La principal y más difícil tarea del PSOE en las semanas que quedan hasta la celebración de estas decisivas elecciones primarias es la de intentar identificar las causas directas e indirectas de los sucesivos fracasos electorales que han llevado al partido al peor resultado en elecciones generales de toda la Historia del período democrático. Y lo primero que tienen que hacer es no dejarse engañar por el hecho de que los socialistas estén gobernando en siete comunidades autónomas porque la realidad que subyace a ese poder es que el PSOE perdió 700.000 votos en los últimos comicios autonómicos y, salvo en Asturias y Extremadura, no consiguió ser la fuerza más votada en ninguna otra comunidad de las 13 en las que se celebraron elecciones en mayo de 2015. Es más, salvo en esas dos comunidades, en ninguna otra consiguió quedar por delante del PP que, sin embargo, perdió en todos los casos la mayoría absoluta y con ella perdió una parte importantísima de los gobiernos.

El examen de su incesante pérdida de apoyo popular tiene que abordarse sin paños calientes

Pero el poder en las comunidades en las que ahora mismo gobierna el Partido Socialista se debe a que cuenta con el apoyo de otras fuerzas, fundamentalmente de Podemos o de Ciudadanos, que en los próximos comicios actuarán en campaña como los adversarios políticos que son y no como los aliados circunstanciales que están siendo por el momento. Por lo tanto, el examen del fenómeno de su incesante pérdida de apoyo popular tiene que abordarse sin paños calientes que disfracen o disimulen su verdadera situación. Y la respuesta a ese análisis se va a traducir en el resultado de las primarias.

Hay una parte del partido que da por sentado que el PSOE ha perdido apoyos en favor de Podemos y que esa fuerza ha surgido por la pérdida de perfil izquierdista del socialismo, lo que les lleva a la conclusión de que solamente colocándose más a la izquierda y confundiendo sus perfiles con los de Podemos lograrán recuperar los votos perdidos. Atribuyen a los drásticos recortes anunciados en mayo de 2010 por el entonces presidente del gobierno José Luis Rodriguez Zapatero el abandono en masa de sus votantes. Y es cierto que en las elecciones autonómicas del año siguiente el PP arrasó y que en las generales de noviembre de ese mismo año el PSOE perdió mas de cuatro millones de votos y 59 escaños de una tacada. A eso hay que añadir que en ese año 2011 nació el movimiento 15-M , que disparó los votos de protesta en forma de abstención, votos en blanco o votos nulos, que sumaron en total más de 10 millones.

Pero aquellas elecciones dieron la victoria por aplastante mayoría absoluta al PP, que había centrado su campaña en la crítica a la gestión de la crisis y planteó una agenda de moderación destinada sobre todo a no cometer errores. Por el contrario, el PSOE planteó la suya en pleno vértigo por el riesgo cierto de hundimiento y le hizo ya forzar su discurso más izquierdista y agresivo en el esfuerzo por salvar el voto de ese flanco, puesto que ya dio por perdido el voto del centro. A este partido se le hunde en 2011 su suelo electoral porque pierde más de 4,3 millones de votos, casi el 40% de su electorado. Sus casi 7 millones de votos obtenidos (el 28,7%) y los 110 escaños fueron el peor resultado hasta ese momento desde los años de la transición y muy cercano al que obtenía el PP entre 1982 y 1989, en los inicios de su viaje al centro y en pleno predominio partidista del PSOE de Felipe González.

La dispersión del electorado del PSOE fue digna de estudio: más de 1 millón de sus votantes se fue a la abstención, más de medio millón se fue a IU, más de medio millón recaló en UPyD,  casi medio millón se fue a voto de protesta o testimonial y el resto a los territoriales, devolviéndoles los apoyos que le prestaron en 2008 para evitar el triunfo de PP, partido que en 2011 rompe sus techos electorales y gana tres escaños y 600.000 votos más que los que había conseguido Aznar  en su histórica mayoría absoluta del año 2000.

Por lo tanto, la pérdida de confianza en el PSOE no fue mayoritariamente a engordar entonces al partido situado más a su izquierda, que era Izquierda Unida, del mismo modo que no es aceptable explicar la debacle sufrida por este partido en las elecciones generales de diciembre de 2015, en las que perdió más de un millón y medio de votantes y  se quedó con 90 escaños, en la aparición de Podemos. Porque la caída no se detuvo ahí sino que siguió ahondando en la derrota y en los comicios celebrados por segunda vez, en junio de 2016, el Partido Socialista siguió perdiendo votos, pocos esta vez, pero también escaños, nada menos que cinco. Pero el PSOE no pudo esta vez argumentar que su falta de perfil izquierdista le había dañado irremisiblemente en favor de Podemos porque esta formación, que acudió aliada con Izquierda Unida con el sueño de adelantar a los socialistas en votos y en escaños, perdió la friolera de un millón doscientos mil votos.

No es, por tanto, que Podemos le haya arrebatado su electorado al PSOE

No es, por tanto, que Podemos le haya arrebatado su electorado al PSOE, además de que está por ver cuál es el resultado electoral de la formación morada en las próximas generales una vez que, después de haber transitado desde la radicalidad hacia la socialdemocracia y de nuevo a la radicalidad  se haya asentado la nueva estrategia de su líder, Pablo Iglesias, de extremar definitivamente al partido y hacer la lucha política en la calle antes que en las instituciones. Y si  los militantes socialistas concluyen que cuanto más a la izquierda se sitúen más votos van a obtener, puede que vuelvan a toparse con otro chasco del tamaño del de las dos últimas convocatorias electorales. Ni tampoco se puede argumentar que  el recuerdo de la venganza de sus partidarios por las medidas de ajuste que se vio obligado a adoptar Zapatero en 2010 dure más de seis años. Esas son circunstancias que han podido contribuir a la calamitosa situación en la que se ve el PSOE a día de hoy, pero puede ser un error irreparable situar ambos elementos como su causa directa.

Es verdad que la socialdemocracia vive en Europa sus horas más bajas y es su escaso perfil político el que empuja a sus antiguos votantes a refugiarse en otras opciones electorales. En el caso de España eso es especialmente cierto pero probablemente la apuesta de Susana Díaz, con toda la estructura, y la historia, del partido detrás, sea más capaz de recuperar la confianza de sus en otro tiempo partidarios que los experimentos de reidentificación que proponen quienes apoyan a un Pedro Sánchez que en sus escarceos con una alianza de gobierno con Podemos ha cosechado fracaso tras fracaso. Eso por no señalar que el modelo de partido que él y sus seguidores proponen que es, en definitiva, un modelo cuasi asambleario, llevaría al PSOE por los andurriales del sectarismo y en última instancia, de la irrelevancia política si lo que sigue pretendiendo es recuperar algún día no muy lejano el Gobierno de España que siempre hasta ahora se ha ganado desde la moderación.  Las referencias a Syriza como modelo no se sostienen una vez que se ha demostrado la inutilidad de sus planteamientos del partido de izquierdas griego y la sumisión final de su gobierno a las condiciones impuestas por la Comisión de la Unión Europea.

Si los militantes socialistas resuelven su dilema de interpretar las razones profundas de su imparable declive electoral y concluyen que la misión esencial de su partido no es ganar al Partido Popular, su principal adversario, peleando por ganar la confianza del electorado en su mejor gestión de los asuntos públicos sino impedir por tierra mar y aire y con las alianzas que sean necesarias que el partido ganador de las elecciones pueda gobernar,  elegirán como secretario general a Pedro Sánchez. Y entonces habremos de rememorar Alfonso Guerra porque al PSOE no lo va a conocer ni la madre que lo parió. Lo que quedará por demostrar es que ese cambio total de formas, de modelo, de estrategias y de mensajes vayan a ser para bien del partido y, lo que es más importante, para bien de España.