Los negocios de un barrio dicen mucho del mismo, dicen mucho de la ciudad y de la sociedad. La avenida de Brasil en Madrid durante los años 80 era el refugio de la cultura de las salas de fiesta, de los bares de alterne, del humor de Arévalo y Esteso, de las bolas de disco, de las vedettes... Sus plumas y las copas estaban al acecho de los palcos del Bernabéu y la zona de negocio de Azca. Aquellos eran viejos afterworks que también contenían en su ADN, y mucho, lo que era la cultura empresarial de entonces.

En el declive de este ambiente, al que los más jóvenes llevaban tiempo dándole la espalda, llegaron dos veinteañeros y abrieron un bar de copas en el espacio que había dejado un extinto puticlub, llamado Casablanca, que en su último respiro les sacó un sustancial traspaso.

La fachada exterior del Moby Dick antes de la reforma

La fachada exterior de la sala original.

"Teníamos poco más de veinte años, éramos unos imprudentes, cogimos un traspaso por el que firmamos letras a seis años. Reformamos el local entre amigos y algunos albañiles como pudimos y con poca inversión, porque estábamos ahogados", cuenta uno de esos veinteañeros. Su nombre es Alberto Delgado y junto con Daniel Castillo puso en marcha la sala Moby Dick. Fue el primero de una larga lista de bares que convirtieron, en pocos años, la avenida de Brasil en una zona de ocio de la noche madrileña. También ayudó que ellos abrieran en 1995 el Irish Rover.

De su inauguración, un 26 de marzo de 1992, se cumplen ahora 25 años. "Empezó como bar de copas y comenzamos a organizar alguna actuación de rock esporádica. A nosotros nos gustaba mucho la música, tenemos amigos músicos, y luego fuimos programando con más asiduidad", cuenta el socio fundador.

Aquel gusto por la música se convirtió en entrega, especialmente cuando tenían que montar el escenario móvil. "Era horrible subirlo y bajarlo del almacén cada vez que había un concierto, era un rompecabezas. En el 95 hicimos una reforma más ambiciosa y montamos un escenario con un equipo en condiciones y una cabina que ha durado hasta ahora".

En estos 25 años han organizado más de 4.000 conciertos. En su lista de bandas se pueden nombrar muchas dejando un larguísimo etcétera. Entre los internacionales que pasaron por avenida de Brasil: The Christians, The Horrors, Nada Surf, Coco Rosie,The Sound of Arrows, DMA’s y The Church. En el ámbito nacional lo difícil es dar con una banda que no haya pasado por la sala: Siniestro Total, Glutamato Ye-Yé, Pistones, Los Enemigos, Kiko Veneno, Burning, Los Ronaldos, Los Petersellers, Danza Invisible, Los Secretos, Gabinete Caligari, Un Pingüino en Mi Ascensor, Toreros Muertos, Antonio Vega, Los Planetas, Dover, Lagartija Nick, Sidonie, Sexy Sadie, Iván Ferreiro, Los Coronas, M-Clan, The Sunday Drivers, Pereza, Delorean, La Habitación Roja, Love of Lesbian, Vetusta Morla, Supersubmarina, Klaus&Kinski, Triángulo de Amor Bizarro, Russian Red, Los Punsetes, Ellos, Sr Chinarro, Cycle, Fuel Fandango, Lori Meyers, Second, Mendetz, Asesino, Alondra Bentley, Maga, The Cabriolets, Tachenko o Joe Crepúsculo. Y aquí ponemos de nuevo un etcétera que deja fuera a muchos.

Con todos estos grupos y nombres es fácil imaginar que en la sala se han producido momentos muy especiales para la música y para los parroquianos. "Es difícil destacar un momento entre estos 25 años -hace memoria Alberto-, nos lo hemos pasado muy bien con los Toreros Muertos y con Pablo Carbonell y su banda, con ellos hicimos nuestro cuarto y quinto cumpleaños". Y tirando de memoria, apretando un poco los ojos, empiezan a desfilar recuerdos: "El Reverendo, era otra habitual, los Dover tocaban en petit comite antes de lanzarse al estrellato; y Los Petersellers un tiempo eran como parte de la familia. Todavía vienen a tocar cada 28 de diciembre, es una tradición".

Nuevos tiempos

Hasta 2007 todo les fue relativamente bien, desde el punto de vista económico. Todo fluía con relativa facilidad. Sólo pasaron dificultades administrativas con el Ayuntamiento, pero recurriendo a los tribunales consiguieron, dieciséis años después de su apertura, tener todas las licencias en orden. Con la crisis la sala tuvo que reducir los días de apertura, "antes cerrábamos sólo los domingos y ahora estamos de miércoles a sábado. Era imposible mantenerse".

Con vistas a celebrar la efeméride del cuarto de siglo acometieron una reforma. Ahora el local luce bastante distinto y adaptado a los nuevos tiempos, pero los directos siguen sonando igual de bien. Ya poco queda de aquella zona de ocio de avenida de Brasil que con el cambio de milenio se llenó de gente de marcha en un espacio de tiempo en el que, muerta la movida madrileña, había pocas épicas generacionales que vivir. Quizá una, la de dos veinteañeros que montaron una sala de conciertos en un antiguo puticlub.