque aunque aún no lo haya anunciado, a estas alturas a Susana Díaz no le queda otra opción que dar un paso al frente y hacer efectiva su candidatura, sólo dos son los que pueden intentar con alguna posibilidad de éxito resucitar al PSOE y frenar su peligrosísima pérdida de identidad, de objetivos claros y de prestigio. Pero para ello sería mejor que, al final de la carrera, los dos sumaran sus fuerzas porque eso proporcionaría a los militantes la posibilidad de recuperar el sentimiento, ahora perdido, de formar parte de un mismo proyecto. Probablemente ni Patxi López ni Susana Díaz estén pensando en considerar esa opción pero no hay que descartar un pacto de última hora entre ambos. Eso sería lo más conveniente, sobre todo si Pedro Sánchez se empecina en seguir hasta el final porque una batalla entre tres daría siempre una victoria demasiado ajustada a quien saliera vencedor, con lo que la unificación política pero también emocional de las bases para enfrentarse juntas al futuro sería un proceso mucho más largo y más costoso.

Es verdad que el PSOE está recibiendo últimamente muchos consejos, casi tantos desde dentro como desde fuera de su organización, pero la explicación es que de lo que le suceda y de cómo acabe encarando su salida del remolino depende la marcha del país entero.