Todos los apologetas secesionistas del “España nos roba” tendrían que vivir una temporada en Extremadura, para que comprueben quién “roba” a quién. El agit-prop separatista que cíclicamente denuncia que los estudiantes de esta comunidad del sur de España van a clase con ordenadores mientras los alumnos catalanes llevan su piedra de sílex y su cincel a las aulas debería analizar cuál es la situación real de estas tierras. Sobre todo porque allí no se tira el dinero en urnas de cartón (y de metacrilato) para consultas ilegales, ni en “embajadas” para puentear al Ministerio de Exteriores, ni en mantener un aparato propagandístico que cuesta un potosí.

Si alguien puede quejarse de falta de inversiones no somos los catalanes, sino aquellas zonas de la periferia española que tienen escaso peso demográfico y, por ende, político. Pero que necesitan la solidaridad y el apoyo de todos para intentar progresar y mejorar su situación. Sin entrar sobre si un gobierno compra votos con subsidios o no. El clientelismo es, por desgracia, una práctica extendida tanto en Vic como en Badajoz. En Durango o Dos Hermanas. En Manacor o en Tomelloso.

La estación de tren de la capital (insisto, la capital) de Extremadura, Mérida, es digna de cualquier instalación de cercanías de la periferia barcelonesa. La frecuencia de paso de convoyes no sólo es escasa, sino que además los pocos que pasan paran en un sinfín de poblaciones, haciendo que el trayecto sea eterno. Más de cinco horas tarda el ferrocarril Madrid Atocha – Mérida por una vía sin electrificar. Así es difícil atraer turismo.

Pero aún es posible, dada la belleza de la capital extremeña. Lo que es más complicado es que haya empresas dispuestas a arriesgar su dinero para instalarse en localidades que están tan mal conectadas con los principales centros económicos del país. El paisaje será esplendido, pero cuando las conexiones inalámbricas en buena parte del territorio son de una calidad mejorable, todo se complica. Cualquiera que haya hecho el recorrido Mérida – Madrid en tren y haya visto como las rayas de cobertura desaparecen con frecuencia de la pantalla del móvil sabe de qué le hablo.

Por eso entiendo a aquellos compatriotas extremeños, o andaluces, o castellanos, o gallegos, de aquellas zonas con menos infraestructuras del país cuando se enfadan con doble motivo al escuchar el “España nos roba” de los secesionistas catalanes. Uno, por ser una mentira de una región rica que sólo busca desentenderse de la solidaridad entre ciudadanos. Y dos porque ha de escuchar que tú, como ciudadano español, estás “robando” cuando apenas tienes tren o la conexión a Internet o la cobertura del móvil no es buena una vez sales de los principales centros urbanos.

Toca apoyar a los catalanes que estamos por la solidaridad y por la armonía entre todos los ciudadanos de España. Es el momento

España no “roba” a nadie. Pero quienes podrían quejarse son aquellas regiones del país que han sufrido en los últimos decenios una sangría de recursos humanos y de inversiones insuficientes. Así que basta de camelos separatistas para justificar lo que es pura insolidaridad y supremacismo. Y que tienen un talante antidemocrático bastante desarrollado, como se ha visto en la voluntad de los partidos secesionistas de hurtar a la cámara catalana su papel de debate y control, aprobando normas para facilitar lo que ellos llaman la “desconexión-exprés”.

Esta actuación no es más que la enésima tropelía ilegal de unos partidos nacionalistas que han perdido el norte al anteponer sus intereses políticos a los de la mayoría de la ciudadanía catalana. Sin ley no hay democracia. Y si no se respeta a los paisanos, ¿cómo se va a respetar a los habitantes de otras regiones de España? Basta con escuchar al ex cantautor y ahora censor Lluís Llach amenazando a los funcionarios que no cumplan las ilegalidades que prepara la Generalitat. O cómo se persigue a los periodistas catalanes que osan destapar las miserias de las autoridades secesionistas.

Hay que cerrar la etapa de la Cataluña llorona. La de los políticos secesionistas quejándose de que “España les roba” mientras saquean las arcas públicas creando una red clientelar de miles de personas que viven del proceso separatista. La de un Gobierno autonómico desleal que no trabaja por el bien del conjunto del país, ya que prefiere sembrar el odio y la discordia para garantizarse el control del poder local. La de unos partidos nacionalistas que no miran al resto de compatriotas como lo que son, ciudadanos libres e iguales, sino como súbditos de lo que consideran un país inferior, al que desprecian y del que quieren escindirse.

El aparato comunicativo secesionista, bien regado con el dinero público que se hurta a la sanidad y la educación, mantiene viva la llama de un proceso separatista que ha fracasado. Pero mientras haya recursos para que los defensores de la Cataluña llorona puedan mantenerse en el poder será difícil iniciar la era de la convivencia y de la democracia. La etapa que nos han hurtado a los catalanes desde 1980 y que una mayoría desea recuperar: la de una Cataluña leal. Toca apoyar a los catalanes que estamos por la solidaridad y por la armonía entre todos los ciudadanos de España. Es el momento.