En Uganda la vida no es fácil. No lo es en la mayor parte del continente. En África la subsistencia se ha convertido para millones de personas en el estado natural de las cosas. Pero en este pequeño país centroafricano la asfixia la provoca el régimen del presidente Yoweri Museveni, más de tres décadas en el poder tras liderar un golpe militar. En Uganda la falta de libertad no la genera sólo la miseria. La ideología y la religión, especialmente, también cumplen su parte; la propia y la importada. Durante siglos las 52 tribus del país convivían, con sus más y sus menos, pero con suficiente armonía y respeto. Como en otros muchos casos, de nuevo el hombre blanco sembró la semilla y la fractura y el necesitado y autoritario dirigente le secundó. En este caso, el fruto plantado en la sociedad ugandesa fue el odio al homosexual.

Hace medio siglo apenas había documentados agresiones contra este colectivo. Hoy, Uganda se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos para declararse abiertamente gay. Es un amor clandestino, castigado con la cárcel y la reprobación pública. Incluso con la delación en los medios de comunicación que no dudan en ocasiones en publicar listas de personas homosexuales para exponerlas al repudio público. Y por muy poco, ser gay o lesbiana no está castigado con la cadena perpetua y la pena de muerte. Lo contemplaba una ley que no prosperó gracias a la presión internacional.

Hassan culpa del cambio en Uganda "al hombre blanco, su dinero y sus biblias"

Pero como en todas las dictaduras, siempre hay personas dispuestas a alzar la voz, a asumir el riesgo para denunciar una injusticia. Incluso aunque ello suponga poner en peligro su propia vida. Es el caso de Hassan Kamoga, un joven director de cine ugandés que ha decidido convertir el cine en la herramienta de denuncia más eficaz para cambiar la situación del colectivo LGTB en su país. Hassan se encuentra estos días en Bilbao, donde el 14º Festival Internacional de Ciencias y Artes Escénicas Gasylesbotrans le premiará por su labor en apoyo a este colectivo.

Un festival bajo amenaza policial

Hassan decidió el año pasado dejar atrás la clandestinidad y el silencio. Optó por arrojar luz a una realidad que según las cifras oficiales engloba a cerca de 500.000 ugandeses pero que, según sus cálculos, la comunidad homosexual de un país con 37 millones de habitantes debe ser mucho mayor. Lo hizo organizando el Festival Queer Kampala donde logró que se exhibieran hasta 29 obras audiovisuales, nueve de ellas africanas, con temática homosexual. La muestra se tuvo que celebrar de modo clandestino y bajo el temor de una intervención masiva de la policía. Comenzó con apenas 150 asistentes en su primer día y concluyó, tres días después, con más de 800.

No fue nada sencillo. Las autoridades ugandesas no sólo les exigieron tasas disparatadas e inasumibles para poder celebrarlo, sino que les reclamaron nombres de asistentes, lugares de exhibición y una minuciosa información que no hizo sino disparar la alarma de posibles operaciones y detenciones. Tras facilitarles unas localizaciones ‘oficiales’, los organizadores optaron de modo secreto por modificarlas para poder celebrar el festival con suficientes medidas de seguridad. Cada día en un lugar diferente. El cambio obligó a establecer mecanismos de comunicación dentro del colectivo a través de redes sociales y con total discreción. “Muchos tenían miedo de que si acudían iban a ser detenidos”, asegura Hassan. Este año volverá a intentarlo. Trabaja ya para que en diciembre pueda ver la luz la segunda edición del festival y lo haga sin la presión de las autoridades.

Organizó de modo clandestino el primer festival de temática homosexual en Uganda

No oculta su temor a ser arrestado y encarcelado, “pero el silencio no cambia las cosas”, recuerda. Por eso ha decidido dar la cara y lo hace sin ocultarse. Está convencido de que ser un personaje cada vez más conocido incluso le protege. “Nunca te arrestan por tu homosexualidad, saben que existe mucha presión internacional sobre esta cuestión y la camuflan con otro tipo de acusaciones”, apunta. En su caso, aún recuerda la razón de la última ocasión en la que fue detenido: “Iba de viaja a Nueva York y me dijeron que me detenían porque la fotografía de mi pasaporte no se correspondía con mi imagen actual, simplemente por eso”.

Un rechazo 'importado' por los evangelistas

En este contexto, miles de ugandeses han decidido abandonar el país y refugiarse en Reino Unido o en la vecina Kenia. La situación se complicó tras la última reelección en 2014 del ex guerrillero y presidente Museveni. Tres años antes la muerte a consecuencia de una paliza del militante homosexual David Kato, convertido hoy en un emblema de la lucha en favor de la libertad de orientación sexual en Uganda, había disparado la esperanza en el colectivo LGTB de que la presión internacional que le sucedió forzaría un cambio. No se produjo. Peor aún, el presidente Museveni intentó endurecer su posición y aprobó una ley anti homosexualidad, que contemplaba la cadena perpetua e incluso la pena de muerte en caso de reincidencia. La ley finalmente no salió adelante pero el Gobierno decidió rescatar del olvido la legislación aplicada en tempos de la colonia inglesa y que ya contemplaba, en los años 50, penas de hasta 14 años de cárcel por el delito de homosexualidad.

Hassan considera que el problema se agravó hace unas décadas, cuando la llegada “del hombre blanco” comenzó a cambiar la percepción de la homosexualidad en Uganda. “Cuando yo era pequeño la gente no hablaba de la homosexualidad. Nunca fue un problema en Uganda, no era un tema de debate”. Este director de cine asegura que la implantación de un movimiento de carácter religiosos, evangélico fundamentalmente, “que llegó de países como Estados Unidos y Canadá y Reino Unido con sus biblias a Uganda y con dinero” forzó el viraje de posiciones en la clase política hasta convertir el rechazo a la homosexualidad en una posición generalizada en la clase política.

Este es un camino que yo seguro que no veré el final pero al menos aspiro a poner las bases".

Entre tanto, miles de ciudadanos ugandeses, como los de los otros 72 países en el mundo que castigan la homosexualidad, seguirán ocultándose. Escuchando con temor la radio por si les delatan, mirando de reojo la prensa por si le incluyen en una lista y esquivando a la policía por si les arresta bajo cualquier pretexto que oculte la verdadera razón. Hassan confía en que la presión internacional permita cambiar las cosas. Al igual que impidieron que se aplicará la dura ley que ideó Museveni, cree que la presión internacional “que es muy necesaria” hará que poco a poco la tolerancia se imponga “es un camino del que yo seguro no veré el final pero al menos aspiro a poner las bases”.