A Sánchez se le estropea el verano a pesar de tener nuevo Gobierno, nueva chimenea de cabezas y nuevo jefe de cocina, todavía con cara de vigilar los asados habsburgueses de los paradores. Vuelven los toques de queda, las noches sólo para coches de policía como sólo para lobos, los garitos prohibidos o peligrosos con escalerilla al infierno, la hostelería temblorosa como sus carritos de servir, el turismo de toldo volado y ruina. Las sonrisas que Sánchez decretó (o Iván Redondo, ay, que me doy cuenta de que ya es un señor para la nostalgia, como el hombre de la tónica) están llenando otra vez los hospitales de negacionistas y de padres de la Logse con niñatos ya no sé de qué ley. El desbragamiento de mascarilla y el verano más rozadizo que nunca en este año de charlestón y despiporre no son exclusivos de España, pero sólo aquí tenemos a un presidente dedicado únicamente a la cacería.

A Sánchez se le estropea el verano, aunque no sé si es posible que a él se le estropee un verano o cualquier otra cosa, al menos mientras tenga ese colchón al que acaba de darle la vuelta con una gracia de plumero y de sacudida de Gracita Morales. Ni siquiera le va a estropear nada el TC, que ha declarado inconstitucionales las restricciones más duras del primer estado de alarma, ésas que parecieron meter a nuestras ciudades, y a nosotros mismos, en estanques vaciados o en hemisferios de Magdeburgo. Un bastonazo del TC, una resolución suya con esa letra como de manga pastelera, debería ser algo muy serio, pero por lo visto no lo es tanto. Parece que se anularán las multas, pero nadie habla aún de que el presidente o el Gobierno tengan que responder de alguna forma por esa decisión. Como digo, a Sánchez no le estropea el verano nada, ni el bicho que vuelve como una secuela de Tiburón ni un Tribunal Constitucional que sólo podría pillarlo mandando un motorista al pasado.

Sánchez ha tenido tiempo de planear la muerte de ministros y camaradas como en el Orient Express, pero aún no ha pensado en una ley que evite que las autonomías tengan que estar recurriendo a los tribunales

Sánchez está en su presente, que no es el virus sino su venganza de isla de los famosos o de Diez negritos, y no le importa el futuro hasta al menos 2050 (o eso era con Iván Redondo, claro, que ahora a lo mejor esa fecha es equivalente a preocuparse por las olimpiadas de Gallardón). Sánchez, decía, está reconfigurando el presente y su futuro se enfoca en recuperar el armazón del PSOE y aquella primera moderación que le hacía pasar malas noches de farero pensando en Podemos. No se va a preocupar, por supuesto, por tribunales que sólo ejercen en el pasado.

Esto del TC anulando el pasado puede parecer muy tonto o, al contrario, de lo más profundo y teológico, como cuando el papa Francisco dijo que el infierno no existía y millones de almas escaldadas por sus antecesores se borraron del tiempo, exactamente igual que el mandato de Rosa María Mateo. Santo Tomás diría que eso es imposible, que ni Dios puede hacer que lo que ya fue no haya sido, pero esto se tendrá que dirimir en una pelea entre santos y papas, vivos o muertos, que de todas formas no conmoverá para nada a Sánchez, como no lo conmueve lo que dice el TC. Las resoluciones escritas en obleas del TC sólo anulan el pasado inamovible y las de los tribunales autonómicos se encargan de ir modelando de nuevo el caos veraniego, así que Sánchez puede estar tranquilo porque nada de eso le atañe.

Sánchez ha tenido tiempo de planear la muerte de ministros y camaradas como en el Orient Express, pero aún no ha pensado en una ley que evite que las autonomías tengan que estar recurriendo a los tribunales cada vez que la nueva normalidad sanchista les ahoga con una nueva ola. Ya se planea, eso sí, la nueva Ley de Seguridad Nacional, que le va a permitir a Sánchez hacer casi lo que quiera, dictarles los editoriales a los medios o igual hasta capitanear portaaviones. Uno se puede preguntar si esto es compatible con la eficacísima cogobernanza, y con que los toques de queda municipales aún dependan de si los jueces locales son más de playa o de montaña, pero yo creo que la pregunta no tiene sentido, como la de si se puede borrar el infierno.

A Sánchez parece que se le estropea el verano, pero no. Tiene un colchón dado la vuelta, tiene un sanchismo dado la vuelta, tiene un nuevo Gobierno como un nuevo ajedrez humano y tiene un nuevo Richelieu que sabe cocinar como los mosqueteros, mucho mejor que Redondo, que sólo le preparaba cáterin de serie de televisión. Además, le va a caer dinero europeo como caían del cielo los balones de Nivea. Ante esto, lo único que pasa es que el TC arde absurdamente como una zarza sapientísima, que el bicho se come a la juventud como un polo de cola (como la juventud se come sus cuerpos de cola), que los guiris se desapuntan de la sonrisa de emoji de la ministra Darias, y que la ruina vuelve como un cometa. Bueno, y que Cuba, sin ser una democracia, no es una dictadura. Pero si el bicho le coge a Sánchez lejos, no digamos la libertad de Cuba. No, nada le estropea el verano a Sánchez, que ya se ve capitaneando el nuevo PSOE, los portaaviones y hasta los periódicos. Y si resulta que eso no es constitucional, ya le mandará el TC un motorista al pasado.