Tiene razón Alberto Núñez Feijóo cuando dice que “no se puede gobernar España siendo irrelevantes en Cataluña”. Pero el hecho es que, aunque les duela a unos cuantos, el PP es un partido por rehacer en tierras catalanas.

Actualmente es el octavo partido en representación parlamentaria. Es decir, es el último, con tres escuálidos escaños, que en el Congreso de los Diputados se reducen a dos.

Con eso efectivamente no se puede pretender alcanzar el poder tras unas elecciones generales porque, entre otras cosas, Cataluña quedaría fuera del control de un gobierno central aun en la hipótesis -imposible o altamente improbable- de que hubiera ganado el PP en absolutamente todas las demás provincias españolas.

Pero no es que no haya personas de centro derecha y defensoras de la Constitución. Las hay pero están ahora mismo huérfanas de representación parlamentaria.

El PSOE se ha arrimado demasiado a ERC siguiendo la estela del Gobierno central y Vox es el refugio de quienes están dispuestos a aguantar carros y carretas sin rendirse jamás frente al  independentismo dominante. Dominante en el parlamento, que no en la calle, donde las pulsiones independentistas están bajando progresivamente como un suflé mal horneado.

Pero dominan la representación parlamentaria con ayuda de las CUP y en medio de una interminable trifulca que está destruyendo todo el potencial innovador que antiguamente fue patrimonio casi exclusivo de Cataluña y en menor medida también del País Vasco.

El PP no puede prescindir de un parlamentario tan elocuente como Alejandro Fernández pero es verdad que está ya muy desgastado para ocupar la cabeza de lista de las generales

Pero eso es ya historia porque Madrid se ha alzado como motor económico de España mientras Cataluña vegeta enredada en la constante e improductiva gresca entre dos maneras de entender el independentismo, a cual más inútil, para hacer progresar el territorio.

Los votantes de centro derecha existen y la prueba fue la victoria de Ciudadanos en las elecciones catalanas de 2017 con un millón largo de votantes que, sumados a los escasos 185.600 cosechados por el PP, daban un resultado que superaba el millón y cuarto de personas que en aquellos momentos de tensión máxima, tras la aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución, volvió a dar la victoria parlamentaria a una coalición del independentismo.

Pero esos votantes siguen ahí, puede que ahora en mayor número visto el desastre de los gobiernos secesionistas que se han sucedido desde entonces. Y ya no vale la cuestión de que en las autonómicas los votantes se inclinan por partidos de casa y en las generales lo hacen por los grandes partidos de gobierno.

Y no vale porque en aquellas elecciones lo que se votó fue Constitución, que es lo que ahora se votará si hay un partido que pueda defender la concordia y las posiciones de aproximación para el acuerdo que el PSOE de Pedro Sánchez ha dinamitado optando por unos socios cuyo mayor interés es destruir esa misma Constitución.  

Es tarea urgente del Partido Popular, dado que la supervivencia de Ciudadanos está profundamente en entredicho ahora, ahormar un partido que dé respuesta a las demandas de unos votantes de centro derecha que ya dieron la cara en 2017.

El PP de Feijóo no puede prescindir de un parlamentario tan elocuente como Alejandro Fernández pero es verdad que está ya muy desgastado para ocupar la cabeza de lista de las próximas elecciones generales.

Ahí tienen un plantel de políticos del partido naranja que no pueden desperdiciar y tienen, aunque muy escaso, otro semillero de políticos jóvenes del PP que están por probar en una contienda electoral.

Y, dentro de Cataluña, su área de influencia mayor ha de ser el territorio que circunda Barcelona y su área metropolitana.

La tarea es difícil pero no imposible. Los electores están ahí y la oportunidad de rescatar al votante de centro derecha nunca estuvo más a la mano que con un líder como Alberto Núñez Feijóo.

Es ahora o ya se habrá perdido la ocasión para siempre.