Felipe VI tendrá que volver a esperar. El Rey, que se había tomado su pequeña venganza y sólo una semana después de la constitución del nuevo Gobierno ya había puesto el turbo a su agenda exterior, ha visto como su viaje, este sábado, a Arabia Saudí, se suspendía de nuevo, en esta ocasión por la muerte del hermano del Rey Salman. No obstante, está muy cerca su visita de Estado a Portugal, los tres últimos días del mes de noviembre. Esta agenda da muestra de la vocación diplomática en la nueva jefatura del Estado, que se ha visto frustrada por el paréntesis político de un inédito y largo 2016. Un año que se presentaba como el del estreno internacional del nuevo monarca y que ha resultado ser el de su enclaustramiento nacional.

En ningún sitio estaba escrito que el heredero de Juan Carlos I hubiera de renunciar a la invitación de Isabel II al palacio de Windsor, el pasado mes de marzo. O que tuviera que dejar plantado, en las vísperas, al Emperador de Japón. O que debiera suspender ese viaje a Arabia, aplazado de nuevo ahora. Se dijo en su día, y se insiste hoy, que al jefe del Estado le retenía su deber para con el Parlamento, atascado en sus negociaciones de Gobierno; pero lo cierto es que la cancelación de alguno de estos viajes coincidió con los momentos de mayor frialdad entre Zarzuela y Moncloa, y pilló a los Reyes con las maletas prácticamente hechas. Lo cierto, además, es que las embajadas en Madrid se quejaban en voz baja de que España parecía tener, además de un Gobierno, una Corona en funciones.

Repliegue diplomático

El repliegue diplomático dio al traste con una de las entronizaciones más importantes del nuevo Rey -como era la de su mayestática acogida por la Corte británica-, que costará reparar, por cuanto Londres sólo organiza dos viajes de Estado al año con enormes protocolo y antelación. Sin embargo, las agendas de las Coronas española y saudí habían cuadrado de manera sorpresiva en este mediado mes de noviembre, de manera que el recién estrenado Gobierno casi se ha visto obligado a improvisar algunos detalles de la agenda.

Hasta la víspera del viaje no se conocían, por ejemplo, los nombres de los empresarios que, previsiblemente, acompañarían al monarca. Más allá de la pública Navantia -pendiente de la firma de un contrato estrella de cerca de 3.000 millones de euros por la venta de cinco corbetas- existe una larga lista de compañías interesadas en el multimillonario plan estratégico de inversiones Visión 2030 que la Corona saudí ha anunciado para la diversificación de una economía tan potente (603.000 millones de euros de PIB en 2015 y una renta per cápita de 21.722), como todavía centrada en el petróleo (el 28% del PIB y el 75% de los ingresos públicos).

El rey, de acuerdo con el Gobierno, parece determinado a dar continuidad al impulso que Juan Carlos dio a la inversión española en el mundo árabe

Felipe VI, de pleno acuerdo con el Ejecutivo, parece determinado a dar continuidad al impulso que su propio padre dio a la inversión española en el mundo árabe, y que alcanzó su mayor éxito con la firma del contrato del AVE a La Meca. Un impulso que ahora se ve reeditado en las futuras licitaciones del Metro de Riad -y de la propia Meca- y de otras infraestructuras, amén de todo un nuevo mercado para el sector de las energías renovables, en el que España es puntero.

Si Juan Carlos I tenía hilo directo con el todopoderoso Rey Abdalá -a cuyo funeral acudió, por cierto, en un viaje exprés de enero de 2015, el propio Felipe VI-, su hijo tiene prisa en afianzar su relación con su hermano y sucesor, el Rey Salman. Más aún, si cabe, con el Príncipe Heredero y ministro del Interior, Mohamed bin Naib; y con el sucesor de éste y sobrino del monarca, el jovencísimo y todopoderoso Mohamed bin Salman, que además de ministro de Defensa controla todo el conglomerado de inversiones saudíes. Con cada uno de ellos Felipe VI se hubiera reunido este fin de semana en Riad.