He visto a Torra, como un monje malvado de Umberto Eco, sonreír suavemente al totalitarismo y al amor, como a un puñal consagrado. He visto a etarras hablando como un siux, de la paz de la tierra y de sus melenas de viento y búfalos, con la sangre de los muertos aún en los ojos y en la piel, hecha heráldica o láminas de Rorschach. He visto a Zapatero, con su cara de luna de Méliès, mantener el maquillaje de risa de payaso de cumpleaños y el talante de espantapájaros de musical ante desastres, calamidades e injusticias, aquí, en Venezuela o en el arco iris. O sea, que me van cargando ya las suavidades y los melindres de las formas, la fineza en la política, cuando sirven de refugio del malvado o del incompetente, cuando son una manera de ocultar la realidad poniendo delante esa fuente de champán que son unas lágrimas de princesito, tan llamativas y ridículas.

Lágrimas de princesito, eso es lo más transparente y auténtico que le salió a Sánchez el otro día, en el Congreso, mientras todo se le venía abajo como si el Hemiciclo fuera una mina dinamitada. De hecho, aquí estamos, hablando de las lágrimas de Sánchez, de su guisante en el colchón, de su piel fina de nácar irisado, de su flor aplastada por el rocío. Y del bronco Casado, el desconsiderado Casado, el faltón Casado. Olviden todo lo que pasa, que a Sánchez le ha entrado una pestaña en el corazón, ha dicho que ya no se “junta” más con Casado, y es cuando todos hemos llorado de compasión y de diez añitos.

De vez en cuando, alguien que tiene metido en fango al país, al dinero, a los pobres y hasta a su coche oficial de vidrio negro y picudo como una botella rota en el barro, saca precisamente eso, lo del fango, que no le enfanguen la política, que no se entre en ese lodazal, como una madre en los columpios. Esto del barro les ha servido a todos para esquivar la corrupción, la ineptitud y la realidad. Desde González a la ministra Delgado, desde Pujol hasta Susana con su pose de gato con botas. Pero es un recurso muy pobre. Se quiere poner la higiene por delante de la verdad, de la inteligencia y de la necesidad, pero es raro que la higiene sea más importante que todo esto. Lo que ocurre es que, cuando sólo se tiene carita, que te la manchen con el barro de una bici o con un tartazo de chocolate es toda una tragedia. Sánchez, “huraño como un dandi con lamparones” que decía Sabina. Él, demócrata de pasarela, de la izquierda con antorcha y túnica puras de todas las alegorías, se vio tachado de golpista y su corazón se partió como una hucha de cerdito, vacía, claro.

En realidad, la intervención de Casado fue brillante, de otro tiempo. Sin papeles, como un pianista, con todas las notas, los datos y el ritmo en la cabeza. Aquello le iba cayendo a Sánchez encima como un largo solo de jazz de guantazos. Tuvo suerte de que Casado usara esa hipérbole, esa provocación, llamándolo “responsable y partícipe” del golpe de Estado separatista. Si no, sólo se hubiera hablado de la tunda que se llevó. Hacerse el ofendido le sirvió a Sánchez para no tener que contestar y quedarse ahí, como un excursionista bajo la avalancha, con un calcetín como bandera blanca.

Los modos, el tono bronco, eso son tópicos como de partido de fútbol que se sacan luego. Pero Sánchez está negociando con golpistas su permanencia en el poder, ha convertido la cárcel en un escenario de diálogo político y, sobre todo, está haciendo la vista gorda mientras al Estado de Derecho y a la libertad en Cataluña lo devoran comecocos amarillos, gobernantes títeres y milicias alobadas. A Sánchez, que llamó indecente a Rajoy por mera aproximación, le ha ofendido sin embargo mucho que tanta cercanía, tanta sintonía y tanta compraventa directa de él con los golpistas lleve, en la dialéctica parlamentaria, a que lo emparenten evidentemente con el golpismo. Su reacción, cómica, ha sido divorciarse de Casado de una manera rara, como los Roper o Epi y Blas. No se trata de olvidar las buenas maneras, sino de no poner el melindre por encima de la verdad y de la intensidad del debate político, más cuando se está decidiendo el futuro de España. Pero todavía es peor, es ya una cobardía, si el melindre y el moquito sirven para tomar el escaño como burladero o falda madrera contra la verdad y contra la responsabilidad.

Yo no vi en lo de Casado más que un recurso oratorio. Y creo que se puede subir un poco el tono en los discursos y también el nivel de tolerancia para el rubor doncel. Deberíamos aprender del Parlamento Británico, cuyos debates parece que aún se celebran en una taberna que se llamara El ganso y la parrilla o así, y donde sólo falta que lluevan chuscos, igual con Churchill que ahora. Imaginen que a Rufián, el borde que es capaz de soltar borderías poniendo cara de pintarse los labios, se le correspondiera justamente con borderías, que un Congreso más british celebraría con risotadas igual de elegantes que mesoneras, como de mosqueteros. Sí, un poco más british y más intenso todo, esa dura caballerosidad del rugby en vez de nuestro fofo fútbol. A lo mejor simplemente así, subiendo un poquito ese nivel, en los discursos, en la determinación, en los hechos, Torra ya no sonreiría igual en sus amenazantes misas negras, ni los terroristas en sus cucañas de muertos. Ni ningún presidente pondría, con tanta tranquilidad y desfachatez, cara de escaparate de golf ante la ruina.