Pedro Sánchez está a punto de tocar el cielo con las manos. Hace tan sólo cuatro meses dudaba sobre si lanzarse a la carrera por la secretaría general del PSOE o buscar un trabajo al margen de la actividad política. Fue la insistencia de un puñado de compañeros la que le llevó tomar una decisión sin retorno en Dos Hermanas. Pocos creían en su victoria. Cuando el 27 de marzo Susana Díaz llenó el pabellón de Ifema de Madrid con más de 7.000 afiliados y una cohorte de viejas glorias arropándola, desde Felipe González a José Luis Rodríguez Zapatero, pasando por José Bono, Rubalcaba o la trágicamente desaparecida Carmen Chacón, un escalofrío recorrió la columna vertebral del equipo de Sánchez. Era la Brunete política contra una guerrilla que comenzaba a organizarse. Pero ahí encontraron su fuerza: la ilusión contra la soberbia. Como le dijo Sánchez a Carmen Torres el viernes a última hora de la tarde cuando se dirigía a su mitin de Sevilla: "Dejarlo todo, para ganarlo todo. Eso es el liderazgo".

Aunque pierda, cosa que el aspirante nacido en Madrid hace 45 años descarta por completo, habrá merecido la pena. La posibilidad del triunfo, que no hace mucho ni siquiera se vislumbraba tanto en el aparato del PSOE como entre la clase política y empresarial, hoy es una realidad. Sánchez ha probado la droga que hizo grandes a Adolfo Suárez, Felipe González, o incluso al propio Rodríguez Zapatero: la épica de la política. La capacidad para convencer a sí mismo y a la gente, militantes o no, de que es posible cambiar las cosas.

Si gana Sánchez no le espera un camino de rosas, ni mucho menos. Heredará un partido dividido, casi roto y con unas expectativas de voto cercanas al 20% del electorado, peleando por la segunda plaza con Podemos y muy lejos del PP. ¿Podrá unir al partido el hombre al que sus enemigos le acusan precisamente de ser la causa del cisma interno? ¿Será capaz de remontar los desastrosos resultados que él mismo cosechó y llevar a su partido a convertirse de nuevo en alternativa de poder, lo que significaría recuperar más de tres millones de votos?

La ofensiva de última hora de su rival más directa se ha centrado precisamente en el riesgo de ruptura y posterior desaparición del PSOE si gana Sánchez. Con ingenio y mala leche, José Bono le ha castigado la mandíbula con ese argumento: "No puede coser al partido porque, aunque tiene aguja, le falta hilo".

Si el triunfador de las primarias no logra unir al partido, el PSOE no sólo no se recuperará, sino que corre el riesgo de desaparecer

A pesar de los mensajes tranquilizadores, que nadie se engañe, si Sánchez vence, hará una dirección a su medida. No olvidemos que la Ejecutiva -justamente el órgano que provocó su caída- es elegida por el Congreso y sólo se podrá votar a la que presente el secretario general, no a una alternativa. Otra cosa es el Comité Federal, donde podrían estar representados susanistas y partidarios de Patxi López (por cierto, uno de los chistes que se cuentan entre los partidarios de Sánchez refleja perfectamente la polarización y la insignificancia que le dan a la candidatura del ex lehendakari: "A los partidarios de Pedro se les llama sanchistas; a los de Susana, susanistas, a los de Patxi, Pepe, Juan y José").

Una persona muy cercana al aspirante madrileño me confiesa: "Se podrá integrar a alguna gente en puestos de dirección, pero hay que recompensar a los que se han partido la cara por Pedro, incluso arriesgando sus cargos. Habrá un nuevo equipo muy cohesionado en torno al secretario general, ya no se podrán repetir golpes de mano como el del 1 de octubre".

Sánchez hará una dirección a su medida. Quiere evitar golpes de mano y necesita compensar a los que se han jugado la cara por él

Por tanto, la victoria de Sánchez supondrá un cambio profundo en todos los órganos de dirección del partido. Ahora bien, tendrá que lidiar con un grupo parlamentario que le es ampliamente hostil. Además de cambiar al portavoz, tendrá que emplearse a fondo para reducir ese foco de resistencia. Desde luego, los que no respeten la disciplina que se olviden de volver a ser candidatos en sus circunscripciones.

Sánchez también tendrá que convivir con la oposición de la poderosa federación andaluza del PSOE y, por supuesto, de Susana Díaz, que seguirá siendo presidenta de la Junta. Lo mismo sucederá con Fernández Vara en Extremadura, con Lambán en Aragón o con García-Page en Castilla La Mancha. Si en unos meses no logra pacificar el conflicto interno y que los ciudadanos perciban que hay un solo PSOE, el esfuerzo de Sánchez habrá sido en vano. Las posibilidades de los socialistas de remontar en las encuestas y presentarse a los próximos comicios con opciones de triunfo son nulas si el partido no recompone su unidad.

El otro flanco débil de Sánchez proviene del supuesto peligro que, para la estabilidad política, tendría su triunfo en la carrera por la secretaría general. Aunque su propuesta Por una nueva socialdemocracia ha matizado algunos de los aspectos más radicales de su primer programa, aún quedan en él claras muestras de giro a la izquierda, recuperando tics del viejo marxismo, por ejemplo, cuando habla de que "el capitalismo neoliberal está agotando su capacidad de readaptación ante los problemas que está generando". Recuerda a las trasnochadas tesis de los marxistas de principios del siglo XX que veían como inevitable la caída del capitalismo porque "las fuerzas productivas han dejado de crecer".

El Gobierno da por hecho que Sánchez presentará pronto una moción de censura y que la legislatura no durará cuatro años

Sánchez ha jugado al ser el rojo de los tres candidatos a dirigir el PSOE, pero, en realidad, su programa no supone una enmienda a la totalidad a la política que ha practicado el partido desde la Transición a nuestros días. Se propone la derogación de la reforma laboral pero, al mismo tiempo, se reconoce que se ha de "contemplar un principio de equilibrio en las cuentas públicas".

Las personas que le rodean resaltan su pragmatismo. "Se aplicará un programa socialdemócrata, pero no se disparará el déficit público", afirman. Algunas perlas del programa son concesiones a la galería sabiendo que son del gusto de los militantes más aguerridos. Forma parte del guión de las primarias. Hasta Patxi López se permitió el lujo de decir en el debate a tres que "el mercado está en manos de especuladores sin alma".

Sin embargo, a Sánchez se le teme. Mientras que Susana Díaz ha cultivado al mundo empresarial (en sus reuniones con ejecutivos y banqueros del Ibex suele reafirmar como una muletilla que ella se siente "monárquica y muy española"), Sánchez ha lanzado mensajes muy agresivos contra la élite empresarial a la que llegó a culpar al menos en parte de su defenestración.

Díaz presume de ser "business friendly", algo que Sánchez ve más como un pasivo que como un activo de la presidenta andaluza. Al menos en este momento de la contienda. Seguramente, si gana, moderará su mensaje a sabiendas de que necesita aliados de peso tanto en el mundo económico como en el mediático. La realidad, hoy por hoy, es que los bancos de inversiones le ven como un peligro para la recuperación y los empresarios rezan para que gane la presidenta de Andalucía.

Si se puede apostar por un Sánchez menos rupturista de lo que aparenta tanto en términos de propuestas económicas, como de su relación con el mundo del dinero, lo que hay que descartar de plano es que modifique su posición de rechazo frontal a Mariano Rajoy.

Si logra derrotar a sus adversarios en las primarias, Sánchez hará todo lo posible para acabar con el mandato del presidente del Gobierno. No es descartable que presente su propia moción de censura en los próximos meses. En el propio Ejecutivo son conscientes de ese riesgo: "Si gana Sánchez, la legislatura no durará cuatro años", reconoce un ministro.

De hecho, si no hubiera sido por los casos de corrupción (Púnica y Lezo) que han vuelto a convertir en tóxica la atmósfera política, Rajoy habría tenido una baza letal contra el PSOE: convocar elecciones anticipadas tras la victoria de Sánchez, aprovechando la buena situación económica y el desconcierto que inevitablemente se producirá en las primeras semanas de su mandato.

La vida política española será distinta si gana Díaz o si se impone Sánchez. La presidenta de la Junta significa continuidad, la permanencia del statu quo; el ex secretario general, la ruptura, el riesgo, la apuesta por un PSOE más pegado a la calle y menos a los despachos. Con el madrileño habrá una legislatura más bronca para el Gobierno y seguro que más corta. Casi 180.000 militantes tienen la palabra, pero no sólo ello, toda España y las cancillerías de los países clave de Europa estarán pendientes de los resultados que se conocerán a última hora de la noche del domingo. Contracorriente, con ilusión, Sánchez ha logrado su segunda cita con la historia.