El frío había llegado a Bilbao. Muy de mañana, acompañado de lluvia intensa, como acostumbra, y sin visos de despedirse. Al menos esa mañana la rutina callejera iba a descansar. Nada de caminar sin rumbo. Tampoco de buscarse la vida y menos aún de confiar en un golpe de fortuna al que ya ni se le espera. El día había amanecido con tristeza en las nubes pero rebosante de ilusión. Debía ser especial y lo fue. Capaz de hacer olvidar penurias, decepciones y horizontes vitales sin luz, y lo fue. Por una vez, los protagonistas eran ellos. A quienes aplaudirían sería a ellos y hacia quienes se orientarían los focos, al menos por hoy, sería hacia ellos, los invisibles, los ignorados… los excluidos y sin hogar. La capital vizcaína acogía nada menos que un festival de cine en el que se hablaría de sus vidas, de su situación de abandono de la esperanza de que una sociedad insensible deje de ignorarles. Y lo harían en primera persona y a lo grande, en la gran pantalla, la misma en la que los directores y actores más reconocidos recrean vidas e historias imaginadas en un guion.

La de ellos es real como la vida misma, no la tienen que recrear, basta con relatarlas. La mostraron este fin de semana en el Homeless Film Festival que se celebró en Bilbao, en el que de la mano de sus impulsores en Manchester desde 2011, cerca de una veintena de hombres y mujeres sin hogar y en grave situación de exclusión se convirtieron en guionistas, actores y directores de cine. El reto, concienciar al mundo de un problema global como la exclusión que no sabe de culturas, países o fronteras.

Sólo en España se estima que cerca de 30.000 personas carecen de un techo donde dormir

En Manchester hace más de un lustro que vieron en la gran pantalla una oportunidad para hacer oír la voz de los que no la tienen. Una herramienta con la que poder sensibilizar de las dificultades en las que se encuentran cada día millones de personas sin hogar. En Bilbao, la asociación Bizitegi se puso en contacto con ellos para poder trasladar esta iniciativa a Euskadi y expandir la semilla del Homeless Film Festival fuera del Reino Unido. Sólo en España se estima que cerca de 30.000 personas carecen de un techo donde bajo el que dormir. La inmensa mayoría son hombres de mediana edad, rozando los 40 años, y en muchos casos sin un pasado ni de drogas ni de alcohol, simplemente un infortunio o una mala decisión que un día truncó sus vidas.

Amy Davies es directora del Festival y asegura que la idea de que sean los propios afectados quienes promuevan cortometrajes para poder competir en un evento cinematográfico en el que se aborde su situación es una herramienta que no tiene fronteras. Este año ya han recibido una veintena de cortometrajes de todo el mundo en el que personas en riesgo de exclusión relatan a través del cine su situación, sus historias y sus reivindicaciones. “En el fondo, estamos ante un problema que es mundial, pese a que en cada rincón el origen suele ser algo diferente; una exclusión favorecida por la climatología en algunos casos, por la guerra y los refugiados en otros o por una crisis económica, como puede estar ocurriendo ahora en España, pero el problema es el mismo”, asegura. Amy está convencida de que esto no ha hecho más que empezar y que el cine ayudará a miles de personas, “porque es una gran plataforma para sensibilizar”.

Un momento del Homeless Film Festival que se ha celebrado en Bilbao.

Un momento del Homeless Film Festival que se ha celebrado en Bilbao.

Desde primera hora del día, ha trabajado con uno de los grupos asignados en el Homeless Film Festival de Bilbao. Debía orientarles en todo el proceso de elaboración del cortometraje, desde la elaboración de un guión hasta las nociones básicas de utilización de la cámara, la claqueta o el micrófono y el rodaje. Por la tarde el cortometraje debía estar dispuesto para ser exhibido. Y lo estuvo. “El corto que hemos preparado consiste en un trabajo en el que ellos mismos cuentan qué significa para cada uno la palabra hogar. Cada uno tiene su historia y en ella el hogar tiene un significado muy particular”.

El de Paco se rompió cuando apenas tenía 20 años. En plena adolescencia su padre falleció y sólo cinco años más tarde la muerte se llevó a su madre. Como sus ocho hermanos, se quedó huérfano y sin medios con los que subsistir en la Huelva de finales de los 80. Lo intentó en la recogida de la fresa y en pequeñas chapuzas, pero no salió bien. No tardaron en desahuciarles. Sin hogar y sin futuro, junto a otros dos hermanos decidió abandonar lo que había sido su vida y buscarla en la calle recorriendo media España hasta recalar en Bilbao. Y así 25 años, con sus días y sus noches, “lo más duro de estar en la calle, las noches”. La desgracia no ha dejado de acompañarle en este tiempo. En 2004 un camión se llevó por delante a uno de sus hermanos y le dejó como única referencia de lo que un día fue una familia a otro hermano que como él se busca la vida en Euskadi, “con el resto no tengo relación, no quiero saber nada”, asegura.

Paco lo intentó en la recogida de la fresa y en pequeñas chapuzas, pero no salió bien

Hoy ha asistido ilusionado a la sesión para grabar el cortometraje. Su deseo es que el cine y las historias como las que ellos y otras muchas personas sin hogar puedan llevar a las pantallas puedan cambiar el corazón y la actitud de millones de personas, “que entiendan que los que estamos en la calle necesitamos ayuda, si no nos ayudan no salimos de ellas”. Paco sabe de lo que habla. Hace tres años que tiene un techo bajo el que dormir, algo muy parecido a un hogar. Asegura que es probablemente la mejor época de su vida en mucho tiempo. El apoyo que reclama para otros lo encontró en la asociación Bizitegi de la capital vizcaína.

Es el mismo que ha rescatado la esperanza de Josemi. Este ilicitano de 35 años acumula un pasado de camarero, de trabajador del calzado, de locutor en la radio e incluso hizo sus pinitos en el cine y el teatro. Hoy está encantado, entre guiones, claquetas, focos y cámaras. Como pez en el agua.

Con verbo fluido, Josemi afirma que ha decidido dejar atrás su pasado en su Elche natal. No olvida cómo una acusación de maltrato “que no cometí y que me tuve que tragar” le cambió la vida y le llevó a dormir en la calle “casi dos años”: “Lo más duro es el comienzo de esa vida. Si aguantas el chaparrón luego la lluvia la sobrellevas mejor”. Ahora su ilusión es emprender una nueva etapa y se prepara para ello. El siguiente reto es aprobar el examen de acceso a la universidad para formarse como educador social y ayudar a personas que lo han pasado mal como él.

Una acusación falsa de maltrato le cambió la vida a Josemi y le llevó a dormir en la "calle casi dos años"

En iniciativas como el Homeless Film Festival Josemi ve una oportunidad inmejorable para terminar la invisibilidad que cree que daña a todas las personas que viven sin un techo en el que cobijarse, “creo que es bueno que con cosas así podamos acercar esta realidad a la sociedad, que se vea que es algo con lo que conviven todos los días, que lo tiene ahí, a la vuelta de la esquina, que no es una realidad invisible”.

Julen trabaja en ella. Lo hace colaborando a través de Bizitegi para apoyar al cerca de un centenar de personas sin hogar a las que asiste esta organización sólo en Bilbao. Subraya que cuando alguien se encuentra en una situación de exclusión no sólo requiere de apoyo para cubrir exigencias básicas sino otros elementos que en ocasiones se descuidan y que con iniciativas como el Homeless Film Festival se refuerzan: “Necesitan también autoestima y todo esto se le refuerza. Les permite expresarse, contar que sienten. Además, es un modo diferente de denunciar las desigualdades sociales y de romper el muro de la exclusión social y ponerlo delante del conjunto de la sociedad”. Asegura que tras años de experiencia ha llegado a la conclusión de que la línea que separa la exclusión de la inclusión social es muy delgada, “a veces basta con un problema que desencadene todo”.

Ahora el cine se suma a la batalla por la justicia social como un aliado más, como un altavoz de sensibilización y una escuela de desarrollo personal para quienes pensaban que nunca sería escuchados. En Bilbao ya piensan en la siguiente edición.