La dicotomía es un concepto tan fascinante como inevitable. Si hay luz, hay blanco y negro: el blanco refleja todo el espectro visible de la luz y el negro la absorbe. Si hay materia, hay temperatura y ésta puede reflejar frío o calor en función de la velocidad y energía de las partículas que “habitan esa materia”.

Si hay un canal, hay una comunicación y esa comunicación contiene señal y ruido. Aquí tendría que haber dicho “pueden contener”, pero seamos serios: los modelos perfectos no existen más que en un ordenador.

“Señal” sería todo aquello de una comunicación que cumple con el motivo de abrir un canal. “Ruido” es todo lo accesorio, todo lo que va en la comunicación, pero que no aporta. La señal es información, es ruido es distorsión.

Podría estar así unos cuantos párrafos más, pero ya captan la idea y no quiero meterles ruido.

El caso es que este viernes, en el momento que estoy escribiendo esto, aún no se ha decidido el fin de la negociación para la integración de Podemos en Sumar. No deja de ser curioso que el recién llegado se coma al veterano, pero lo hemos visto en la sabana, cuando un león es destronado; lo vemos en el mundo corporativo, cuando una empresa grande absorbe a una más pequeña, pero los directivos tras la fusión son mayoritariamente los de la que era la empresa absorbida…

… y lo vemos con Podemos, cuando Yolanda Díaz, aupada en Galicia por Beiras y a nivel nacional con Pablo Iglesias, acaba absorbiendo ambas organizaciones, producto de una urgencia electoral y de un liderazgo sobrevenido. Producto, por tanto, de la necesidad o de la supervivencia.

Dentro de toda esa urgencia he de reconocer que no es que esté muy de acuerdo con Pablo Echenique, pero hace unos días dijo algo con lo que coincido: la frase se viene a resumir en que, mientras ellos (Podemos) siguen arreglando su situación con con Sumar, el resto está haciendo campaña.

Sumar era la opción lógica porque Podemos estaba descapitalizado desde que Pablo Iglesias mostró que podía acabar con una organización por sólo prevalecer

¿Saben lo que entiendo yo? Que Echenique reconoce que, mientras Podemos y Sumar siguen haciendo ruido, PP y PSOE intentan maximizar el canal abierto que supone una campaña electoral. Ya es complicado, no obstante, porque acaba de haber elecciones, las que vienen serán con todo el calorazo y, encima, los requisitos para el voto por correo no hacen más que cambiar (cierto que a mejor, a más fácil y más seguro, pero…)

Ahora, hay que reconocer que Sumar era la opción lógica e incluso una buena idea. Era la opción lógica porque Podemos estaba descapitalizado (qué ironía utilizar el término con un partido de izquierdas) desde que Pablo Iglesias mostró que podía acabar con una organización por sólo prevalecer.

Ione Belarra e Irene Motero han mantenido la relevancia porque hablamos de un partido en el Gobierno y ellas son ministras, pero, de no haber ocurrido, podríamos compararlo con Ciudadanos en el Parlament de Cataluña: mayoría en el hemiciclo, (aunque sin poder gobernar) y el siguiente paso fue poco menos que la desaparición. 

Sumar era una buena idea en un mundo que requiere renovación constante, porque la obsolescencia es casi inmediata si un formato cae en desgracia. No es que vaya a hacer nada distinto ni contar con gente nueva: es la misma mesa, la mismas cartas, pero ahora los que estaban esperando a jugar, están repartiendo cartas.

Había que renovar era la izquierda populista, un formato que entró con mucha fuerza por la espontaneidad, pero perdió potencia en cuanto se institucionalizó o, por ponerlo en plata, en cuanto “se pisó moqueta”.

Así que era buena idea porque esa renovación tiene un icono con el que sustituir a Pablo Iglesias… y qué mejor icono que aquél que el propio Iglesias bendijo. Sí, es Yolanda Díaz.

Era, además, una buena idea porque el voto de Podemos no podía quedar dividido en mil agrupaciones que por separado nunca iban a hacer nada y era una buena idea porque permitía a Sánchez disponer de unos escaños a los que difícilmente hubiera accedido pidiendo él el voto.

El caso es que Pedro Sánchez sólo se plantea un gobierno de coalición, de ahí la cercanía a Bildu y a ERC y por eso el protagonismo que ha facilitado a Yolanda Díaz estos últimos meses. Era necesario anular a Podemos sin perder la relación con los socios una vez desaparecido Pablo Iglesias.

Pero ya sabemos que, por encima de cualquier táctica, Pedro Sánchez sólo tiene una finalidad y ésa es Pedro Sánchez. La convocatoria electoral pudo ser por varios motivos, aunque yo apostaría por evitar un armaggedon electoral activando una campaña lo antes posible.

Hasta aquí nada nuevo pero recordemos que sus últimas promesas electorales eran anuncios de transferir a las CC.AA. unos fondos que ya estaban aprobados. Es decir, que no eran promesas reales, sino adaptaciones de hechos consumados, porque ya no quedaba mucho más con lo que prometer.

Pero, ahora, de aquí a cuatro años y con una campaña electoral activa, la capacidad de prometer crece exponencialmente (el cielo es el límite), especialmente cuando lo que hay que enfrentar (y ya casi a vuelta del verano) es una deuda exacerbada, pero que puede ser el problema de otro si él pierde…

… o aplicar amnesia poselectoral si consigue gobernar.

Así que no nos extrañe que un día de estos nos diga que las pensiones se puedan actualizar 3 puntos por encima del IPC o que el SMI se va a elevar a los 1.500€ mensuales. Ambos implican una subida de impuestos y de cotizaciones que muchas economías personales y familiares no pueden asumir.

Ambas implican un estrangulamiento de las empresas y apuntan a la imposibilidad de crear empleo real, no del que hoy presume el Gobierno, que sólo es repartir el que ya había y destrozar la productividad.

Así que, mientras Podemos y Sumar deciden qué hacer con sus vidas y avanzan en el ruido, Pedro Sánchez va de forma indisimulada a por los votantes que irían a la nueva imagen de lo que fue Podemos y, además, maximizando la señal.

… y lo hace con cuestiones que ellos mismos deberían plantear ya, porque ahí no hay voto nuevo, a tenor de lo visto el 28M. Insisto: son los mismos números de los que un día pudo disfrutar Pablo Iglesias.