Yo sí quiero ver a Ramón Tamames contra Sánchez, en una moción de censura, en un debate con cronómetro de entrenador de la RDA, en un duelo de opositores como de sonetos, o en una partida de petanca real, sin extras ni guion ni contrapicados con el sol a su espalda, como un John Wayne de la petanca. Soy de la opinión de que a Sánchez hay que confrontarlo siempre, retarlo siempre. Y no es ya que uno vea bien una moción de censura, siquiera para dejarle esa censura en la frente como un tintero estampado contra su traje berenjena. No, yo llevaría al presidente incluso a First dates, con su chaqueta apretadita, su jersey de cuello de cisne y su pinta de italiano que liga con turra y limoncello. Sí, a que se descubriera en la vanidad y en la ignorancia, como ese melón de gimnasio que pretendía examinar a una médico, y que por una vez ha puesto de acuerdo a las irreconciliables Españas. A mí lo de Tamames me parece, en realidad, un desperdicio de recursos, de inteligencia y de tinta, habiendo programas de Carlos Sobera, islas de las tentaciones y cosas de ésas.

A Sánchez hay que sacarlo más a hablar, a bailar, a torear, a que lo revuelque no ya la oposición sino la realidad

La verdad es que Sánchez sale poco, habla poco, se exhibe poco, que incluso suele cogerse largos periodos de vacaciones o desapariciones, esas vacaciones de borrarse que empleó mucho en la pandemia y sigue usando ahora, acuevado ya en los sucesivos apocalipsis. Entonces el que salía era Fernando Simón, que era como el corderito que nos metían en la propaganda de suavizante y en la misa sacrificial sanchistas, y ahora salen mucho María Jesús Montero, con esa cosa suya de enfermera enfadada y apremiante con la lavativa en la mano, y Félix Bolaños, siempre como con custodia o botafumeiro. Sin duda Sánchez se ha dado cuenta de que no genera confianza, de que no le creen, de que no convence. Manda a ministros ante los micrófonos o ante los tomatazos y volvería a cerrar el Congreso si pudiera, para salir solamente en la tele, jugando con los jubilados o con los Globetrotters, o predicando en las agrupaciones locales del PSOE, que parecen un parque infantil del McDonald’s, todo patatas con kétchup, piscinas de bolas y aplausos tristes y con hambre. 

A Sánchez hay que sacarlo más a hablar, a bailar, a torear, a que lo revuelque no ya la oposición sino la realidad, que entonces nuestro presidente queda como si le ganaran a la petanca esos jubilados con la cadera hecha de madera de barco. Lo de Tamames puede parecer forzado, aparatoso, esa revancha del jubilado con calculadora de manivela y parche pirata de ojo vago, como en aquello de los Monty Python en El sentido de la vida, pero lo mismo no está mal ser un poco aparatoso con el aparatoso Sánchez. A lo de Ramón Tamames creo recordar que Umbral lo llamó en alguna ocasión “marxismo de laboratorio”, y ahora también puede ser antisanchismo de laboratorio, eso de recurrir al viejo profesor que vive entre naufragios de libros, alambiques de gafas y una entomología de cifras vivas y muertas a la vez, para que le aplique a Sánchez el antídoto o el electroshock. Sí, sería algo así como si el científico bueno de todas las películas, con mechones en las orejas como una arborescencia de la inteligencia, se enfrentara al peliculero Sánchez con autoridad y algo de electroquímica, como un Frankenstein que se enfrenta a otro Frankenstein.

Yo a Sánchez le compondría una moción de censura con Tamames, otra con Rosa Díez, otra con Savater, otra con Trapiello, otra con Cayetana, otra con Arrimadas, y hasta con Rafa Nadal si se prestara. Yo a Sánchez lo tendría todo el tiempo de moción de censura, de debate con tictac de Un, dos, tres, de petanca heroica o de visita despistada por Europa o por ahí, persiguiendo a Biden o a la historia como un baboso persigue a una azafata. Yo creo que con todo esto no hace otra cosa que dejarnos actas notariales o certificados médicos de su personalidad y de sus trolas (en Marruecos, homenajeando a un sátrapa muerto e ignorado por un sátrapa vivo, toda la memoria democrática se le venía encima como un águila de piedra). A Sánchez, ya digo, hay que sacarlo a hablar y a bailar, y yo creo que tampoco importa mucho que Vox esté por ahí como ha estado siempre, o sea como un sobrero del toro de Osborne, muy hinchado, zaíno y contrachapado. Lo que no entiende uno es que el PP crea conveniente y valioso salir en manifestación junto a zumbados que se limitan a enseñar el pollo franquista como un bigotillo abrasado o arrancado, pero una moción de censura con Tamames le parezca una inutilidad y una payasada.

Yo sí quiero ver a Tamames contra Sánchez, ver al profesor que en la historia y en la economía de España a uno le parece fundante, como el arado romano, contra el bobo acosador de la historia o de sus azafatas. La moción no saldrá adelante, pero será pedagógica, como una lección unamuniana ahora que nadie recuerda a Unamuno. Incluso puede que sea glorioso, aunque Tamames llegue a la tribuna y sólo se le caigan los papeles, como a Buster Keaton en el final de Candilejas. Yo pondría más mociones de censura, toda una vuelta ciclista de mociones de censura, toda una lista de espera de mociones de censura, de profesores, peritos y hasta poetas contra Sánchez. Yo a Sánchez hasta le daría un programa como los de Joaquín o algo así, que cuanto más se exhiba, mejor. Aunque nada sería tan didáctico como verlo en First dates, hablándole a su cita sobre el lugar que le tiene reservado la historia, mientras ya parece hacerle el cunnilingus a la copa de vino, como a una corista achampanada, o a la severa pero chispeante agua con gas, como a una monja lasciva, muy seguro él de su conquista y muy seguros los demás de su fracaso.