El viernes fue un mal día para la ministra de Defensa. El anuncio oficial (el 4 de septiembre) de que su departamento dejaba en suspenso la venta a Arabia Saudí de 400 bombas de precisión desató una respuesta inmediata: los saudíes amenazaron con anular el pedido de cinco corbetas por valor de 1.880 millones, lo que pone en riesgo la carga de trabajo durante cinco años para la empresa pública Navantia, motor económico del área deprimida de la bahía de Cádiz.

No sólo estamos ante una crisis diplomática, que ha exigido que el ministro de Exteriores, Josep Borrell, entre a fondo en el asunto, junto a la vicepresidenta, Carmen Calvo, sino ante un problema político de primera magnitud para Susana Díaz, que tiene el astillero incendiado justo en el momento en el que la ruptura del acuerdo con Ciudadanos fuerza al adelanto electoral en Andalucía. Díaz ha puesto el grito en el cielo y los trabajadores de Navantia han pedido la dimisión de la ministra de Defensa. Finalmente, el gobierno ha dejado en una posición comprometida a Margarita Robles al afirmar que la decisión de no vender las bombas no está aún tomada y que se hará todo lo posible para recuperar las buenas relaciones con el poderoso y riquísimo reino wahabí.

La desautorización a Robles, un peso pesado del Ejecutivo, se produce cuando están a punto de cumplirse los cien días del gobierno de Pedro Sánchez, que han estado marcados por notables rectificaciones en política migratoria, vaivenes en relación a la exhumación de Franco y al futuro del Valle de los Caídos, o cambios de criterio en política fiscal, energética o incluso en el reconocimiento del derecho asociativo a las prostitutas.

Activos como la buena imagen que ha cosechado el presidente en el exterior, primero con su ofensiva europea y hace una semana con su viaje a Latinoamérica, al igual que la recuperación demoscópica del PSOE (que ha pasado de tercero a primer partido en intención de voto en la mayoría de las encuestas) como consecuencia del triunfo de Sánchez en el moción de censura, pueden quedar arruinados si se instala en la opinión pública que la coordinación del gobierno no funciona, que cada ministro va por su lado y que la mayoría de ellos son unos auténticos amateurs.

Las rectificaciones continuas ponen de manifiesto no sólo que Carmen Calvo no ejerce sus labores de coordinación, sino que nada es definitivo hasta que no lo bendice el presidente

El gobierno afronta a partir de ahora unas semanas cruciales. Tiene que presentar un proyecto de presupuesto creíble en Bruselas y, al mismo tiempo, dar satisfacción a Podemos, en un contexto de menor crecimiento económico. Una auténtica cuadratura del círculo. Además, para sacar adelante las cuentas públicas necesita el apoyo de los independentistas catalanes y vascos. Este mes y el próximo van a estar marcados por la ofensiva separatista en Cataluña y, al mismo tiempo, por la campaña en Andalucía. Cada gesto de cariño hacia Torra supondrá un golpe en el hígado a la candidata del PSOE en Andalucía. Y viceversa, un discurso duro contra el separatismo en Andalucía, dará argumentos a la Generalitat para retomar el camino de la unilateralidad.

Si ese calendario es complicado para cualquier gobierno, mucho más para el que encabeza Sánchez, cuyo sustento se reduce a 84 escaños y que tiene enfrente a una oposición fuerte, con un PP que controla con mayoría absoluta el Senado.

En ese panorama digno de una película de Indiana Jones, lo que no se puede seguir permitiendo Sánchez es que le surjan problemas dentro de su propio equipo o en su propio partido.

¿Qué ocurre realmente para que se dé esa imagen de ejército de Pancho Villa? Es evidente que la vicepresidenta Calvo no está ejerciendo del todo bien sus funciones de coordinación. Y, de hecho, ya empiezan a percibirse los primeros roces, soterrados sí, pero notorios, entre la número dos del gobierno y la guardia pretoriana del presidente.

Algunos miran hacia la secretaría de Estado de Comunicación, capitaneada por Miguel Ángel Oliver, pero, en este caso, no estamos ante un problema de comunicación, sino de transmisión de mensajes distintos, cuando no contradictorios por parte de los propios ministros, no de sus equipos.

Oliver convoca cada viernes en Moncloa a los directores de comunicación de los distintos ministerios y coordina los mensajes y apariciones públicas de los miembros del gobierno. Pero los que crean los problemas son los miembros del gobierno.

En el equipo del presidente reconocen algunos errores porque todavía "los mecanismos se están engrasando". Sin embargo, el origen del problema, que preocupa cada vez más al presidente, es más profundo y no tiene que ver con las meteduras de pata lógicas en las que incurren todos los gobiernos en sus primeros cien días.

Sánchez es consciente de que, en estos momentos, es el mejor activo que tiene el PSOE para recuperarse electoralmente y saca provecho estableciendo una forma de gobierno presidencialista

A diferencia de otros gobiernos socialistas, o de los gobiernos del PP, el de Sánchez es fruto de una novedad histórica: el triunfo  por primera vez en España de una moción de censura, impulsada, además, por un partido que tiene menos de 100 escaños.

"El principal activo del gobierno es Sánchez. Nadie soñaba hace cuatro meses que el PSOE podía acabar con Rajoy de una forma tan rápida y sin necesidad de elecciones. La recuperación en las encuestas es consecuencia de su acierto para ver esa ventana de oportunidad y haber sabido aprovecharla", dice una persona de su entorno.

El poder de Sánchez es total, incontestable. Tras su derrota en el Comité Federal del 1 de octubre de 2016 aprendió una dura lección: sólo puedes fiarte de tus colaboradores más cercanos. Por eso, cuando volvió a ganar las primarias de mayo de 2017, hizo un partido a su medida. Y ahora ha hecho lo mismo con el gobierno. Manda Sánchez y su potente equipo de fontaneros, entre los que destacan Iván Redondo (jefe de gabinete) y Francisco Salazar (director general de la presidencia). Todo depende de Moncloa y nada es definitivo hasta que el presidente ha dicho la última palabra.

La mayoría de los ministros sólo ven al presidente en el Consejo de Ministros y casi no hablan con él. La política se hace en Moncloa y eso se percibe cada día de forma más nítida. El propio Sánchez se permite el lujo de corregirse a sí mismo sin rubor, como cuando decidió que el Valle de los Caídos se convertirá en un cementerio civil, tras haber apostado por instalar allí una especie de museo de la memoria. "Ha sido el fruto de una reflexión personal", les dijo a los periodistas que le acompañaron en su periplo latinoamericano.

Su equipo de confianza tiene más influencia que los ministros. Al mismo tiempo, el partido ha quedado en un segundo plano y va a remolque de lo que dice o hace el presidente

Felipe González mandaba mucho en la década de los 80 (tenía motivos, como haber logrado una histórica mayoría absoluta), pero tenía un partido, pastoreado por Alfonso Guerra, ante el que tenía que dar cuenta y que, a veces, muy pocas, le doblaba el pulso.

Sánchez no tiene ese problema. El PSOE está desdibujado al lado del gobierno. Algo de lo que se quejan, en privado y con la boca pequeña, algunos de sus líderes.

Un ejemplo. El lunes se reunió la Ejecutiva del PSOE después de dos meses. La cita era a las 10,30, pero la reunión no comenzó hasta las 11,30. A las 13,15 la presidenta, Cristina Narbona, levantó la sesión porque el presidente tenía que marcharse. Ábalos ya se había marchado. Algunos de los que habían pedido la palabra, como el presidente de la Junta de Extramadura, Guillermo Fernández Vara, se quedó sin intervenir.

"El partido está orillado y, a partir de ahora, todas las energías se van a centrar en las campañas electorales", dice un miembro de la Ejecutiva.

Lo que sí ha hecho el presidente ha sido poner en práctica una masiva ocupación del poder, no sólo en los altos niveles de la administración, sino en las empresas y entes públicos. Una forma más de consolidar su capacidad de influencia por encima de todo, incluso del partido.

Su apuesta es lograr que el PSOE sea el partido más votado en las próximas elecciones (sea en unos meses o en 2020) y poder gobernar en coalición, con Podemos, si suma; o incluso con Ciudadanos, si no es posible la coalición de izquierdas. Si lo logra, habrá instaurado un nuevo modelo de gobierno, mucho más presidencialista de los que conocíamos hasta ahora, y en el que el inner circle del presidente ha asumido el poder que antes tenían los ministros.