Vivió rodeado de escritores, de amigos que alababan su trabajo, que le aconsejaron dejar de escribir novelas y publicar su propia vida. Simone Weil le adoró y su amistad duró años, Albert Camus se entusiasmó con su biografía y el público no leyó una sola página.

Julien Blanc (1908-1951) murió a los 43 años solo y fracasado. Fue huérfano, viudo, estuvo preso, pasó media vida de vagabundo y fue un desertor. Su vida saltó a la palestra hace algo más de una década y Francia se rindió ante ella. Los 3 tomos que forman su autobiografía tuvieron una gran acogida en el país galo casi 70 años después de su fallecimiento. Ahora, la editorial sevillana El Paseo publica por primera vez en España la primera parte de La vida, sin más..., Confusión de penas, donde el francés nos revela una infancia demoledora.


Blanc nació 6 meses después de la muerte de su padre. Su madre se quedó sola y a falta de un acta matrimonial, apartada. Julien y ella pasaron los 6 primeros años como lapas, así lo cuenta en el primer capítulo de su biografía: "Mi madre no tenía familia. Quizá tuviera amigos, pero ¿cómo saberlo? Pues yo jamás vi que hablara a nadie como me hablaba a mi. Era el mundo entero: padre, madre, hermana, amigo, compañero, profesor". No había más que ella, "su pelo rubio y sus ojos azules, sus abrazos y su caricias" y la felicidad como constante pese a que vivían en habitaciones minúsculas y sin recursos.

Pero llegó el momento de tener que educarle, de buscarle un colegio, y empezó el calvario. Una señora apiadándose de ellos les dijo que podría ser su madrina si le bautizaba y así ocuparse de su educación. Accedió y Blanc se vio en un tren camino de su primer internado. De allí a otro por falta de rectitud, y a otro, y a otro, y a otro. Los cambios eran constantes y él aprendió que cuando le echaban pasaba unos días cerca de su madre que estaba trabajando limpiando y sirviendo en casas de gente acomodada. Más o menos le iba saliendo bien, recibía golpes constantes pero encontraba semanas de paz. Hasta que su madre falleció cuando él tenía 8 años.

A partir de entonces su tutela se convirtió en un infierno, pasando de familia en familia y de patada en patada. Destacando en Lengua y Literatura, sin respetar ninguna autoridad, ninguna norma que considerara absurda, pasando hambre y estando solo. Le raparon la cabeza cada vez que ponía un pie en un nuevo colegio, los castigos no fueron solo físicos sino que el hambre se apoderó de él porque le dejaban a pan y agua durante días. Curas, monjas, tutores... todos creyeron en la violencia como arma educativa y Julien Blanc no aprendió jamás.

Ficha de identificación y registros de servicio de J. Blanc (Archivos de la Ciudad de París - Signatura - D4R1 2835 número de registro 194).

Al cumplir la mayoría de edad decidió apuntarse como voluntario al 22º regimiento de infantería colonial por 5 años. "A cambio, el Ejército cubriría todas mis necesidades, me instruiría, me educaría y me gratificaría con una prima considerable", cuenta en su biografía y añade que lo hizo porque debía dinero al dueño de un restaurante y espera poder pagar con lo que iba a ganar. Pero no duró ni 9 meses. Tal y como narra, tras ver las orgías homosexuales que se celebran en las cocinas y tras las insinuaciones de otro militar sufrió "una angustia sin igual" y acabó desertando.

Al volver a París, y por consejo de su madrina, se entregó a la policía y se lo llevaron preso. No fue la primera ni la última vez que pasaría días y meses entre rejas. La prisión de La Santé, la de Conciergerie, la cárcel de Midi o la prisión militar de Marsella fueron su casa con cierta asiduidad.

Después, a partir de 1931, pasó por varios batallones de infantería hasta que en 1935, cuando pocas ciudades francesas le admitían como ciudadano, llegó a Barcelona en plena Guerra Civil. Allí se unió a las tropas anarquistas, allí su novia embarazada perdió la vida durante el asedio de Madrid y allí conoció a Simone Weil que se convirtió en una gran amiga y que le presentaría al escritor Louis Guilloux.

Deprimido, con todo ya perdido volvió a Francia en 1937, donde en la ciudad de Marsella intentó suicidarse sin éxito. Comenzó a escribir novelas que resultaron ser un absoluto desastre. Su amigo, el también escritor Jean Paulhon, le dijo: "Se equivoca usted en su obstinación por escribir obras de ficción. Ahí tiene su vida, escúpala y después podrá volver a la novela".

Así lo hizo. Y tras repetir ocho veces la que sería la primera entrega, consiguió publicarla en 1943. Seule, la vie... (La vida, sin más...) fue muy bien recibido por escritores de la talla de Albert Camus o Jean Rostand pero muy mal por el público. Incluso llegó a ser finalista del premio Goncourt y al no ganar le dijo a Armand Lanoux: "Siempre he creído que la sociedad era la responsable de mis penas. Pero no dejo de preguntarme cuál es mi parte de responsabilidad".

A partir de eso momento malvivió y se dedicó "a trabajos alimenticios, publicaciones periódicas, negro o traductor". Se anunció en el periódico como: "Joven escritor, dos votos en el Premio Goncourt, busca trabajo".

Murió en 1951, en París, con Confusión de penas; Listillo, prepárate el petate y La hora de los hombres publicadas y con la intención de acabar su autobiografía con otro volumen al que quería titular Suicidio. Pero no fue hasta 2010 cuando su nombre comenzó a sonar, cuando se le empezó a conocer. Como escribe la editorial El Paseo en el prólogo de este libro: "Esta trilogía está inmersa en una línea de escritos autobiográficos de autores europeos que han sido desechados, aquellos que desarrollaron una obra nada aclimatada a su tiempo, quizás por falta de pericia ambiental para ser adoptada por los gustos de su época, o quizás excesivamente incómoda por su sobredosis de sinceridad, y que hoy, sin embargo , nos resulta vivamente necesaria y conmovedora por el retrato de ese tiempo que la rechazó".

Y como aseguró Christophe Mercier sobre la segunda entrega en Les Lettres Francaises : "Es quizás el libro más importante que un francés haya escrito nunca sobre la guerra de España, y supera con creces L'Espoir de Malraux, a menudo ilegible y ampuloso".