La prensa y el mundo van conociendo con sorpresa la victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos. Un triunfo que, aunque no parecía el resultado más probable, no se podía descartar. De hecho, las últimas encuestas publicadas, perdidas inmediatamente en el ruido preelectoral, daban un empate entre ambos candidatos e incluso una ligera ventaja a favor del republicano.

En su último sondeo, IBD/TIPP situaba a Trump dos puntos por encima de Hillary Clinton. Este instituto, que ya fue el que más acertó en las tres últimas elecciones, se pone el broche de haber augurado correctamente qué acabaría sucediendo.

Se esperaba que Trump lograra grandes niveles de apoyo entre los blancos con menor nivel de estudios, y así ha sido. Y se contaba con que lograra mejores resultados según aumenta la edad del votante, y así ha sido también. Estas variables ayudan a entender las dos grandes sorpresas de la noche: Wisconsin y Michigan.

El primer estado siempre fue un fijo en la columna de estados demócratas. No en vano, la última vez que había votado republicano había sido en 1984, a favor de Ronald Reagan. El segundo también era un bastión demócrata, aunque la ventaja de Clinton en las encuestas se fue reduciendo en los últimos días, hasta el punto de convertirse en battleground por derecho propio. La campaña de Hillary no dio muchas explicaciones, pero es evidente que se dio cuenta de que la dirección del viento estaba cambiando, y en los últimos días trató de organizar una campaña para ganar un estado que se le ha acabado volviendo en contra.

Donald Trump ha logrado entre los hispanos más apoyo del que logró Matt Romney en 2012, pese a su visión de la cuestión migratoria

Tanto Wisconsin como Michigan cuentan con una gran población de votantes que responde al perfil que ha dado la victoria al magnate. Personas que han sido especialmente castigadas por la crisis económica y que, cansadas de políticos tradicionales que no resuelven sus problemas, han buscado soluciones fuera, en un candidato diferente. Personas que aunque a nivel personal pueden no compartir muchas actitudes de Trump, conectan con su propuesta de volver a hacer a América grande de nuevo.

Tampoco ha ayudado a Hillary el tono negativo de la elección. Trump generaba rechazo, pero Clinton también. Los votantes han acudido a las urnas no con mentalidad de escoger al candidato favorito, sino de respaldar al que menos le disgustaba. Una dinámica de rechazo en la que la candidata demócrata ha acabado saliendo peor parada.

Más allá del varapalo para Clinton en los Grandes Lagos, el resultado en el resto del país ha sido el esperable, matizado en favor de un Trump que, de forma consistente, ha logrado mejores números de lo anticipado. Así, donde se esperaba una victoria del republicano por la mínima, ha logrado un triunfo holgado. Es el caso de Iowa y Ohio (este último vuelve a cumplir con la tradición de votar a favor del candidato que acabará ocupando la Casa Blanca). Y otros estados en los que se esperaba un resultado más ajustado han acabado cayendo del lado de Trump, como Carolina del Norte, Pensilvania y, sobre todo, Florida.

Aún es pronto, y se impone un análisis a fondo, porque han votado más de 135 millones de personas, más que en 2012. Y porque hay datos muy llamativos, como el del voto hispano. Como estaba previsto, Trump lo ha perdido, pero ha logrado un resultado mejor que Romney en 2012 en este colectivo. Algo sorprendente teniendo en cuenta el tono de Trump con la cuestión migratoria.

En cualquier caso, resulta evidente que una parte destacada del electorado estadounidense ha mostrado una voluntad de cambio de ciclo electoral tras ocho años de mandato demócrata. Habrá que calibrar hasta qué punto las decisiones de largo recorrido adoptadas por la Administración de Obama han sido demasiado para el electorado, y hasta qué punto Hillary Clinton puede haber sido víctima de este presunto cansancio de las políticas del presidente saliente.

Sara Morais es responsable de Investigación de GAD3, desde Washington.