Si no hubiera sido por aquella conferencia sobre el clima, seguramente habría buscado otra excusa para marcharme, un conflicto armado, una crisis humanitaria, una preocupación distinta y más grande de las mías que me absorbiera, escribe P.G., el protagonista en primera persona de Tasmania (Tusquets), la última novela de Paolo Giordano (Turín, 1982).
Con unas siglas familiares, un trabajo como colaborador en el Corriere della sera y un doctorado en Física, el narrador de esta historia es el primer acercamiento del escritor italiano a la autoficción. Un esfuerzo literario por abordar desde un punto de vista personal los grandes retos que nos definen como sociedad.
En Tasmania, el álter ego de Giordano viaja al París de noviembre de 2015 para asistir a la COP21, apenas dos semanas después de los atentados de Bataclan. Terrorismo, crisis climática o amenaza nuclear, P.G. se sumerge en la profundidad de todos estos temas para esquivar una crisis personal que termina pareciendo más pequeña gracias a esta particular forma de fuga. Giordano, que conoció un éxito precoz gracias a su primera novela, La soledad de los números primos (Premio Strega en 2008), vuelve a la literatura de la mano de este Tasmania, que ha sido elegido libro del año 2022 en Italia.
El escritor italiano habla desde una madurez terrenal y consciente, pasando por el tamiz de la experiencia personal las preocupaciones generales de la sociedad. Su escritura no busca dar ningún sermón, tampoco piensa que sea trabajo de la literatura moralizar a la gente, se conforma con llegar a conmover al lector desde la empatía y la duda.
Pregunta.- Lo primero que llama la atención de Tasmania es el momento en el que se ambienta. ¿Por qué decidiste ubicarlo en el 2015?
Respuesta.- Fue una idea bastante instintiva. Mi intención era contar cómo estábamos justo antes de la crisis de la pandemia, que ha sido un auténtico punto de inflexión. Cuando trataba de decidir dónde empezar a analizar este período, me acordé del viaje que hice para seguir la COP21 de París y, solo después, me di cuenta de que había sido en el mismo mes que los atentados de Bataclán. Por alguna razón en mi cabeza las dos cosas no estaban vinculadas. De repente, en la misma ciudad europea en muy pocas semanas, se iniciaron simultáneamente dos crisis que han definido y siguen definiendo el momento actual.
P.- La novela parte de la necesidad del protagonista de buscar problemas más grandes que resolver, para huir de su propia crisis personal. ¿Por qué crees que muchas veces funcionamos así?
R.- Preocuparse de sí mismos es muy cansado, es muy difícil, siempre intentamos encontrar vías de escape. Los personajes de Tasmania están siempre huyendo de algo. A menudo, los mejores sitios para escaparse no son lugares paradisíacos, porque en ese tipo de destinos al final acabas pensando de manera más intensa en ti mismo. Las fugas tienen más que ver con pensar en cosas que realmente hagan tus preocupaciones personales más pequeñas. Hoy es más fácil ocuparse de los grandes problemas de la humanidad que de nosotros mismos. Yo lo hago mucho.
P.- En Tasmania, además, el protagonista parte de la autoficción. ¿Cómo ha sido trabajar con este tipo de narrador protagonista?
R.- Nunca he sido un gran apasionado de la autoficción, hay muchos libros que me han gustado, pero no es un camino que pensaba explorar. Ha sido una decisión prácticamente obligada, como casi todas las decisiones que acabas tomando. Llevaba un par de años en los que me he ocupado fundamentalmente de temas como Covid, política o ciencia, he escrito mucho acerca de la actualidad, pero siempre con un corte personal, de una manera más cercana, sin caer en la abstracción. Me di cuenta de que era una manera muy comunicativa de escribir, por lo tanto pensé en intentar, siguiendo con esta voz, sin filtros entre mi persona y lo que cuento en la novela. Como si fingiera que soy yo mismo quien comenta la realidad.
P.- Esa utilización de la autoficción también ha generado que la novela adquiera un tono muy reflexivo. Pero, como lector, se agradece que no sea un sermón sobre el cambio climático, sin poner el dedo acusador en un tema que nos toca a todos por igual.
Una novela tiene que ser un espacio de duda sin solución.
R.- Absolutamente no, ya tenemos sermones por todos lados, vivimos en un mundo en el que, a diario, todo el mundo te sermonea por algo. En las redes sociales, aunque sea en apenas 140 caracteres, todo es una toma de posición momentánea. Una novela tiene que ser un espacio de duda sin solución.
P.- La novela siempre trasciende el impacto mediático rápido, pero muchas veces vacío.
R.- Tasmania nace también de la frustración sobre cómo hablamos de estas cosas mientras pasan. Ahora todo el mundo se lanza a decir inmediatamente lo primero que se le pasa por la cabeza, todo se vuelve un debate muy encendido sobre posiciones a menudo muy rígidas y contrapuestas. Una vez termina esta parte de la polémica, desaparece el tema, como si en nuestro espacio informativo y de debate se hubiesen olvidado las capacidades analíticas, incluso la posibilidad de preguntarse a sí mismo. No somos puras opiniones, tenemos sensaciones que se mezclan con las opiniones, pero nunca hay espacio para poder hablar de ello. Todos los sucesos que aparecen en la novela son de sobra conocidos por los lectores, todo el mundo se acuerda, no intento descubrir ninguna noticia nueva. Pero quiero volver a hablar sobre ello, quiero volver a hablar sobre cosas de las que hemos hablado solo de cierto modo y de las que, probablemente, nadie quedó del todo satisfecho. Una vez ha pasado el tiempo, podemos volver a hablar de ello de una manera más humana, menos vehemente.
La gente no quiere ni oír hablar de la pandemia ni de la invasión de Ucrania, pero los escritores tienen que seguir preguntándose por la realidad
P.- ¿De qué crees que podremos hablar más tranquilamente dentro de unos años?
R.- De todo lo que quieras, hay material de sobra. Por ejemplo, en últimamente, una frase recurrente que me dice la gente es que están muy agradecidos de que el libro no hable de la pandemia. Lo entiendo, a lo mejor nunca hemos hablado tanto y por tanto tiempo de un único tema, pero creo que es obligatorio una elaboración más profunda a nivel artístico, de escritura. Aunque ahora realmente la gente no quiere ni oír hablar de la pandemia, lo mismo pasa con la invasión de Ucrania, pero los escritores tienen que seguir preguntándose por la realidad.
P.- Guerras, pandemia, emergencia climática, esta realidad se parece cada vez más al apocalipsis.
R.- Es más bien una sensación de apocalipsis. Cuando estábamos en el tope de la escalada nuclear en los años 50 y 60, el apocalipsis estaba mucho más cercano, pero es interesante cómo fueron años en Occidente en los que hubo un boom demográfico. Los niveles de máximo de miedo coincidieron con una intensa mirada al futuro. Hoy en día tenemos unas señales de empeoramiento, con unos escenarios muy preocupantes. En Occidente somos evidentemente privilegiados, las cosas realmente no van tan mal en nuestro ámbito personal, tenemos unas vidas interesantes, nos movemos mucho, conocemos a mucha gente, muchas conexiones, muchas novedades. Pero sí hay una sensación dominante de empeoramiento, de pérdida de confianza y de miedo que se refleja en las decisiones políticas y electorales. En el cierre de un mundo que pensábamos que estaba abriéndose.
P.- Y esto ¿nos prepara mejor o nos insensibiliza?
R.- Yo creo que ambas.
P.- El protagonista de Tasmania trabaja en un libro sobre los efectos de las radioactivos de la bomba atómica, justo en el año que se estrena Oppenheimer. ¿Por qué crees que ha vuelto esta obsesión con la bomba atómica?
R.- Con Oppenheimer la bomba vuelve al entretenimiento, pero vuelve de manera mucho más preocupante con las amenazas rusas de utilizar armas nucleares. Seguramente hay una vuelta bajo diferentes formas, pero realmente no es una vuelta real, simplemente es algo que emerge otra vez pero siempre estuvo. Nunca se fue, nunca se eliminaron las armas nucleares, la bomba atómica no se ha desinventado, al revés. Ahora con la tecnología es mucho más eficaz de lo que fue en su momento. La razón por la que ahora hay una película sobre eso es probablemente por esta sensación de amenaza. Por ejemplo, la amenaza del medio ambiente, que tiene unas analogías muy importantes, es como volver a los años siguientes a las pruebas atómicas, para reanalizar la condición humana en una época de inestabilidad.
La actitud supersticiosa ha crecido durante los últimos años en Europa y es algo que me preocupa
P.- En la novela hay científicos, también hay periodistas, pero también hay un cura. ¿Qué importancia puede tener la religión en temas como la crisis climática, el terrorismo o la amenaza nuclear?
R.- La religión no lo sé, pero las supersticiones tienen un papel muy importante en relación a todos estos temas. Desde luego con el Covid se vio claramente. La actitud supersticiosa ha crecido durante los últimos años en Europa y es algo que me preocupa, me parece que ha habido una regresión muy fuerte. Es una respuesta lógica ante el miedo y la inseguridad, pero no es la respuesta que sería de esperar en este momento. La ciencia y la tecnología avanzan a una velocidad de crucero. Si piensas en los smartphones, las redes sociales, cómo han cambiado en unos diez años nuestra manera de estar, de relacionarnos política y sentimentalmente, etc. Aún no podemos imaginarnos qué puede pasar con la Inteligencia Artificial, hay una evolución rapidísima que modifica el tejido actual del presente. Y la respuesta a todo ello, dado que hay demasiado que entender, es un poco la de volver a los pensamientos supersticiosos, por eso el debate es a menudo supersticioso, se habla en términos del bien y el mal, que son categorías no aptas para hablar de todo aquello.
P.- ¿Qué ha fallado en el progreso que no hemos podido asimilar?
R.- Seguramente la educación, podíamos haber hecho mucho más y mucho mejor. En Italia ha habido una lenta erosión de los recursos, se ha denigrado la importancia que le damos al proceso de la educación como colectivo. Eso sí es algo que ha cambiado mucho en relación a cuando yo estaba en la escuela. Por otro lado, el mundo es cada vez más complejo, por lo tanto hay necesidad de instrumentos más sofisticados de entendimiento, de lectura, de comprensión. Por lo menos en Italia, falta realmente un debate real sobre ello, un interés real. No solo por parte de la política, pero la política refleja lo que son los intereses de la ciudadanía. Esto es, otra vez, una manera para no ocuparse del futuro.
P.- Es más fácil mirar hacia fuera, pensar en esos lugares paradisíacos como la isla de Tasmania, donde es posible mantener la esperanza.
R.- Mientras existan… Nuestro mundo está lleno de ocasiones para distraerse, las tenemos muy a mano y las hay también muy divertidas, que conste.
P.- ¿Y qué papel puede tener la literatura en este tipo de asuntos? Por ejemplo, en materia de cambio climático, donde parece tan complicado crear conciencia.
R.- No se puede cargar a la literatura con este peso. La literatura nace para hacernos más humanos y más libres. De hecho, para poder hablar de estos temas, que tienen un alto nivel de moralización, he tratado de buscar todos los elementos contradictorios posibles. Porque la literatura debe tener ese espacio de ambivalencia, de ambigüedad, de contradicción. Es muy fácil entrar a hacer proclamas a través de las novelas y ese no es el tema. Lo que sí es cierto es que es complicado ver conmoción en las personas con el tema de la crisis climática, la gente no se conmueve, salvo aquellas que son objeto de sus consecuencias. Son temas muy complejos y largos de explicar, por eso es complicado que te lleven a una conmoción, pero ahí la literatura sí que puede buscar caminos interesantes para conseguirlo.
P.- ¿En qué momento te encuentras ahora mismo como escritor?
R.- Esta pregunta es muy difícil. Como siempre, me estoy preguntando a donde ir desde aquí. Seguramente es un libro que cambia mi relación con muchas cosas. Me estoy preguntando si puedo volver a una forma de imaginación más pura, o si ya es algo pasado, no lo sé realmente.
P.- Esperaremos.
R.- Yo también.
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