Samuel, escucha: nadie nunca, me quiso tanto como tú. Nadie nunca trató mi cuerpo con el cuidado que tú lo hiciste (Todas las noches de un día).

No hay nada en él que brille de forma exótica, nada que le haga especial y, sin embargo, Carmelo Gómez posee una mirada que cautiva a quien le ronda y una sonrisa que tumba, una sonrisa a la que el óxido del tiempo le ha otorgado cierto grado de templanza.

Ha llovido mucho desde que en 1991 Miguel Narros le convirtiera en el inolvidable Caballero de Olmedo. El maestro siempre lo tuvo claro, estaba ante un animal de teatro, inmenso, rotundo, inquietante, un animal del que Pilar Miró dijo: “nadie recita como él”.

El cine le encumbró como una noria y como una noria le arrastró también de bajada. Hace tres años decidió cortar por lo sano, dar un paso atrás y alejarse para siempre de las pantallas. Su historia de amor es con el teatro. No lo puede evitar, tiene querencia a las tablas porque es consciente de que es el lugar que domina, el rincón donde se mueve con soltura. “El teatro es el sitio donde te puedes medir”.

En escena destila humanidad, coraje y pasión. Su profundo vozarrón domina el espacio sin esfuerzo. Su currículo está poblado de obras turbulentas como Días de vino y rosas, enfrentamientos dialécticos como el que lidió con Josep Maria Flotats en La cena, incluso se volvió loco de la mano de Javier Gutiérrez en Elling, antes de regresar al verso y componer un imponente Pedro Crespo. Ahora abandona la brutalidad, la atrocidad y las ganas de venganza de El alcalde de Zalamea para mostrar su lado más tierno y delicado en Todas las noches de un día, obra que permanecerá en el Teatro bellas Artes de Madrid hasta el 6 de enero.

Sí, ha leído bien, Carmelo Gómez posee un lado tierno y vulnerable. Ha tenido que llegar un texto de Alberto Conejero para que el mundo se tope con la fragilidad de este hombretón que abraza como si no un hubiera un mañana.

Dirigido por Luis Luque, Carmelo Gómez se presenta como la parte más vulnerable de una drama que zigzaguea entre lo que se dice, lo no se dice y lo que medio se cuenta. El texto de Conejero otorga gran simbolismo al invernadero en el que transcurre la acción. “Al contrario de los campesinos, los jardineros aman la naturaleza. Mientras que aquéllos la utilizan en su propio beneficio, los jardineros son capaces de buscar la belleza por la belleza. Así es Samuel”.

Dirigido por Luis Luque y acompañado por Ana Torrent, Carmelo Gómez consigue conectar con la parte más tierna de su alma. Emocionalmente desnudo, estremece su timidez, su corazón roto y su amor incondicional por alguien que se muestra incapaz de entregarse en la misma medida.

¿Sabes que la sangre duele cuando se quiere tanto y no se puede?

A pesar de que el amor ronde por el invernadero desde el minuto uno, para Carmelo la obra habla de la muerte, algo que a él no le aterra. “Me da miedo el tránsito, me da miedo el momento de llegar hasta Caronte, que te suba a la barca y que te saque de debajo de la lengua la moneda con el agujero. Creo que la vida es un azar, no mola ser eterno. Hay gente que dice que la obra va de la vida, pero la vida es también la muerte y es lo que más me gusta de esta función”.

Hay gente que dice que la obra va de la vida, pero la vida es también la muerte y es lo que más me gusta de esta función”

Admite que Todas las noches de un día va de "todo lo que se te pueda ocurrir", no se puede buscar un tema o una línea argumental en una obra como ésta. “¿Por qué vamos a marcar la dirección de un texto tan poético y tan complicado? Al principio te preguntas qué pasa y, en el fondo, no pasa nada, salvo que te tienes que quedar tranquilo escuchando porque las piezas llegarán a recolocarse y será entonces cuando aterrice la nostalgia, la paz con los vivos y con los muertos. Samuel lo que quiere es liberarse, liberarse de esa historia de amor imposible”.

La liberación siempre trae de la mano cierto grado de serenidad, algo que a Carmelo le ha llegado con el paso del tiempo. “Me he serenado, sobre todo me he serenado respecto a mis relaciones afectivas”.

-. ¿Y respecto a tus relaciones profesionales?

-. Sí, he mandado todo a tomar por culo, me he quedado en paz. Ya no podía dormir y decidí cambiar mi vida. En este país ha habido un cambio de sistema con el que no nos ha ido mejor. El hombre ya no está en el centro de la pieza, sino determinados poderes. Cambian también los relatos y cambia la forma de relatar. El cine se ha puesto a las patas de las teles y las teles tienen unos intereses que nada tienen que ver con los del cine. Con el control en la mano, son la teles las que dicen tú si, tu no; tú a mí no me vales, tú sí. Así se cargaron todo el cine de autor. No queda nadie. Las televisiones se han cargado el cine de autor de manera consciente y no sé si en connivencia con la política. Ahora nos llevamos las manos a la cabeza cuando personajes como Trump llegan al poder. ¿Ahora? ¿Pero cuánto tiempo llevamos cargándonos personajes y filósofos que sí eran capaces de hablar de la realidad? Entonces eso a la prensa no le importó, ahora sí se preocupa, porque ahora la prensa sabe que va detrás. El mensajero molesta”.

Las televisiones se han cargado el cine de autor de manera consciente y no sé si en connivencia con la política

Tan firme y tajante como siempre, fiel a sus ideas, se muestra sereno aunque implacable al mismo tiempo. Reniega de esa imagen de gruñón que algunos le han colgado dejándose llevar por los prejuicios. Y es que enfrentarse a sus 183 centímetros de humanidad no resulta una aventura fácil, más si le acompaña ese vocejón que nace de la ultratumba y proyecta hacia el más allá. Para que le oiga el mundo. “Yo soy de tirar pa’lante. Mi padre tenía un caballo, el Rubio, era fuerte, siempre tiraba, no importaba lo que fuera, era capaz de sacar cualquier cosa de una acequia. Un día se hizo viejo y ya no tiró más. Mi padre, a pesar de que era su caballo favorito, lo mandó matar como a los demás. Yo soy como el Rubio”.

Jamás ha rendido pleitesía ni a los políticos ni a sus compañeros de oficio. No es el de Sahagún de los que muestra su cara más hipócrita si por dentro está pensando otra cosa. Se negó a salir del camerino cuando Wert fue a visitar a los protagonistas de El alcalde de Zalamea. “¿Para qué iba a saludarle? Si yo, como tantos, estaba absolutamente en contra de muchas de sus decisiones en el campo de la Cultura”. Reacciones como ésta son las que trascienden, las que le colocan en punto de mira, las que le ha llevado a sentirse vetado en más de una ocasión. “Al acabar El alcalde de Zalamea me fui al paro. Estuve un año y pico en paro. No encontraba trabajo así que fui a ver Jesús Cimarro y le dije: Jesús, estoy en el chasis, no tengo ni un solo contrato diferido. Si me haces el favor, búscame algo por ahí que necesito trabajar. Él montó esta obra porque yo le pedí auxilio”.

No es el de Sahagún de los que muestra su cara más hipócrita si por dentro está pensando otra cosa

Descreído y desencantado, el protagonista de El perro del hortelano considera que hoy "vivimos en un país crispado porque la crispación ha dado votos”. Nada de lo que pasa tiene que ver con las ideas que la gente tenga o del conocimiento histórico. “De lo que se trata es de crear dos bloques, dos bloques enfrentados que hacen que toda la corrupción no sea nada comparado con la bandera, por ejemplo. La corrupción es la ruina de un país”.

-. ¿Cuál crees que es la función de la Cultura?

-. En Noveccento hay una escena en la que el gran Depardieu conduce un carro en el que lleva varios muertos y va gritando ‘despertad, despertad, despertad’ mientras suena el eco y un vacío de cobardía donde todo el mundo ha cerrado las ventanas, donde no se ve ni un alma por la calle. La Cultura tiene el oficio de despertar, de abrir los ojos, de quitar las telarañas a la gente. La Cultura debe sacar de la rutina a la gente porque la rutina que es un lugar de ceguera. La Cultura debe llevarles a la luz, pero esa luz es un lugar de felicidad, no de lucha.

La Cultura tiene el oficio de despertar, de abrir los ojos, de quitar las telarañas a la gente"

Durante estos años ha tenido mucho tiempo para recomponerse, no en vano desde pequeño aprendió a vivir en una país gobernado por sus sueños y su imaginación. El niño Carmelo fue un niño solitario, de largos silencios y de pocos camaradas de los de antes. “En mi pueblo había tres bandas que jugaban a pegarse entre ellas. Yo no era de ninguna, huía de todos, porque si me topaba con alguna de las bandas nadie me creía y me caneaban igual. Después, cuando me enviaron al internado, viví momentos muy tristes porque tenía mucho anhelo de volver a casa, estaba muy arraigado a la tierra, a mis juegos y a mi madre, sobre todo a mi madre. Allí aprendí a vivir con mi imaginación, empecé a hacer deporte y a sentirme importante, porque hasta entonces yo me consideraba el último mono”.

Mantiene en su cabeza esa idea que le ronda desde hace años, la de volver al mundo rural, pero no a su pueblo. “A Sahagún no puedo volver, tengo muchos rollos afectivos, rollos que no quiero entrar en ellos. Me gustaría ir a un lugar donde empezar de nuevo, sin memoria, a un lugar donde cada rincón no me traiga recuerdos afectivos. No quiero repasar la vida, quiero seguir andando”.

Finaliza la charla, Carmelo se sube a la bicicleta y se despide parapetado tras una inmensa sonrisa. “Ha estado bien, Hacía tiempo que no me entrevistaban así, ahora todo se hace por teléfono, de manera que te cuadras y sueltas el discurso como un autómata”, concluye.