El equipo que asesora al presidente ha convertido el debate -de momento, sólo parece que vaya a haber uno- con el líder del PP en el epicentro de la campaña. Lanzar la propuesta de seis debates, como hizo el propio Pedro Sánchez, tan sólo tenía dos objetivos tácticos, según su equipo: demostrar que es Feijóo quien rehúye el cara a cara; y, por otro lado, asegurarse de que, aunque fuera sólo por no quedar mal, aceptaría al menos uno.

Pero, ¿por qué le dan tanta importancia a las dos horas que, más o menos, dura un debate televisado? ¿Podría ese duelo doblegar a las encuestas que dan como claro vencedor al PP, que incluso podría formar gobierno con el respaldo de Vox?

Tras consultar a diversos expertos de distintas tendencias, las conclusiones son estas:

Los debates no se ganan, se pierden. Una metedura de pata, un desliz, una salida de tono, un error evidente,... pueden condicionar el resultado final. Por eso, es importante mantener la calma, no caer en las trampas que el contrario va a poner y que estarán medidas y ensayadas. El efecto sorpresa es una de las características que lo hacen más vibrante y desconcertante.

Los golpes de efecto los carga el diablo. Pueden ser contraproducentes. Por ejemplo, cuando Miguel Sebastián, en su debate con Alberto Ruiz- Gallardón, en mayo de 2007, exhibió una revista con una fotografía de la abogada Monserrat Corulla, con quien se le atribuía una relación al candidato del PP. O cuando Pedro Sánchez llamó "indecente" a Mariano Rajoy en el violento encontronazo que mantuvieron en octubre de 2018. Y, en tono menor, el exceso de Albert Rivera, en su último debate en noviembre de 2019, cuando mostró a cámara un adoquín. Una piedra es siempre una piedra, no hace falta enseñarla. Seguramente, ninguno de los tres repetiría esas ocurrencias.

El contexto en el que se produce el debate es muy importante. No es lo mismo cuando se da por seguro un ganador, que cuando el resultado que se espera está muy reñido. A pesar de que estas elecciones se han convocado en una fecha inédita (uno de los días más calurosos del año), los expertos consultados coinciden en que la participación será alta, precisamente por lo incierto del resultado final, que va más allá de quién ganará, pues lo importante es quién podrá gobernar. Los debates siempre movilizan, favorecen la participación.

Las tornas se han invertido por el resultado del 28 de mayo. Al contrario de lo que ocurría en otras ocasiones, esta vez, el presidente es el que va de perdedor y es el que se juega más. Está obligado a arriesgar. Feijóo -cuyo partido va primero en las encuestas- se puede conformar con no cometer errores. Sánchez, sin embargo, tiene que ir a desencajar a su oponente, para demostrarle a la gente que es mucho más sólido que la alternativa. En su equipo creen que su mejor baza es mostrar al líder popular como un político que no se conoce a fondo los temas.

Sánchez concibe el debate como el penalti en el último minuto que le puede permitir empatar el partido con Feijóo

Los debates pueden mover el voto incluso hasta en 3 puntos. Si se produce una debacle de uno de los contendientes, el resultado puede ser una oscilación relevante en la intención de voto. Cuando la distancia entre ambos es estrecha, ese porcentaje puede ser decisivo a la hora de determinar quién ganará las elecciones. En Moncloa se hace la siguiente reflexión: dado que el PP tan sólo ganó por 3,5 puntos las elecciones municipales al PSOE, una victoria clara de Sánchez en el debate podría equilibrar el resultado el domingo 23 de julio. Para el PSOE conseguir un empate técnico sería todo un éxito. Sánchez podría otra vez a la épica del hombre que nunca se da por vencido. Desde esa perspectiva, para el presidente sería mejor, si hubiera un sólo debate, que se produjera lo más cerca posible del día de la votación, para evitar que el líder del PP tenga tiempo para rehacerse.

Un cara a cara es, en principio, positivo para los dos contendientes. Mucho más que un debate a cuatro o a cinco, en el que el vencedor queda mucho más difuso. Al establecer una dualidad, lo que se transmite al elector es que sólo hay dos personas, dos partidos, que pueden optar a gobernar el país. Esa dualidad potencia el voto útil, tanto a la derecha como a la izquierda. Pero eso, al mismo tiempo, condiciona a los dos candidatos en la medida en que no pueden insultar o menospreciar a los votantes de los partidos (Sumar en el caso del PSOE, Vox en el caso del PP) a los que se quiere seducir.

Fingir es la peor de las opciones. Un debate es una prueba de resistencia en la que los dos candidatos tienen que llevar bien aprendida la lección, y, al mismo tiempo, tener la capacidad de responder al adversario cuando este pone sobre la mesa algún tema (el efecto sorpresa) que no estaba previsto. Por eso, la recomendación que hacen los asesores, tanto a Sánchez como a Feijóo, es que sean ellos mismos. Por mucho que hasta su equipo reconozca que el presidente cae mal a gente que le podría votar, tal vez por su altivez y un punto de soberbia, Sánchez no puede aparecer como el clásico tipo simpático y bonachón. La recomendación es ir al ataque desde el primer momento, para demostrar que él es mejor que Feijóo. A sensu contrario, el líder del PP tiene que mostrar su cara más presidenciable, asumiendo que él será el próximo presidente. Pero, ¡ojo!, tampoco puede eludir el cuerpo a cuerpo.

Tan importante como el debate es la lectura que los medios hagan de él al día siguiente. Salvo catástrofe, los medios afines a Sánchez le defenderán y dirán que ha ganado con claridad, mientras que los medios de centro derecha harán lo propio con Feijóo. La batalla mediática, de hecho, puede alterar la percepción del propio debate. Hay que tener en cuenta que, aunque la retransmisión tenga mucha audiencia, la mayoría de los ciudadanos se informará al día siguiente del mismo en su medio (televisión, radio o periódico digital) predilecto. Y uno siempre tiende a dar la razón a los que opinan que ha ganado el candidato que más nos gusta.

En el debate es muy importante el minuto de apertura, ya que puede marcar todo su desarrollo y cuando es mayor la atención del público. También es relevante el minuto final, lo que va a quedar después de la batalla dialéctica. Es el mensaje que ambos querrán transmitir para el día después. Fallar en uno de esos dos momentos es un lujo que ninguno de los dos se puede permitir.

10º Unas elecciones son como un partido de fútbol. Puede haber un favorito, pero no se sabe quién va a ganar hasta que el árbitro pita el final. Un debate es importante, pero también pueden serlo otras circunstancias. Como sucedió en las municipales y autonómicas con la propuesta de Bildu de llevar a ex etarras con delitos de sangre en sus listas. Fiarlo todo a las dos horas de un cara a cara es una ingenuidad, o una prueba de desesperación. Jugárselo todo a una carta es propio de políticos temerarios.