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'El Círculo', cuando el terror viene de Silicon Valley

Emma Watson

Emma Watson, protagoniza El Círculo

Lo que da miedo de El Círculo, el thriller de aire futurista protagonizado por Tom Hanks y Emma Watson, no es la terrorífica distopía cibernética que plantean con un guión de brocha gorda. Sino que todo eso con lo que nos quiere asustar hace tiempo que ya está aquí.

El argumento sonaba más novedoso en 2013, cuando Dave Eggers publicó la novela The Circle en la que está basada la película. No se imaginaba Eggers que solo cuatro años después sus reminiscencias orwellianas estarían tan de actualidad que ni siquiera suena futurista.

Todo transcurre en una todopoderosa empresa tecnológica, una especie de mezcla de Google, Twitter y Facebook, donde la privacidad se sacrifica en favor de la promesa de transparencia.

"Saber es bueno, pero saberlo todo es mejor", dice Tom Hanks mientras se dirige a un auditorio de empleados entusiastas. Hanks interpreta el gurú de la empresa tecnológica de moda, en la que se supone que las mentes más brillantes del planeta quieren trabajar pese al tufillo a secta que desprende. "Compartir lo es todo", repiten los empleados al consejero delegado cuando promete entre aplausos que el big data salvará el mundo de todos los males porque habrá un algoritmo para cada problema.

¿Puede existir la privacidad en un mundo hiperconectado a las redes sociales? ¿Si la retransmisión de vídeos en directo se vuelve omnipresente nos comportaremos mejor o sacará lo peor de nosotros? ¿Podemos ser realmente libres cuando las grandes empresas tecnológicas controlan cada movimiento dentro y fuera de internet?

Más que futurista, la trama parece sacada de un telediario

Son preguntas que podrían llegar a preocuparnos si no se trataran en el film de un modo tan superficial, casi paródico. Se supone que debe resultar inquietante que la siniestra compañía tecnológica que encarna El Círculo esté introduciendo un ejército de diminutas cámaras en todo el mundo. Y lo es. Lo que no resulta es sorprendente.

En 2017, Snapchat ha lanzado Spectacles, unas gafas que le pone cámara de fotos a las redes sociales. Y la gente ya transmite miles de videos en vivo de ellos mismos y cientos de millones de fotografías de sus cenas todos los días en las redes sociales. También sabemos algo que los personajes sorprendentemente ignoran: que tener retransmisiones en directo en redes sociales tiene muchos peligros. En unos pocos meses de Facebook Live ya hemos visto desde agresiones policiales a asesinatos en directo. El futuro cada vez envejece más rápido.

Orwell ya se había imaginado una versión analógica del Google que todo lo ve en 1984, que por cierto ha vuelto a convertirse en un best seller en Estados Unidos medio siglo después de su publicación. El miedo al Gran Hermano, ya sea político o tecnológico, está demasiado a flor de piel en la vida real como para que un planteamiento en el que aparentemente nadie cuestiona los riesgos de que todo el mundo esté observado resulte verosímil.

 

 

La película de James Ponsoldt aspiraba a ser ciencia ficción. Pero el miedo a la pérdida de privacidad, el derecho al olvido y el recelo hacia las grandes compañías tecnológicas convertidas en monopolios del big data no tiene nada de nuevo. La trama parece sacada de un telediario.

Cuando Eggers escribió su novela, la idea de una sociedad en la que las empresas recopilan más datos para lucrarse con la excusa de hacer a la humanidad más perfecta a costa de la pérdida de privacidad podía sonar todavía a distopía. Ahora es un debate jurídico.

Ya vivimos una realidad en la que los asistentes de voz como Alexa de Amazon, que ya se venden para el hogar, están desarrollando poderes de predicción. Y ya es capaz de decirnos qué debemos ponernos por la mañana. La inquietud entorno a la privacidad y la retransmisión de vídeos en directo que plantea la película se ha quedado un poco vieja.

El siguiente paso va a ser cómo esos algoritmos que estamos metiendo en las gafas y la mesita de noche van a utilizar sus impresionantes poderes de predicción para anticipar nuestros deseos antes de que los tengamos.

A medida que avanza la inteligencia artificial en nuestra vida cotidiana, vamos a tener que acostumbrarnos a las películas que muestran ese lado oscuro el futuro del que Black Mirror ya nos había advertido con mucha más audacia. Lo que vamos a tener es que dejar de llamarlas futuristas.

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