Una vez más, me veo en la obligación de escribir sobre un asunto que me resulta especialmente doloroso. Lo es, por mis vivencias, y por los horrores que he tenido oportunidad de escuchar durante años, a través de cientos de testimonios, de chicos cuyas vidas se han visto devastadas. Niños que han soportado la crueldad y el abuso más vil y miserable por parte de quienes, teniendo la responsabilidad de tutelarles, espiritual y educativamente, han abusado de ellos o los han sometido a las más despreciables vejaciones y abusos sexuales. Este humilde artículo pretende ser, además de un grito y una denuncia, un homenaje a todos cuantos han sufrido abyectas violaciones por parte de curas y prelados miserables a quienes otro, en este caso el obispo de Tenerife, se empeñan en defender.
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