Alejandro Talavante lanzó, el viernes en la Corrida de la Prensa, al menos dos miradas asesinas al tendido. Con el derrumbe de la tarde por la invalidez de los toros, recibió mientras lanceaba un inesquivable "Golfos, y tú el primero Alejandro, que sois unos golfos". Ante ese mismo sobrero corraleado con el que minutos después firmaría una obra maestra, se le recibió desde arriba con el dardo habitual en las tardes de figuras: "Este no es la cabra anterior, cómo se nota", en la línea de flotación de una presunta incapacidad del torero ante un enemigo más exigente con el que, insisto, muy poquito después dio la vuelta a la tarde y a la feria como sólo los números uno saben hacer.

Los toreros ahí abajo oyen todo, por mucho que disimulen en las declaraciones. Todo se oye, todo se indigesta. Esas dos miradas asesinas en los desplantes cuando el mundo era suyo reafirmaban la gallardía del matador. Él sólo miraba. Aunque esa mirada tuviera traducción simultánea: "¿Qué decís ahora, a ver?".

Entre las dos rayas del 7 provocó el terremoto del toreo grande. El feo Mayalde sacó su belleza interior y se produjo la sinfonía que buscamos en cada una de las 30 tardes, porque sabemos que siempre acaba llegando. Siempre.

En el toreo todo pasa en cinco minutos. Hay que saber esperar, al toro, al torero, al momento

Era tal el desafío en la mirada -herida pero valiente- de Talavante que dio un muletazo completo dedicado a los faltones, perdiéndole la cara al toro. Fue la sacudida que faltaba, el alto voltaje del faenón. El toro era suyo y lo toreaba sin mirarlo, para que quedara meridianamente claro que ni es un golfo ni un incapaz. Surgían mucho más que muletazos espléndidos: la gente se levantaba, brincaba emocionada, no sólo aplaudía. ¿Dónde quedaba ese Talavante aparentemente apático de su primer toro?

En el toreo todo pasa en cinco minutos. Hay que saber esperar, al toro, al torero, al momento.

Hasta el Rey emérito le hubiera dado, por supuesto, las dos orejas.