En un mundo empresarial perfecto, Apple debería comprar Tesla. Y debería hacerlo cuanto antes.

¿Qué condiciones tienen que darse para que algo así ocurra? Bueno, lo primero sería que financieramente la cosa cuadrara. Y cuadra. Tesla capitaliza ahora mismo alrededor de 48.050 millones de dólares, poco más de 45.000 millones de euros, después de tocar máximos históricos el pasado martes. Es una cantidad considerable, pero no supone un desembolso demasiado importante para la mayor empresa del mundo por valor bursátil. Apple está valorada en más de 755.600 millones de dólares, casi 710.000 millones de euros, y son legendarias sus ingentes reservas de capital en efectivo.

El dinero, por lo tanto, no es un problema. Lo siguiente sería comprobar si entre ambos actores existen ciertas sinergias que justifiquen la operación. Y las hay. Apple y Tesla están en momento contrapuestos y pueden aportar a la compra justo lo que necesita la otra parte.

El gigante de Cupertino está en tiempos complejos. Siempre se ha caracterizado por la innovación y la disrupción de sus productos, algo que no se ha puesto de manifiesto en sus últimos dispositivos. El iPhone 7, por muy buenas cifras que tenga, no deja de ser una evolución mínima de la generación anterior y el iPad, que ha cumplido siete años, acaba de ver su precio rebajado y no tiene ninguna funcionalidad nueva que justifique la compra más allá de ese coste reducido.

Desde hace tiempo, además, las cuentas de Apple muestran una peligrosa dependencia del smartphone, que ya es responsable de más de 60% de los ingresos que llegan al cuartel general de la firma en Cupertino. La tableta, que es la segunda fuente de ingresos más importante, no está en su mejor momento y las ventas están en caída libre desde que alcanzaran su pico en 2013. Aquél ejercicio se vendieron 71 millones de iPads, pero el año pasado sólo se despacharon 45,6 millones.

La situación dentro de la empresa de Elon Musk es totalmente opuesta. La innovación les sale por las orejas. Su última creación, el Model 3, ya tiene más de 400.000 reservas (a razón de 1.000 euros cada una) y todavía no ha comenzado la producción, con la fecha de entrega de los vehículos prevista a mediados de 2018. Este coche, que se venderá por 35.000 dólares en Estados Unidos -aún no hay precio fuera-, supone una alternativa a los Model X y Model S que están batiendo récords.

Tesla entregó más de 25.000 vehículos en el primer trimestre de su ejercicio 2017. Es la cifra más alta de su historia, y eso que aún tiene más de 4.600 unidades ya fabricadas y listas para despachar, pero que no se computarán en el total hasta el próximo periodo. Las cifras sobrepasan en todas las métricas a las predicciones que manejaban las cabezas pensantes en la sede de Palo Alto.

Destrozar las previsiones tiene un problema: morir de éxito. Tesla no tiene capacidad para hacer frente a esta demanda con los números que maneja ahora mismo. Necesita buscar capital fuera, ya que su flujo de caja de momento no es el óptimo. Para poner en marcha la producción de ese Model 3, Musk ha tenido que vender el 5% de la compañía a la firma china Tencent, la capitalizada más grande de fuera de Estados Unidos, por casi 2.000 millones de dólares.

Las sinergias son evidentes. Tesla aportaría la disrupción y el margen de crecimiento de los que adolece Apple, mientras que éstos añadirían a la ecuación un poderoso músculo económico y una estabilidad financiera sin igual en el mundo empresarial.

Sí es cierto que la firma de vehículos eléctricos, en máximos históricos, está algo sobrevalorada y pelea por ser el mayor fabricante de coches del mundo con la histórica General Motors, tras rebasar hace algunas fechas a Ford. Este alto precio no sería ningún obstáculo para Apple.

Obviamente, sí que hay problemas que dificultarían la gran operación. Y se sientan en la silla más grande de la oficina más grande de Cupertino, en la soleada California.

Tim Cook, el consejero delegado de Apple, no vería con buenos ojos la adquisición. El bueno de Cook nunca ha tenido una tarea fácil, ya que suceder al genio Steve Jobs tras su muerte era un verdadero papelón. Al espigado directivo de Alabama hay que ponerle en su haber el hecho de disparar las acciones de la compañía, pero siempre tendrá en el debe el hecho de ser un gestor y no un líder. Bajo su mando -entró en la junta en 2011- apenas se han presentado elementos nuevos en una empresa que de momento se limita a dejar que la maquinaria siga en marcha.

Tim Cook y Elon Musk tienen personalidades contrapuestas. Uno, un visionario, otro, un gestor

Caso distinto es el de el mandamás de Tesla, Elon Musk. El sudafricano es de la estirpe de Jobs, y lo ha demostrado con el resto de proyectos empresariales que ha puesto en marcha, entre los que se cuentan Solar City o SpaceX. Tiene carisma y toma decisiones arriesgadas, una política que siempre ha repelido a Cook.

En el hipotético caso de que se precipitase la operación, lo más probable es que Musk sólo diera luz verde si le dan unas ciertas garantías de que tiene opciones de ocupar el sillón de mando en la mayor empresa del mundo, con todas las opciones que eso da a una mente tan disruptiva. Sería una aspiración demasiado buena como para descartarla sin consultarlo, como poco, con la almohada.

Apple ya cambió el mundo de la tecnología en su momento, unos pasos que ahora está siguiendo Tesla como si fuera su alumno aventajado. No sería descabellado que ambas unieran fuerzas teniendo en cuenta los beneficios que podrían sacar. Por supuesto, todo esto no va a ocurrir mañana, ni pasado. Puede que nunca ocurra. O puede que sí.