Los festivales emergen como pequeñas ciudades efímeras. Luces de todos los colores, pantallas gigantes que hipnotizan, monedas virtuales con las que pagar —tokens— y grupos de amigos que se reúnen en la peregrinación anual. Durante unos días, el tiempo cotidiano se detiene y miles de personas olvidan rutinas y preocupaciones para entregarse al ritmo de una canción compartida. De norte a sur, el calendario se llena de citas que cada año baten récords, multiplicando tanto la emoción como los beneficios. Porque detrás de cada coreografía, de cada cerveza al aire y de cada estribillo coreado a miles de voces, late también un negocio que mueve cifras de vértigo y que, a veces, da pie a sueños improbables que acaban tomando forma.
Más de un millar de festivales forman parte de la huella cultural española cada año, con su consecuente impacto en el turismo y en la economía del país. En 2024, la música en directo —conciertos y festivales incluidos— facturó un récord de 725 millones de euros, un 25% más que el año anterior. Pero si se suman los ingresos indirectos, el impacto global supera los 5.300 millones, de los que más de la mitad se quedan en turismo, hostelería y transportes. Así, el mapa español se ha convertido en una constelación de escenarios y en medio de esa explosión cultural y económica es donde emerge un pequeño gran sueño: el Alfarera Fest, que nació en Totana (Murcia) en noviembre del año pasado.
Todo empezó como una aventura entre quinceañeros en los campos de la localidad murciana. Dos de los cuatro fundadores del Alfarera Fest, Cristian López (28 años) y Román López (29 años), organizaban raves improvisadas mientras eran adolescentes en los terrenos del abuelo de Román. Fiestas privadas a las que se iban sumando más y más personas cada año. Lo que empezó como una quedada cotidiana entre un grupo de amigos pronto alcanzó un aforo de más de sesenta personas. Había barro, había polvo, había improvisación, y hasta hubo una cabra teñida de colores como mascota involuntaria de aquellas noches. "Fue entonces cuando cogimos el gusto a hacer que la gente disfrutase y además, vimos que se nos daba bien. Pero quería hacer algo más grande, algo más serio... Por eso, el verano de 2024, me planté ante Cristian y le comenté la idea de montar un festival. Esperaba que su respuesta fuese un sí rotundo y así fue", explica Román López para El Independiente.
Partiendo de aquellos inicios nació el lema del festival: "Del barro para el pueblo". Y no solo eso, en el propio nombre —Alfarera—, quisieron dejar grabada otra seña de identidad: la tradicional cerámica de Totana. "Las murallas del yacimiento de La Bastida (Totana) eran de las más grandes del Mediterráneo en la Edad del Bronce, solo se comparaban con las de Troya. Dentro de esas murallas se almacenaban las materias primas de la comarca, tanto para uso interno como para el comercio internacional, principalmente alfarería y cerámica. Queríamos mantener la tradición en el nombre, por eso le pusimos Alfarera y también hemos querido incluir en el festival actividades culturales gratuitas para reivindicar la historia cultural local de Totana. En la primera edición ofrecimos visitas guiadas a la torre de la iglesia de Santiago el Mayor, una degustación de la tradicional torta de pimentón con mantequilla y un paseo histórico centrado en la arqueología, la alfarería y la cerámica", detalla Cristian López.
Pero bautizar el proyecto fue solo el principio. El verdadero desafío llegó cuando tuvieron que convertir aquella ilusión en un festival real. El primer reto fue el capital, fue entonces cuando se incorporaron al equipo los otros dos socios: Luis López y Jorge Molino. Aunque pudiese parecer por el apellido que son familia, lo cierto es que no. "Somos amigos, supongo que sería cosa del destino", me aclara Román.
Reunión semanal tras reunión semanal, los cuatro amigos se tuvieron que poner al día con el ayuntamiento: licencias, certificados, permisos... Y en paralelo, gestionar la contratación de artistas, actividades, materiales y el espacio donde la magia ocurriría. En cuestión de dos meses pudieron organizarse y el 23 de noviembre de 2024, el Alfarera abrió sus puertas a más de 2.000 asistentes. Lejos quedó esa primer fiesta entre quince amigos.
El calendario tampoco fue una elección improvisada. A diferencia de la mayoría de festivales, que suelen concentrarse en verano, el Alfarera apostó por noviembre. La razón no fue solo esquivar el calor sofocante de Murcia, sino también cuadrarse en medio de un calendario regional repleto de eventos. “Están las fiestas de Lorca, las de Alhama, las de Murcia… en esa época se concentra todo”, explica Cristian. Situarse entre esas celebraciones, lejos de ser un obstáculo, fue visto como una oportunidad para que el público tuviera una fecha idónea en la que poder sumarse.
Con la experiencia de la primera edición, los organizadores decidieron no esperar un año entero para volver a reunir al público. En junio celebraron una fiesta de presentación que sirvió como anticipo del festival y como prueba para medir el interés de la gente. El resultado fue positivo y les animó a preparar con más fuerza la segunda edición del Alfarera Fest, que tendrá lugar este 22 de noviembre.
Si en 2024 contaron con tres directos, en esta ocasión se reunirán cinco. Una combinación pensada para que la intensidad crezca a lo largo de la jornada y que culminará con el sello local de Pandemonium poniendo el broche final. Además, incorporarán un concurso de bandas emergentes a fin de dar visibilidad al talento joven.
El proyecto sigue creciendo de manera orgánica, aunque sus fundadores esperan que cada vez más marcas y empresas se sumen para consolidar el festival y asegurar su continuidad. Y es que, en apenas un año, aquel sueño adolescente de barro y cabras teñidas ha mutado en una cita cultural con identidad propia. “Queremos que cada edición crezca, pero sin perder lo que nos hace distintos: la cercanía y el vínculo con la gente de aquí”, concluye Román.
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