Pedro Sánchez ha digerido mal los resultados del pasado domingo. Tal vez porque en Moncloa no se esperaban una derrota tan clara. "Ni en la peor de las hipótesis habíamos contemplado un resultado tan malo", reconoce una ministra cercana al presidente.

"¿Qué nos ha pasado?", se preguntan en el PSOE. "¿Por qué no han servido de nada la mejora en los datos de empleo, la reducción de la inflación o la subida del salario mínimo y las pensiones?"

Aunque la situación económica no es tan boyante como dicen las ministras Calviño, Montero y Díaz (Yolanda), es cierto que la situación no es mala. Nada que ver con la crisis que llevó a la mayoría absoluta de Mariano Rajoy en las elecciones de 2011.

No. En efecto. Las razones que han llevado a una mayoría de ciudadanos a votar por opciones de derecha es política, y es en ese análisis donde fallan de nuevo estrepitosamente los asesores del presidente. Probablemente, porque reconocer las verdaderas razones de lo que ha ocurrido les llevaría a una enmienda a la totalidad del gobierno de coalición.

Pero como Sánchez ha decidido no mostrar arrepentimiento (al menos públicamente) del pacto con Podemos, ha construido un discurso para justificar el desastre del 28-M que tiene mucho de ficción y que, por tanto, no va a serle útil al PSOE para recuperar el terreno perdido.

La tesis es que en la jornada del 28-M se ha impuesto el voto sentimental por encima del racional, que ha ganado la descalificación y el insulto, las mentiras del PP y Vox, frente al "discurso sereno", dicen, que ha puesto en práctica el PSOE. "Si quieren guerra, la tendrán", amenazan ahora los crispados ministros.

Ese análisis de vuelo raso y auto justificador fue la base del discurso de Sánchez ante su grupo parlamentario del pasado miércoles. Machaconamente, el presidente hablo de "la extrema derecha y la derecha extrema" para remarcar que PP y Vox son lo mismo, y agitó el miedo al populismo que se nos viene encima si ganan esos partidos, con la imagen de Trump y Bolsonaro como espantajos aterradores: una derecha que no cree en el cambio climático y que está dispuesta a asaltar la sede de la soberanía popular.

El PSOE quiere concentrar el voto de toda la izquierda y para ello ha asumido los tics más apocalípticos del podemismo

El miedo fue el arma que utilizó el PSOE para evitar el triunfo del PP en la campaña para las elecciones de 1996, en la que destacó sobre todo el vídeo en el que aparecía un dóberman que acojonaba y una voz en off que advertía: "La derecha no cree en este país, mira hacia atrás y se opone al progreso". La campaña no sirvió de mucho, ya que Aznar le ganó las elecciones a Felipe González. Pero todavía, en aquella época, en la que el PP aún no había gobernado, podía tener cierto sentido recurrir a esa burda estrategia: asustar con lo desconocido. Pero ahora, cuando el PP ha gobernado con Aznar y Rajoy durante quince años en España, como también en la mayoría de las comunidades autónomas y en muchos de los principales ayuntamientos, apelar al pánico resulta casi naif. Ya en Andalucía y en Madrid la izquierda recurrió a ese argumento ("parar el fascismo") con los resultados de dos mayorías absolutas para el PP.

Pero darle duro a la derecha, acusándola de lo peor que uno se pueda imaginar, no sólo tiene como objetivo movilizar a los votantes de izquierda que se quedaron en casa el 28-M, sino tratar de absorber a una parte de los que el pasado domingo votaron por Podemos o por alguno de los quince partidillos que podrían agruparse bajo el paraguas de Sumar.

La ministra Portavoz, Isabel Rodríguez, lo expresó con claridad en Onda Cero: "El voto de izquierda ha de concentrarse en torno al Partido Socialista". Así que, el PSOE se va a disfrazar de Podemos, aunque sólo sea en la agresividad frente a la derecha, apelando a la utilidad del voto para evitar que Feijóo llegue a la Moncloa.

La última y única vez que el PSOE ha coqueteado con la izquierda, antes del gobierno de coalición, fue en el año 2000, cuando Joaquín Almunia llegó a un acuerdo con Francisco Frutos (IU) para que le apoyara en la investidura, acordando como paso previo la presentación de candidaturas conjuntas al Senado en 27 circunscripciones. El batacazo fue histórico. El PSOE perdió 16 escaños, quedándose en 125; IU perdió 13 escaños (quedándose en 8), y el PP logró la mayoría absoluta con 183 (27 más de los que logró en 1996).

Lo único que podría recomponer al Partido Socialista sería reconocer que el gobierno de coalición ha sido un desastre y que medidas como la ley del sólo el sí es sí, los indultos a independentistas, la supresión de delito de sedición o la rebaja de la malversación, así como los acuerdos con Bildu han sido un tremendo error.

Pero eso no lo hará Sánchez. Su aspiración es que la suma del PSOE, Sumar, ERC, Bildu, etc. de más de 175 escaños.

Feijóo podría lograr algo que ni los dirigentes del PP más optimistas pensaban antes del 28-M: acercarse a la mayoría absoluta. El giro del PSOE hacia la izquierda radical, el hecho de que la única perspectiva para el electorado progresista sea la repetición del gobierno Frankenstein, puede desmovilizar al votante socialdemócrata moderado, mientras que ese mismo escenario, como se ha demostrado el 28-M, sí que mueve al votante de derechas, que irá a las urnas en masa.

Por desgracia para Sánchez, el miedo sí que ha cambiado de bando: a la mayoría del país le asusta más otro gobierno de coalición que un gobierno del PP.