Cuando era niño, Gueorgui Gospodínov (Yambol, Bulgaria, 1968) soñaba con hacer grandes descubrimientos, una ambición que iba desde la cura del cáncer hasta convertir el agua en limonada. Por eso sus novelas tienen esa inocente vocación experimentadora que acaba desembocando en una especie de alquimia con los grandes temas universales de la humanidad. "La literatura y las ciencias están muy conectadas porque buscan lo mismo: descubrir cómo salvar al hombre y al mundo", explica el flamante ganador del Booker Internacional gracias a su última novela, Las tempestálidas (Fulgencio Pimentel).

Cubierta de 'Las tempestálidas'
Portada de 'Las tempestálidas'.

Mientras en Física de la tristeza Gospodínov se pregunta por la ciencia de los sentimientos, Las tempestálidas es un viaje en el tiempo, a través de una peculiar clínica para enfermos de alzhéimer, donde reflexionar sobre el peso del pasado, la memoria y la nostalgia. Una profética distopía que aborda asuntos como el miedo al futuro y la amenaza de repetir la historia, en una Europa deprimida que ya solo puede mirar hacia atrás. Con su personal voz literaria, el búlgaro hace cómplice al lector gracias a su naturalidad y perspicacia, sin perder su habitual sentido del humor. "Las grandes tristezas exigen mucho humor, es la única forma de sobrevivir", defiende el escritor.

Gospodínov acaba de pasar por la Feria del Libro de Madrid para presentar el último fenómeno Booker del año. Un reconocimiento que ha ayudado a poner la literatura búlgara en el mapa, constatando a su autor como uno de los grandes escritores europeos del momento.

Pregunta.- ¿Qué tal se lo ha pasado en la Feria del Libro?

Respuesta.- Me gustan mucho las ferias al aire libre, abiertas a todo el mundo, justo antes de llegar a Madrid estuve en la de Sofía, que es muy parecida. Lo que más me gusta es ese encuentro tan inmediato y directo con los lectores, disfruto mucho hablando con ellos. Me gusta preguntarles qué hacen, a qué se dedican, hago mi propio estudio sociológico sobre las profesiones que más leen. Últimamente he notado que hay mucha gente que se dedica a la economía y las finanzas y que todavía hay muy pocos especialistas informáticos, quizás es porque prefieren la inteligencia artificial (ríe).

"Las literaturas escritas en idiomas minoritarios también pueden hablar de grandes temas, no solo contamos historias exóticas"

P.- ¿Qué significado tiene este premio para la literatura búlgara?

R.- Cuando estuve en la feria de Sofía, la primera vez que firmaba después del Booker, se formó una cola de más de medio kilómetro. Se ha celebrado mucho allí y en los últimos años no ha habido mucho que celebrar en Bulgaria. Además, este premio significa reconocimiento para un libro escrito en un idioma minoritario. La literatura búlgara no es muy famosa ni tiene mucha difusión en Europa y el resto del mundo. Siempre he querido demostrar que las literaturas escritas en idiomas minoritarios también pueden hablar de grandes temas, que no solo contamos historias exóticas. Nuestras historias personales también pueden ser universales.

P.- ¿En qué momento nace la idea de un libro como Las Tempestáldas?

R.- El argumento pasó por dos etapas. Primero pensé en la idea de las clínicas del pasado, una idea que tuve hace 15 o 20 años. Después del 2016 esa idea tomó otra dimensión un poco distópica, por motivos políticos como la presidencia de Trump y el Brexit, esa buena idea de Gaustín, el protagonista, de formar clínicas para el pasado se convirtió en algo amenazador. Así entré en la segunda fase del argumento, cuando empieza a haber referéndums en todos los países para votar en qué pasado eligen vivir.

P.- En la novela está muy presente esa dualidad entre memoria y nostalgia, que a veces cuesta tanto diferenciar.

R.- Paradójicamente vivimos en un momento histórico saturado de recuerdos, en el que las redes sociales te recuerdan constantemente lo que has hecho tal día hace tantos años, pero al mismo tiempo vivimos un tiempo de gran olvido, como si estuviésemos experimentando un alzhéimer colectivo. Ese gesto de deslizar en la pantalla es lo que mata la memoria, no me sorprendería que en breve apareciera un proceso fisiológico en el cuerpo que relacionara ese gesto con la muerte de células del cerebro. La memoria real se crea a través del gesto de escribir a mano, necesita una narración más lenta. Por otro lado, la nostalgia es inversamente proporcional a la memoria, es habitual sentir nostalgia por cosas que han ocurrido pero también por cosas que nos hemos inventado.

Gueorgui Gospodínov
Gueorgui Gospodínov.

P.- ¿En qué estado se encuentra esa lucha entre la memoria y el pasado en Europa?

R.- En Europa hay mucha memoria acumulada, somos un yacimiento de memoria, por eso tenemos muchas cosas que olvidar. Sólo espero que ese proceso de olvido en Europa sea más lento, confío en que permanecerá como el último bastión de la memoria conservada. Pero uno siente nostalgia cuando pierde algo y en ese sentido también Europa siente y sentirá mucha nostalgia, porque tiene mucho que perder. La primera vez que se habló de nostalgia fue descrita como una enfermedad, pero es muy normal y muy humano sentir nostalgia por el pasado. Lo realmente peligroso son las nostalgias colectivas.

P.- Esta obsesión con el pasado también tiene mucho que ver con que cada vez tenemos más miedo al futuro.

R.- Cuando el futuro está bloqueado, lo único que queda es darse la vuelta y volver hacia atrás. El problema es cuando alguien empieza a venderte el pasado como si fuese futuro, cuando te dicen que en el futuro recuperaremos la grandeza (Make great again). Pero el mundo no es lo suficientemente grande para las ambiciones de todos los imperios de antaño, por eso en la novela los países europeos deciden repartirse el tiempo en vez del territorio.

"No queremos vivir grandes momentos históricos o revoluciones, no es cómodo vivir una revolución"

P.- En esa repartición de épocas de cada país, resulta curioso cómo la mayoría prefiere regresar a ese momento que precede a los grandes cambios, antes de perder la ilusión.

R.- Ese es el gran misterio de nuestras elecciones. No queremos vivir grandes momentos históricos o revoluciones, no es cómodo vivir una revolución. El problema es que cuando eliges el tiempo previo, silencioso y tranquilo, luego estás condenado a repetir lo que viene después, ese momento de revolución y cambio. Casi ningún país elige el año 1968 y eso que es un año tan mitificado. Cuando hice mis propias investigaciones personales resultó que los ciudadanos de muchos países europeos más bien huyen del año 68. Las tempestálidas es una novela que podría leerse desde un punto de vista sociológico, porque para mí fue un componente muy importante, analizar las nostalgias de cada país.

P.- En España elige la época de liberación con el destape, ¿por qué?

R.- Pues tuve muchas conversaciones con españoles, con mi traductora María, hice muchas lecturas sobre historia contemporánea de España, investigué datos económicos y políticos y sobre todo me fijé en la cultura popular, porque son cosas que influyen mucho en las elecciones de la gente. También me guié por mis propias intuiciones personales, viniendo de un país que ha vivido procesos similares. El cine me pareció muy importante, el destape, la liberación sexual y Almodóvar, me gustan mucho sus primeras películas, en cierto modo expresan esa apertura, la nueva erótica de la vida.

P.- En ese estudio sobre los pasados idílicos de cada país, ¿cuáles son las diferencias que ha encontrado entre la Europa del este y Europa occidental?

R.- Hay un punto en la historia que es común a todos, que es la Segunda Guerra Mundial, por eso en la novela está tan presente el año 39. A partir de ahí, su historia se separa. En el caso de los países del este, ninguna persona en su sano juicio elegiría los años 50 o la época del régimen socialista en general. Pero precisamente debido a que la nostalgia no funciona de una manera racional, los países de Europa del este acaban siendo capaces de cruzar esa frontera y elegir la época del comunismo. Sin embargo, en la mayoría de estos países se elige el año fronterizo del 89, que marca el cambio, fue el año en que todos se sintieron jóvenes, un momento lleno de entusiasmo y había una dirección que iba a dar sentido a todo, pero posteriormente se perdió. En Alemania optan, por ejemplo, por levantar y destruir el muro constantemente.

"Es muy normal y muy humano sentir nostalgia por el pasado. Lo realmente peligroso son las nostalgias colectivas"

P.- Esto explica parte de lo que está ocurriendo en Ucrania.

R.- Cuando de repente algo falla en el tiempo humano siempre se llega a semejantes conflictos. En la novela hay una recreación del 1 de septiembre del 39, y lo que ha ocurrido en la guerra de Ucrania es algo muy similar. Lo que ha pasado es que Rusia ha querido volver a lo que era en la Segunda Guerra Mundial porque allí se sentía como pez en el agua, se sentían importantes. De alguna forma los referéndums falsos en Donetsk, Lugansk o Crimea, son como esos referéndums de la novela ideados para volver al pasado. Igualmente el Brexit también fue un referéndum por el pasado, hace unas semanas tuve la oportunidad de decírselo a los ingleses.

P.- En el libro se cuestiona cuánto pasado puede soportar un hombre. La pregunta que también queda en el aire es: ¿cuánto pasado puede soportar un país?

R.- El pasado es una de las cosas más pesadas que hay, literalmente tiene un gran peso. Es algo que se va acumulando como en las capas tectónicas, o la tensión que se acumula en el interior de un volcán. Si se queda sin narrar, esa acumulación tiene la propiedad de explotar, por eso es tan importante la literatura. En Bulgaria tenemos mucho pasado acumulado sin habérnoslo contado, es importante que neutralicemos esa tensión si no queremos que termine por explotarnos.