Cuando uno piensa en los periodistas que han marcado el último medio siglo de nuestra historia, instintivamente, nos vienen a la cabeza algunos nombres: Luís María Anson, Juan Luis Cebrián, Pedro J. Ramírez y Victoria Prego.

Victoria ha sido la periodista que mejor ha contado la época que ha marcado ese medio siglo, la Transición. Lo hizo en un documental que marcó un hito, en varios libros y en sus artículos en diversos periódicos. Su voz es como su firma, irrepetible.

Ella, que tuvo la habilidad de hablar con todo el mundo para desentrañar por qué en España tras la muerte de Franco se dieron las circunstancias para establecer una democracia moderna, sólida y duradera, era una persona prototipo de ese nuevo pueblo que surgía de una larga dictadura pero que no quería mirar hacia atrás, que deseaba pensar en el futuro, que quiso enterrar el odio y la venganza.

“A mi, en los años 70, me decían que era de izquierdas. Ahora, me tildan de ser de derechas. Pero yo creo que pienso en lo básico lo mismo que pensaba hace cincuenta años”, me dijo en una ocasión cuando pergeñábamos la línea editorial de El Independiente. Probablemente, su evolución ha sido la misma que la de muchos de su generación. Sólo hay que pensar en lo que dicen ahora desde la izquierda sectaria de Felipe González o de Alfonso Guerra.

Victoria es un símbolo para toda esa España que quiere seguir mirando hacia el futuro y que no rebusca en la memoria para atizar al de enfrente. Eso era lo querían con la reconciliación líderes políticos tan poco sospechosos de coqueteo con el franquismo como Santiago Carrillo o Marcelino Camacho.

Ahora, desde algunos sectores de la izquierda se quiere hacer una revisión de la Transición. Se argumenta que no fue tan modélica, que permitió que Franco muriera en la cama y sandeces por el estilo. Quieren, en definitiva, la revancha de lo que ocurrió entre 1936 y 1939. Son nostálgicos de la guerra civil. Huyamos de ellos como de la peste, porque viven de la resurrección del odio y han borrado de sus mentes el sufrimiento de una nación que se desangró en las trincheras y tardó cuatro décadas en recuperar la dignidad.

Era la persona menos sectaria y menos pagada de sí misma que he conocido. La he admirado y querido y he tenido el privilegio de compartir con ella 25 años de periodismo

A Victoria, claro, le encantaba la política. Vivía con pasión todo lo que sucedía a su alrededor. Participaba en tertulias en radio y televisión, escribía,… Era feliz en la redacción. Le gustaba sentirse rodeada de gente, comentar en alto sus reflexiones, bromear con los compañeros, reírse de algunos líderes políticos.

Al contrario de algunos maestros endiosados, Victoria era asequible y amable con todo el mundo. No tenía ese sentimiento ridículo de creerse por encima de los demás o la mezquindad de los que opinan que una exclusiva es propiedad de uno. Lo compartía todo.

Claro que Victoria y yo éramos amigos, muy amigos, desde hace más de 25 años. Hemos vivido juntos momentos memorables, tanto en El Mundo como en El Independiente, periódico que ella me animó a crear y del que era una pieza clave. Hemos viajado, compartido largas cenas, discutido a veces. Nos hemos querido mucho.

Recuerdo su risa contagiosa, su fino humor nada histriónico, su capacidad para destrozar con una frase un discurso ampuloso y vacío.

No hay en lo que digo ni una gota de exageración, no me ciega la amistad y el cariño, aunque esto también estaría plenamente justificado. Era tal cual la estoy describiendo y los que la conocen de cerca saben que lo que digo es la pura verdad.

Tuvo la capacidad de granjearse el afecto de muchos periodistas de los medios más diversos, de izquierdas y de derechas. Era la persona menos sectaria que he conocido. Y menos pagada de sí misma. Cualquiera que vea su currículum, sus premios, su trayectoria en prensa radio y televisión comprobará que su nivel profesional está al alcance de muy pocos. Pero a ella no le importaba. Valoraba a la persona, más que al profesional.

Cuando yo todavía estaba empezando, allá por el golpe de Estado de 1981, ella era ya una estrella. En una televisión (TVE) que tenía audiencias de 12 o 13 millones de personas Victoria Prego era la joven profesional que hacía las mejores entrevistas, los mejores informativos. Por eso, cuando la conocí, en un programa de debate que presentaba y dirigía, pensé que sería un sueño trabajar con ella. Por fin, ese sueño se hizo realidad en el año 2000, cuando se integró en El Mundo. Desde entonces, hemos vivido mano a mano lo que ha sucedido en España. No saben ustedes el honor que ha sido ese caminar juntos durante un cuarto de siglo.

No les voy a contar el dolor, el golpe que supone no tenerla conmigo. No. Prefiero que todos la recuerden con esa sonrisa que transmitía energía, optimismo. Este país acaba de perder a una gran persona y ese hueco difícilmente se llenará.