Estaba leyendo el periódico en Regent's Park cuando una joven irlandesa se sentó en el otro extremo de su banco con un libro de Tolstói. "Pensé: '¡Qué interesante!', y le dije: 'Este es un lugar maravilloso para leer un miércoles por la tarde'. Fue el 7 de octubre de 1970 y el 7 de octubre de 1971 nos estábamos casando", recuerda Tony Wheeler, el hombre que hace 50 años cambió junto a aquella mujer la forma de moverse por el mundo con las guías Lonely Planet.

Tony y Maureen Wheeler el día de su boda.

El matrimonio prometió hacer un gran viaje después de la boda, y aunque tuvieron que esperar a que Wheeler terminará un máster en la universidad, en 1972 salieron de Londres y acabaron, meses después, en Sídney. "Maureen y yo nos pusimos a viajar a través de Asia en un coche viejo y llegamos a Australia. Ahora va todo el mundo pero en 1972 no iba nadie. Fuimos por lo que luego llamaron la ruta hippie. Todo se hacía por tierra y no había información, no había guías sobre esos lugares. Entonces, cuando llegamos a Australia la gente no paró de preguntarnos cómo habíamos llegado, qué habíamos hecho para poder hacer el viaje y que teníamos que escribir un libro sobre el año que habíamos pasado recorriendo Asia", recuerda durante una entrevista en el Hotel de las Letras de Madrid a El Independiente.

Y así lo hicieron. Durante su tiempo libre en Sídney, donde se instalaron y donde ambos trabajaban, empezaron a escribir, a maquetar, a editar y luego a distribuir los 1.500 ejemplares que se habían autoeditado de Atravesar Asia con poco dinero (Across Asia on the Cheap). "Esta guía fue completamente diferente a todas las demás porque no planificamos nada. Afortunadamente cuando estuve en la universidad, aunque estudié Ingeniería, trabajé en el periódico de la facultad y por eso sabía cosas sobre el periodismo: escribir un artículo y editarlo. Todo esto fue antes de que existieran los ordenadores así que cortábamos la hoja, la pegamos en otra hoja... Era un método muy primitivo", asegura y añade que él mismo lo llevó a distintas librerías de la ciudad donde le compraron todos los ejemplares.

A la semana ya había vendido los 1.500 y tras aparecer en un periódico y luego ser entrevistados en un programa matinal de la televisión llegaron a las 50.000 copias en un mes. "Nos pilló por sorpresa, nadie podía esperar eso", comenta Wheeler. Ni tampoco que al año ambos dejaran sus trabajos y se dedicaran por completo a Lonely Planet, nombre que sacaron de la canción Space captain de Joe Cocker y Leon Russell, "aunque el dice lovely planet yo siempre canté lonely", confiesa riendo.

La segunda guía, El sureste asiático para presupuestos reducidos, que se publicó un año más tarde superó el éxito de la primera y vendió 800.000 ejemplares. "Fue bautizada por sus admiradores como la Biblia amarilla por el color de sus cubiertas y todavía hoy se reedita en facsímil con la portada original", aseguran desde la editorial, donde añaden que a día de hoy se han vendido 150 millones de guías Lonely Planet en todo el mundo.

La gente de nuestra edad que quería viajar, que quería ir más lejos de lo que habían llegado sus padres, no sabía cómo hacerlo"

TONY WHEELER, FUNDADOR DE LONELY PLANET

¿Pero a qué se debió este éxito? Según Wheeler hay dos razones: los jóvenes baby boomers comenzaron a viajar y no querían hacerlo de la manera tradicional y no había información sobre lugares desconocidos. "La gente de nuestra edad que quería viajar, que quería ir más lejos de lo que habían llegado sus padres, no sabía cómo hacerlo y nosotros creamos libros que les daban toda la información y encima no tenían que tener un gran presupuesto. Además, había influencias musicales como la de The Beatles, que cuando fueron a la India todo el mundo quería ir", explica. Y ellos acababan de publicar cómo hacerlo con un presupuesto ajustado

Aunque ya no todos son de lugares desconocidos. Ahora Lonely Planet tiene más de 1.000 títulos, en español. Los más vendidos son los de Nueva York, Londres y París si se eligen ciudades y de Tailandia, Japón e Italia si nos fijamos en los países. "Internet nos ha afectado bastante, es innegable, ha tenido una enorme influencia. Nosotros enseguida, en 1994, creamos una página web y rápidamente empezamos a intercambiar información a través de la redes, pero claro que afecta. Creo que las dos cosas pueden coexistir y existe espacio para ambas, no creo que una tenga que eliminar a la otra", explica sobre cómo las guías en papel se han visto relegadas a un segundo plano a la hora de viajar.

Tony Wheeler con sus guías de Lonely Planet.

También cuenta que "hubo que parar con la pandemia pero ahora ya hay 320 autores otra vez en la calle". Wheeler, que en 2013 vendió su empresa pero que sigue muy vinculado a ella, recuerda que cuando se tuvo que encerrar en su casa por el coronavirus en 2020 vio un rayo de luz para el futuro del turismo. "Antes de la pandemia veíamos los vuelos y decíamos: 'Es normal, es que la gente quiera ir a muchos sitios', y no nos parecía mal Ryanair porque creíamos que no había manera de cambiarlo. Pero todo se paró de un día para otro, no había vuelos y descubrimos que sí se podía parar. Dijimos: 'Cuando la pandemia se haya terminado vamos a ser más cuidadosos, más conscientes, vamos a viajar de otra manera, a hacer las cosas mejor'. Y ¿qué ha pasado? Que estamos haciendo todo igual a como lo hacíamos antes", se queja y añade que el mejor reflejo son los cruceros. "Fíjate en los cruceros enormes en Venecia, cada vez son más grandes. Cuando los veo siento que algo falla en la humanidad. Cuando quieres viajar te das cuenta de que todos los hoteles están llenos de gente y que por ejemplo", dice señalando a la calle, "la Gran Vía está llena de turistas".

Aunque es positivo a largo plazo. "Algo en lo que hemos mejorado mucho es en la manera de trasladarnos por Europa. Mañana me voy a Barcelona y hace un años habría ido en avión porque era más rápido, y en cambio ahora es más rápido el tren y voy mejor y contaminando muchísimo menos".

Si vamos a otros lugares más débiles y exigimos vivir como lo hacemos normalmente no contribuimos a preservar la cultura local"

Pero tiene claro que viajar tiene sus riesgos y que el daño que provocan los movimientos masivos en el medio ambiente es innegable, por lo que aboga por encontrar un equilibrio. "Podemos ser mejores viajeros y podemos informarnos más y mejor sobre el viaje que vamos a hacer, así haremos menos daño al medio ambiente y a las culturas más débiles. Está claro que el turismo no va a acabar con la cultura inglesa, francesa o española, por ejemplo, pero si vamos a otros lugares más débiles y exigimos comer o vivir como lo hacemos normalmente, no contribuimos a preservarlas", explica.

Y añade que también es necesario que los gobiernos regulen el turismo. "Hay muchas formas de limitar el daño y hay lugares donde los gobiernos tienen la responsabilidad de regularlo. No puede ser que el turismo lo sea todo. Por ejemplo, ¿qué hacemos con las colas en el Everest? Es que un millón de personas en Barcelona o Madrid hacen el mismo daño que 100 montañeros en esa montaña, tenemos que controlarlo. Pero hay que tener cuidado, la regulación no puede ser económica, no podemos permitirlo. Si los ricos pueden viajar pero los pobres no es una legislación equivocada y corremos mucho peligro porque como bien dice la escritora española Ana Briongos en Negro sobre Negro, es esencial que los jóvenes viajen", asegura.

Wheeler, durante uno de sus viajes por Indonesia.

Al ser preguntado por Madrid y por cómo hace unas semanas un periodista de viajes criticó el estado de la Gran Vía y lo comparó con otras ciudades europeas que han peatonalizado su zona central, asegura que está a favor de sacar los coches de las ciudades y que muchos países han peatonalizado sus calles más céntricas y les ha funcionado. "Mira Londres, París o Singapur a partir de las 9 de la noche. Hay demasiados coches y hay que pararlos".

También que si tiene que quedarse con dos sitios de los últimos que ha visitado sería con Chad, en África Central, y con la ciudad de Plovdiv, en Bulgaria. "A mí me gusta ir a lugares donde vas y dices: 'No tenía ni idea de este lugar'. El año pasado estuve en Chad y me quedé maravillado porque no sabía nada del país. No sabía que tuviera esas pinturas rupestres, esas rutas, no sabía nada de las montañas y desiertos, fue una sorpresa total. Otro lugar que me dejó alucinado fue Plovdiv, en Bulgaria. Muy poca gente lo conoce y es una ciudad pequeña que tiene ruinas romanas, un teatro increíble, iglesias, mezquitas... Está en el este del país y tiene calles sin coches donde te tomas una cerveza mientras ves la puesta de sol muy cómodamente".