Nadie que haya estado sobre el escenario del Gran Teatre del Liceu de Barcelona puede olvidarlo. Es uno de esos lugares que parecen diseñados para impresionar al artista tanto o más que al público. Sobre él descubrí lo menudo que es en persona el respetable señor que hoy cumple 81 años, contra lo que uno espera. Porque en el subconsciente colectivo Raphael es muy grande.

Si estuviésemos ante un fenómeno analizado por la ciencia, que creo que debería hacerlo, se podría decir que Miguel Rafael Martos Sánchez tiene propiedades elásticas. Tiene la curiosa facultad de hacerse más grande ante el observador en cuanto se mete en el papel. Antes no, que se define como tímido. Le bastan sus conocidos movimientos cargados de energía cinética ante quien le mira para desarrollar esa curiosa característica.

El destino y los buenos guionistas de la gala de entrega de los Premios Ondas de 2011 hicieron que me hallara junto a él en semejante ocasión. Entrevistarle hizo que los focos parecieran más luminosos, el recinto más grande, y casi ahogaba el silencio respetuoso de las gradas con lo más florido del mundillo al escuchar sus respuestas cargadas de personalidad, como todo cuanto hace el de Linares. Me parecía mentira que hacia ese cuerpo ligero que yo acompañaba cariñosamente con mi mano en su espalda se hubiesen dirigido tantos millones de aplausos durante más de seis décadas de éxito.

La ciencia también habla de otra propiedad física perfectamente atribuible al único acreedor de un disco de uranio en este planeta: su dureza. Los 50 millones de discos vendidos que le valieron ese único galardón son extraordinarios, pero no tanto como el diamante del que debe estar hecho. Raphael parece haber sido creado con el mismo material con el que millones de agujas en todo el mundo se han posado sobre un surco de plástico en el que cantaba él.

Un hombre fuerte

“Gana quien resiste, y él gana siempre”, me decía cierto productor musical de éxito que prefiero no mencionar, cada vez que venía a cuento comentar el triunfo constante de un ser que, lo siento, no ha venido de otro planeta, es muy de este. Y digo que lo siento porque no nos queda más remedio que compararnos con él; pertenece a nuestra misma especie.

Todos firmaríamos por llegar a los 81 años de edad estando de gira triunfal, con permiso de Mick Jagger. Acaba desde llegar de México y Colombia, y ya tiene fecha el día 18 en Donosti. Increíble. Cualquiera de nosotros necesitaría varias semanas para recuperarse. Su resistencia física alguna vez se puso a prueba, y hasta hubo que cambiarle el hígado porque ni el de Superman aguantaría los hectolitros de alcohol que creyó equivocadamente que amortiguarían sus angustias, que como todo ser humano, el señor Martos vivió en ocasiones. Todo ser expuesto a los demás, sufre por ello. Y si alguien se ha expuesto con la fuerza arrebatadora de sus ademanes, desde los albores de la música popular en este país, ese, ese es aquel.

En ese eurovisivo 1966, este honorable señor vendió más de un millón de discos en tan solo una semana con la canción que interpretó en el festival. Dos años después, consiguió reunir en Buenos Aires a más de 100.000 personas para verle cantar. Por aquel entonces nacieron Los 40 Principales, aún no se había llegado a la luna y apenas había televisores. Insisto, la ciencia debería encontrar en su cadena de ADN y en su actitud mental el secreto de la eterna juventud. Tendremos Raphael para rato. Por cierto, no deja de ser un escándalo que se le haya “matado” tantas veces en redes, y que estos “nuevos medios” que dan de comer información a diario no hagan nada por quitar sus falsos obituarios. Eso nos da una idea de su gran credibilidad.

Su legado es infinitamente más grande de lo que podemos imaginar. Miles de artistas lo son porque decidieron ponerse frente al espejo, micrófono de cepillo en mano, gracias al coraje y energía que desprende este curioso ser. Exportó marca España desde mucho antes de que se supiese que existía, y consiguió no significarse, ni en su orientación política ni en la más personal. Eso también es un logro. No plantó polémicas contra Nino Bravo o Julio Iglesias, aunque compitieron claramente desde el reinado durante aquellos albores del pop español.

A veces, son aquellas pequeñas cosas que no son noticia las que evidencian el poder de una trayectoria. Hoy ya se encargarán otros de recordar sus numerosos récords, y se repasará sobradamente sus grandes éxitos. A mí me parece un original termómetro de su acogida planetaria escuchar a Bart Simpson en versión latinoamericana cantar Mi gran noche. Muchos quisieran.