Pedro Sánchez ya se desayuna con unas encuestas que parecen esquelas de ingeniero de caminos o de dama de beneficencia, esas esquelas de antes que dejaban en el periódico y en los dedos un frío de suelo de iglesia. Nadie reacciona bien cuando se ve o se vislumbra así, con orla de grecas negras, en una caja de zapatos con cruz como si fuera un periquito muerto, ajedrezado con otros difuntos vecinos o compadres, y quizá por eso sacó la Gürtel el otro día, como un reproche a los antepasados de aparador. Sánchez está sin socios, tiene un Gobierno enfrentado o infiltrado y lleno de ministros de vitrina, como de escaparate toledano, y una crisis económica, democrática y de credibilidad que no se puede solventar con leyes simbólicas y latiguillos de comedia. Sánchez tiene que hacer algo y lo hará después de las elecciones andaluzas, no por darle una oportunidad al milagro sino para no adelantarse a los bichos de cementerio. Sánchez, por supuesto, hará lo de siempre: deshacerse y desdecirse.
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