Esta madrugada nos dejó Victoria Prego a los 75 años tras luchar durante meses contra esa cruel enfermedad que nunca se cita cuando alcanza a quien se quiere y respeta y a la que dobló el pulso hace muchos años haciendo una burla al destino. Afortunadamente, ese tiempo de prórroga nos permitió poder disfrutar más de ella, de su profesionalidad, de ese espíritu crítico indomable, de su amor por el periodismo y la vida. En 2018, cuando le concedieron el doctorado honoris causa por la Universidad Rey Juan Carlos, le preguntaron con qué se quedaba de toda su dilatada experiencia. La respuesta resume muy bien su manera de ser y de sentir: "Me quedo con todo aquello con lo que lo he pasado bien. Lo que ocurre es que yo lo he pasado bien en casi todas las partes". No es un mal resumen del paso por la vida, cualquiera firmaría este epitafio.

Victoria Prego, nuestra Victoria, es historia del periodismo de este país y de la dignidad de una profesión vilipendiada y despreciada no pocas veces por las instancias del poder, siempre tan alérgico a la discrepancia. Fue la mejor narradora de la Transición, aquel periodo lleno de peligros, incertidumbres y violencia de la que acabó eclosionando una "hazaña extraordinaria que no estoy dispuesta a que maltraten". Siempre recordó aquel lejano 22 de julio de 1977 en el Congreso de los Diputados. “Se produce una escena que encarna perfectamente la reconciliación de España: ver entrar a Dolores Ibárruri, Alberti, Simón Sánchez Montero, Manuel Fraga, Laureano López Rodó, Licinio de la Fuente, Felipe González, Alfonso Guerra,… ahí estaban las dos España por primera vez en muchos años. Esa escena es la más conmovedora que he vivido nunca en mi vida profesional". Y ella, nuestra Victoria, estaba allí.

Pero nunca se convirtió en estatua de sal como la esposa de Lot, tenía demasiada hambre y curiosidad como para mirar hacia atrás o quedarse varada. Licenciada en Ciencias Políticas y Periodismo, tocó todos los palos de esta profesión. Pasó por muchas redacciones de periódicos –El Mundo fue durante muchos años su casa–, televisiones –TVE, Antena3, Telemadrid, Canal Sur– radios y agencias y lo mismo presentó programas culturales que pasó dos años de corresponsal en Londres o presentó la tercera edición del Telediario de la pública con Joaquín Arozamena, revolucionando el estilo encorsetado de un país que no había terminado de quitarse las telarañas del régimen franquista. No sólo a ella, pero también, le debemos las primeras tertulias políticas, el apasionamiento del análisis y de la confrontación civilizada.

Divertida hasta las lágrimas –de eso han sido testigos directos muchos compañeros que leerán estas líneas y recordarán momentos memorables– premiada y respetada en la profesión, se embarcó en la que resultó su última aventura periodística, la fundación de este medio, El Independiente, junto a su amigo Casimiro García Abadillo, con Cas, tal y como ella lo llamaba. Y por si fuera poco, decidió erigirse en representante de los periodistas madrileños, aspirando y ganando, la presidencia de la APM, donde tuvo que lidiar con la actuación de algunos representantes políticos por su señalamiento, con nombres y apellidos, de muchos informadores que recurrieron a ella en amparo. Nunca dejó de lamentar una profesión "baqueteada, que ha perdido tanto prestigio".

"Me gusta escribir, hacer radio, televisión, información, opinión... esta es una profesión muy bonita y absorbente" y todo ello desde el ejercicio de su libertad. Siguió escribiendo sus artículos hasta que ya no le pudieron más las fuerzas, cuidada con esmero por Elías, su marido. No habrá más sobremesas que alargar. Cómo resistirse a una conversación que arranca con un "me ha llegado de las mejores escopetas del país...".

Aquí dejas una redacción huérfana, a algunos compañeros muy jóvenes que le veían futuro a un pódcast mano a mano contigo. Creo que era el único formato periodístico que te faltaba. Hubiera sido imbatible. Pena infinita por tu marcha.