El drama de Ciudadanos que se está retransmitiendo a cámara lenta a toda España es al mismo tiempo un drama para el país entero porque lo es para la propia democracia española. Porque resulta realmente dramático que, después de tantos intentos, no haya sido posible que un partido de centro, con toda la vocación de liderazgo que se quiera pero con la función real de bisagra de una de las dos grandes formaciones políticas, se asiente y se consolide en nuestro país.

Es verdad que ninguno de los dos grandes, PSOE y PP, han querido nunca contar con un partido que ocupara el centro entre ellos dos y que desde siempre han hecho todo lo posible por irlo debilitando para a continuación merendárselo a la menor oportunidad. 

Esto pasó con el CDS de Adolfo Suárez y con el parlamentariamente non nato Partido Reformista, un proyecto liberal que encabezó electoralmente  Miquel Roca pero que contó con miembros tan destacados como Antonio Garrigues Walker en la presidencia, Federico Carlos Sainz de Robles, Justino de Azcárate, Rafael Arias Salgado, Pilar del Castillo, Florentino Pérez, María Dolores de Cospedal o Gabriel Elorriaga. Tampoco cuajó el intento de Rosa Díez al frente de Unión Progreso y Democracia, UPyD.

Sin embargo, Ciudadanos, el partido que nació con la vocación explícita de enfrentarse a los nacionalismos vasco y sobre todo catalán y de ocupar el papel de bisagra no condicionada por los afanes y los intereses nacionalistas, sí pareció que prendía y echaba raíces en el áspero suelo español. Pero el éxito cegó al líder en el mejor momento de la formación política y a partir de ahí se inició el declive que no se ha frenado en ningún momento.

Y en este caso no se puede decir que los españoles no entienden el papel fundamental que puede desempeñar en la vida política española una opción de centro liberal. De hecho, cuando Ciudadanos dejó el ámbito autonómico catalán y se presentó en toda España, fue recibido con indisimulada satisfacción por los electores. Tanta, que al final confundió a su líder, lo que le llevó a cometer el error letal de pretender ocupar un lugar que no era el suyo y perder con ello irremisiblemente el carácter de instrumento útil para la vida política española que se había ido forjando con el paso de los pocos años que tenía ese partido.

La culpa de lo que está sucediendo es de Arrimadas aunque quien vaya a pagar las consecuencias sea, como siempre, la sociedad española

Así que no son los electores quienes han abandonado a Ciudadanos sino el propio partido el que abandonó su papel y su funcionalidad. Aquél de Albert Rivera fue el primer y decisivo error del que nunca llegó a recuperarse. Fue el primero pero no el único. Inés Arrimadas, su sucesora al frente del partido naranja y que había secundado públicamente con verdadero entusiasmo la equivocada deriva de su líder, cometió una segunda equivocación que es la que ha llevado a su formación política al estado comatoso en el que ahora, y desgraciadamente para el país, se encuentra.

Porque a nadie en su sano juicio, y dadas las circunstancias de debilidad estructural en que se encontraba el partido en esta legislatura después de los resultados de las elecciones generales de noviembre de 2019, que fueron todo un aviso, se le ocurre pactar en secreto una moción de censura contra la formación política con la que se han cerrado pactos de gobierno en numerosos ayuntamientos y en algunas autonomías. Eso no se le ocurre a nadie que no esté ciego o padezca una gravísima miopía.

Porque con ese movimiento, que además se saldó con un humillante fracaso que tuvo además como consecuencia la inmediata pérdida del poder en la Comunidad de Madrid y la posterior desaparición de la escena política en la Asamblea madrileña, lo que hizo la señora Arrimadas fue proporcionar al PP, su hasta entonces socio de un puñado de gobiernos, el argumento definitivo para hacer a cara descubierta lo que estaban deseando hacer desde tiempo atrás: engullir a Ciudadanos.

Por eso la culpa de lo que está sucediendo es suya y solo suya aunque quien vaya a pagar las consecuencias de tan gravísimos errores sea al final, como siempre, la sociedad española.

Ciudadanos ha perdido en menos de tres años el 72% de sus afiliados según informa aquí Ana Belén Ramos, un porcentaje que evidencia hasta qué punto este partido está ya en una fase agónica.

Porque no es solo que haya perdido escaños y, por lo tanto, financiación pública. Es que quienes creyeron en lo atractivo e ilusionante de sus propuestas y albergaron la esperanza de que éstas contaran con la fuerza suficiente como para imprimir un acento determinado en las políticas de los gobiernos locales, autonómicos o incluso en el gobierno de España, la han perdido.

Ya no creen en Ciudadanos como partido útil para el país porque no creen que tenga ningún futuro. Esta es la cruda traducción de la hemorragia de militantes que padece a día de hoy el partido naranja.

El 13 de febrero Ciudadanos comparece como opción política ante los electores de Castilla y León. Los sondeos reflejan la situación que acaba de describirse en este artículo. Y ya es demasiado tarde para enderezar las cosas en esa región. Los sondeos señalan como claro ganador al candidato del PP y dan por cierto que su más próximo rival, el PSOE, no va a ser capaz de sumar los apoyos suficientes para ocupar el gobierno de la región.

Y, con ese panorama, el candidato de Ciudadanos jura y perjura que bajo ningún concepto pactará jamás con el previsible ganador “por mentiroso”. Es decir, está transmitiendo a sus posibles y seguramente ya escasos votantes que se aleja de antemano y por decisión propia de la posibilidad de ocupar el poder con un pacto con quien previsiblemente va a ocuparlo.

Es la manera más segura de ahuyentar a los seguidores que aún le queden al partido a menos que lo que esté buscando es a ese tipo de votante testimonial al que le basta con la satisfacción de haber apoyado al suyo “manque pierda”. Pero de esos hay muy pocos y desde luego no valen para levantar a un partido de su lecho de muerte y obrar el milagro de que eche de nuevo a andar.  

Y, sin embargo, ése tampoco será el final definitivo de Ciudadanos. Aún estará un tiempo alimentándose con las débiles fuerzas que le proporcionen uno o a lo sumo dos diputados que le puedan sostener hasta las elecciones andaluzas, su última esperanza antes de recibir el “¡listo para el despiece!” en el matadero de las próximas elecciones generales. 

Y todos habremos perdido con ello una nueva oportunidad, quizá la última, de contar con una opción centrada capaz de equilibrar a cualquiera de los dos grandes partidos que van a encabezar la gobernación de España en las próximas décadas evitándoles así recurrir a los extremos del arco parlamentario. Una pérdida autoprovocada.