De aquella "paz en casa, paz en el mundo" soñada por el militar Mustafa Kemal Atatürk, primer presidente de la Turquía moderna, Recep Tayyip Erdogan ha pasado a una guerra latente y controlada, dentro y fuera de sus fronteras. La última fórmula del presidente turco para apuntalar su poder en el referéndum del próximo 16 de abril pasa por desafiar a Europa, antes aliado estratégico, convertido en un enemigo táctico.

En plena campaña para conseguir un rotundo en la consulta, Erdogan se ha empeñado en enviar a sus ministros a celebrar mítines por ciudades europeas, a pesar de que la legislación turca prohíbe los actos en el exterior, según el artículo 94/A, para algunos interpretable.

Es cierto que en las presidenciales de 2014 y en las generales de 2015 se realizaron sin obstáculos. Pero los tiempos han cambiado. Primero rechazó la idea Berlín, y Erdogan aludió al pasado nazi. Con las autoridades holandesas, inmersas en plena campaña electoral, insistió en las vinculaciones fascistas y les recordó su pasividad en la masacre de Srebrenica, en alusión al controvertido papel de los cascos azules holandeses.

El delito del gobierno holandés fue rechazar que dos ministros celebraran un mitin en Rotterdam, cuando faltaban apenas cinco días para acudir a las urnas en unas legislativas marcadas por el ascenso de Geert Wilders, líder del Partido de la Libertad, y abanderado del anti islamismo más feroz. El primer ministro, Mark Rutte, se jugaba mucho en la respuesta a las amenazas de Erdogan y no se dejó intimidar, pese a los insultos y la ruptura de relaciones diplomáticas bilaterales de alto nivel, anunciada por el primer ministro Numan Kurtulmus.

"Cabe preguntarse si Turquía aceptaría mítines extranjeros en su territorio. A su vez es una cuestión de modales. No se hace por imposición y con amenazas. Ha habido un cálculo político. Sucede a un mes de la celebración del referéndum constitucional con el que aspira a transformar el sistema en presidencialista y no tiene la victoria asegurada. Venía bien crear una crisis en el exterior para movilizar el voto nacionalista al presentarse como una víctima y recurre al tema de la identidad. No ha sido juego limpio. Quiere movilizar a sus seguidores”, explica Haizam Amirah, investigador especializado en Oriente Próximo en el Real Instituto Elcano.

Erdogan se juega mucho en el referéndum y quiere asegurarse una victoria contundente. Su mejor arma es la llamada al nacionalismo revestida de la coraza islamista. Por ello acusa a Europa de emprender una "cruzada anti islamista" al no aceptar sus condiciones. Sabe que ese mensaje moviliza las conciencias, no ya de los votantes de la diáspora -unos tres millones, un 5,1% del electorado- sino de los que aún tienen alguna duda sobre los límites de su poder en Turquía. En el seno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), su propia formación, había en enero un 9% de partidarios del no, y un 8.7% de indecisos, según el instituto Metropol, citado por Mediapart.

Erdogan hace tiempo que ha tirado la toalla de Europa... Su proyecto es la islamización de Turquía"

"Erdogan hace tiempo que ha tirado la toalla de Europa. Tendría que dar pasos hacia la democratización y no es su objetivo. Su proyecto es la islamización de Turquía", afirma Manuel Martorell, periodista especializado en Oriente Próximo y autor de Kurdos (editorial Catarata). "La crisis con Holanda o con Alemania por los mítines tiene como objetivo ganarse el apoyo en el referéndum de los ultranacionalistas en Turquía, los votantes del Partido de Acción Nacionalista (MHP). Ante Europa se erige en el defensor de la nación turca y del islam y así les atrae", añade Martorell.

Turquía, que como imperio otomano fue descrita por el zar Nicolás I como el "enfermo de Europa", aparece ahora personificada en Recep Tayyip Erdogan como un auténtico dolor de cabeza para la Unión Europea, club al que dijo querer acceder y ahora denigra. "Es Turquía la que quiere unirse a la UE. No la UE a Turquía", recordaba esta semana el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en respuesta a las provocaciones continuas del presidente turco. Pero las negociaciones se han estancado, 12 años después de arrancar. Apenas un capítulo está cerrado, y la voluntad política de seguir adelante es escasa.

Según Itxaso Domínguez de Olazábal, investigadora en The US/Middle Project y miembro de CC/Europa, lo que ha buscado siempre el gobierno turco es legitimación política. "Lo importante es ser tratados de igual a igual y que las relaciones no giraran en torno a cuestiones tecnocráticas o derechos humanos. En la actualidad son pocos los que hablan en Turquía de Europa como aliada presente o futura".

En la actualidad son pocos los que hablan en Turquía de Europa como aliada presente o futura"

De ellos se lamentan los turcos europeístas, como la periodista e investigadora del ECFR Asli Aydintasbas, que en un encuentro previo a la crisis diplomática de estos días señalaba cómo "Turquía ya no existe ahora para Europa". Según Aydintasbas, "esta desconexión no es buena para los turcos que creen aún en los valores europeos", a la vez que insinuaba cómo se está dejando que Turquía acabe en las manos del presidente ruso, Vladimir Putin, a quien Erdogan acaba de visitar para normalizar las relaciones y con quien comparte ese ardor patriótico de los líderes fuertes de este 2017.

Ese abandono europeo lo interpreta Erdogan como desprecio. "La UE abrió la puerta, pero luego se han deteriorado las expectativas. Las reticencias de los países europeos han derivado en una sensación de desconfianza y de orgullo herido. Ahora Turquía ha reorientado su política exterior y aspira a ser una potencia regional", dice Haizam Amirah.

Su emplazamiento estratégico hace que sea atractiva para Occidente -es miembro de la OTAN y alberga la base de Incirlik, donde EEUU tiene un arsenal de bombas atómicas- y para Oriente no lo es menos. La guerra de Siria ha permitido a Turquía ejercer de potencia regional con interlocución directa con las potencias globales.

Según Manuel Martorell, "a Erdogan Europa le parece un fastidio desde hace tiempo. Le indigna que apoyen, con EEUU también, al PYD, el partido de los kurdos de Siria, que para él es la rama siria del PKK, y que lucha contra el autodenominado Estado Islámico (IS)". Aunque los terroristas del IS son un enemigo común, los kurdos ganan peso con este respaldo y por ello rechaza esta estrategia. Y eso, a pesar de que Europa ha mirado para otro lado durante mucho tiempo con la deriva autoritaria y el deterioro de los derechos humanos en Turquía.

La razón: los 2,7 millones de refugiados sirios que acoge en sus fronteras. El ministro del Interior, Suleyman Soilu, ha amenazado este jueves de nuevo a Europa. "Tenemos un acuerdo de readmisión. Si queréis cada mes abrimos el camino a 15.000 refugiados y perdéis la cabeza", dijo en un acto, según Hurriyet.

"El acuerdo -que se alcanzó hace ahora un año- fue una barbaridad, y así lo denuncian las organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional o Save the Children, un error del que nos seguiremos arrepintiendo muchos años... La frase de Erdogan del 15 de marzo de "Europa se ahogará en su propio miedo a musulmanes e inmigrantes" es muy simbólica. Desde el primer momento utiliza el acuerdo como arma arrojadiza y pone énfasis en su poder frente a la desesperación de la UE, aunque es cierto que necesitaba el dinero -unos 6.000 millones de euros- y la flexibilización de visados a sus ciudadanos", afirma Itxaso Domínguez de Olazábal.

El acuerdo sobre los refugiados fue una barbaridad, y ahora Erdogan lo utiliza como arma arrojadiza"

Hay quienes piensan, como expone el investigador Mehmet Ugur, de la Universidad de Greenwich, en su artículo ¿Reparece de nuevo el enfermo de Europa?, publicado en Opendemocracy, que "los europeos ya no compran el argumento de que una Turquía estable, aunque se porte mal, sea mejor que cualquier alternativa desconocida". La prueba es la reacción en la crisis de las embajadas o la suspensión de los fondos dedicados a reformas por falta de cumplimiento.

La cuestión es que a Erdogan ya no lo para ni siquiera esa pretensión de legitimidad europeísta, a la que aspiraba hace una década. Con una personalidad forjada con tesón, Erdogan, ferviente musulmán, sueña con ser el padre musulmán de una Turquía fuerte. El sistema presidencialista que pretende establecer si logra el apoyo en el referéndum dinamita la separación de poderes de Montesquieu y le permite mantenerse en el poder al menos una década más.

"Gobierna de una forma cada vez más personalista y autoritaria. Cuenta con una estructura que le brinda total apoyo, su partido, el AKP, pero es consciente de que no todo el pueblo está detrás. Tuvo problemas para conseguir la mayoría en las legislativas de junio de 2015 y luego provocó otra convocatoria electoral... Después del golpe del verano pasado, reaccionó de forma muy dura con persecuciones, arrestos de disidentes, de periodistas... Erdogan utilizó el golpe en beneficio propio. Pero la sociedad turca está fracturada", afirma el experto del Real Instituto Elcano.

Manuel Martorell asegura que en Turquía hay incluso quienes ven riesgo de guerra civil: "La gente se rinde, se va, porque ven cómo desaparece la oposición política, mediática... Si les preguntas por qué no se movilizan, responden que es como en el franquismo, nadie se puede mover". Según un informe reciente que cita The Economist, unos 6.000 millonarios huyeron de Turquía en 2016.

Tras el golpe del pasado julio, que Erdogan atribuyó a su antiguo aliado y ahora rival, el enigmático clérigo Fetthullah Gülen, se desencadenó una caza de brujas que aún no ha parado. Despidió o suspendió a casi 130.000 funcionarios, arrestaron a más de 45.000 soldados, oficiales, maestros, políticos y periodistas. Cerró 160 medios de comunicación. Sepultó la libertad de prensa. Cualquier enemigo de su objetivo de una Turquía islamizada es sospechoso de terrorismo.

En su juventud, el actual presidente soñaba con ser jugador del Fenerbahçe y su padre se lo prohibió tajantemente, como escribe Andrés Mourenza en su perfil Erdogan o la desmesura publicado en 5W. Renunció a la ofensiva en el fútbol, y se refugió en las lecturas y en el Corán. Su paso por la cárcel diez meses en 1998 por leer en público unos versos de Ziya Gökalp, el ideólogo nacionalista e islamista de los Jóvenes Turcos, le revistieron de una fe inquebrantable en su destino. Decían esos versos: "Nuestras mezquitas serán nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes, nuestras bayonetas y los creyentes, nuestros soldados". Está escrito.