Cerámica, tebeos, discos, enchufes, gafas, zapatos, jaulas, muebles, artículos de cuero, ropa… nuevo o usado. El mercadillo urbano más famoso de Madrid inspiró a escritores (Ramón Gómez de la Serna publicó su extensa obra El Rastro y Benito Pérez Galdós lo nombró varias veces en Los Episodios Nacionales), a cantautores (“Uno, dos y tres lo que usted no quiera para el Rastro es”, proclamaba Patxi Andión y  Joaquín Sabina lo nombra en los temas Con la frente marchita y Dieguitos y Mafaldas) y a cineastas (Pedro Almodóvar ambientó Laberinto de Pasiones en la zona, convertida durante la Movida Madrileña en su más esplendoroso escenario). Detrás de los vistosos puestos, no sólo está la gente que lo hace posible, curtidos vendedores tan variopintos como la mercancía que vocean, sino también personajes curiosos que, cada domingo, acuden enganchados a su vitalidad y bullicio, y que otorgan a este enclave esencial de la cultura madrileña la personalidad, el casticismo y el carácter que le ha hecho famoso en el mundo entero.

Este tesoro adorado por los madrileños y admirado por los de fuera, se ha visto en peligro en varias ocasiones (la venta ilegal, los proyectos de privatización y sectorización impulsados por Gallardón) con el consiguiente desagrado de la ciudadanía que quiere que se respete su esencia: un caos ordenado, ruidoso y  pintoresco donde disfrutar de la mejor mañana del domingo o jornada festiva. Para mantener su esencia ha nacido Érase el Rastro, una web que trata de reflejar su realidad, de conservar el patrimonio cultural, y de ofrecer información y entretenimiento. Sus artífices son Eva Calonge y Blanca Ribas Esteve, dos jóvenes entusiastas emprendedoras, graduadas en periodismo y comunicación audiovisual, cuya idea surgió de lo meramente personal. “El Rastro siempre ha sido un lugar de recreo para nosotras -recuerda Eva-. Muchos domingos íbamos sólo para tomar algo pero, su autenticidad y carácter, convirtieron al domingo en sinónimo de Rastro. Por eso, quisimos hacer una página interactiva que tuviera documentales y contara historias”.

Érase el Rastro no se limita a describir las calles, los quioscos o el ambientillo como haría una crónica al uso, sino que su afán es hablar con las personas que hacen posible El Rastro, saber acerca de ellas. Así, utiliza el formato entrevista para crear historias fragmentadas en tono documental de las que el espectador puede articular su propia narración. “Queríamos hablar con gente corriente y saber acerca de ellas -puntualiza Blanca-. Realmente el visitante no es consciente de todo lo que implica y abarca este mercado”.

En la primera entrega recogen cinco testimonios, cinco relatos llenos de verdad y sentimiento. Cinco personas singulares cuya vida ha discurrido en paralelo al mítico rastrillo y que bien podrían pertenecer a un guión cinematográfico. El encargado de comenzar el recorrido interactivo es Alberto Gómez Font, un auténtico gentleman que tenía un puesto en la Plaza Vara de Rey. Otro destacado personaje fue Karam Zafar, más conocido como El Perfumista o el Señor del Turbante, un paquistaní que llegó a España en 1946 para transmitir el mensaje de paz del Islam de la comunidad Ahmadia y es su hijo, Qamar Fazal, el encargado de honrar la memoria de su padre y su trabajo como misionero.

El anticuario y restaurador José Antonio, Jesús (más conocido como el vaquero), que dice vivir de cuento, es decir, intercambiando tebeos y novelas; y Mari Luz Mejías, una asidua de El Rastro sin pretenderlo ya que nació en la calle Abades, terminan de conformar este elenco entrañable y simpático.

“Entrevistar a sujetos tan dispares y escuchar sus vivencias nos ha permitido entrar en cinco mundos muy distintos -comenta Eva-. Todos ellos han sido muy generosos dándonos a conocer partes de su intimidad. Todos ellos tienen en común es su amor al mercado madrileño por excelencia. El Rastro es su vida. El vaquero, Jesús, un personaje anacrónico recalca: ‘yo hago las cosas sobre todo porque me gustan y, si no estuviera en el Rastro, estaría pidiendo en una esquina’ y Qamar Fazal, por ejemplo, mantiene el puesto de su padre por lo que supone para él. Aunque ya no venda perfumes, la esencia del Señor del turbante sigue allí”.

Conocer estas historias crea conciencia sobre los múltiples significados y valores que tiene El Rastro para cada persona. “Hemos aprendido el esfuerzo y sacrificio que conlleva salir adelante a través de él. También hemos entendido el disfrute del coleccionista, del fanático, que no concibe un domingo sin su paseo rutinario y su vermú al final de la mañana. Nos hemos dado cuenta del sentido de crear comunidad a través de un puestecito, por pequeño que sea. Al final, El Rastro constituye una gran familia y eso es algo hermoso”, añade Blanca.

En  este peregrinar no todo ha sido un camino de rosas. “Al margen de las dificultades previsibles como quedarnos sin batería en alguna de las cámaras o toparnos con alguna jornada lluviosa, el mayor inconveniente han sido algunos comerciantes reacios a ser filmados -recuerda Blanca-. Hasta el punto de acercarse a nosotras alzando la voz y protestando por sus derechos de imagen. Incluso cuando hemos utilizado teleobjetivos y no eran ellos el motivo que estábamos grabando. Hay que andarse con ojo porque hay gente muy susceptible…”. Su suerte cambió cuando llegó Alberto Gómez Font, uno de los protagonistas de la primera tanda, entró en escena. “Durante los primeros domingos nos enfrentábamos a un abismo de información y gentes. Era muy complicado acercarte y decir: ‘Hola queremos hacer un documental sobre ti ¿Nos cuentas cómo llegaste aquí?’. Menos mal que apareció Alberto y nos fue abriendo puertas. Él nos ayudó a descubrir a algunos de los sujetos. A través de la confianza de los primeros contactos surgieron muchos más. Creamos como una especie de tela de araña en la que todos estaban interrelacionados de una forma u otra”, explica Eva.

Embarcarse en la aventura de Érase El Rastro tiene un fin primordial: recoger para la posteridad y mostrar a los madrileños más jóvenes lo que hay detrás de los puestos que salpican el barrio de Embajadores cada festividad. “La mayoría, creo que no lo sabe -asegura Blanca-. De hecho, antes de emprender esta aventura, nosotras mismas nos podíamos incluir en ese saco. Queríamos conocer mucho más. Sólo hay que ser un poco observador para percatarse de la cantidad de historias y curiosidades que esconde cada puestecito y comerciante”. Y no todo son alegrías. “Las historias quedan muchas veces veladas -apostilla Eva-. Se intuyen lutos y se cuentan los nacimientos, pero no siempre se pueden escuchar de primera mano. Las piezas que conforman Érase El Rastro muestran la historia al otro lado, una crónica que, si no se registra, queda silenciada y muerta. Nuestro interés es mostrar a la sociedad madrileña que este mercado es único en su especie, uno de los más vetustos de Europa que, cada semana, despliega su belleza y verdad”.

Eva y Raquél tienen previsto lanzar nuevas temporadas cada seis meses, y ya están preparando la próxima, que verá la luz el próximo mes de febrero de 2017. En ella se pueden ver los testimonios del gitano Antonio, con su espectacular puesto de antigüedades, o el local de José Elías y, también, el trabajo de los barquilleros, nada más castizo y representativo de Madrid que, en vez de encontrar apoyo y promoción, sólo reciben vacío legal y menosprecio. Algo inconcebible en otras capitales europeas tan celosas de sus tradiciones.

Y con la administración hemos topado ¿Se ha interesado algún organismo, público o privado, por él? “Érase El Rastro ha nacido hace poco pero creo que es cuestión de tiempo que, a través de una mayor difusión y recorrido, alguna de las instituciones de la capital acoja el proyecto para poder acceder a medios con los que actualmente no contamos -responde una optimista Eva-. Sería muy positivo, no sólo para la web sino también para El Rastro, que lo vieran con la misma ilusión que nosotras”.  Folclore madrileño, autenticidad castiza, anécdotas reveladas… ¿Qué más se puede pedir?