Es una mezcla de inquietud y curiosidad, un cosquilleo fruto de ideas preconcebidas y realidades por descubrir. Visitar una central nuclear, adentrarse hasta sus entrañas más radiactivas, no es algo que pueda hacerse todos los días. En pleno debate por su continuidad o cese, el sector nuclear y las energéticas presionan con argumentos y visitas con las que respaldar la necesidad de seguir. La misma mañana en la que Iberdrola, Endesa y Naturgy hacían pública su intención de solicitar de modo oficial la continuidad, una visita guiada para medios buscaba apuntalar el valor de una instalación como Almaraz, la primera de la lista de cese nuclear que el Gobierno aún mantiene en vigor.
Es lo primero que impresiona. Lo hace nada más llegar: la seguridad. Concertinas, muros de gran altura, cámaras de vigilancia, vigilantes por doquier... Aquella instalación parece infranqueable. Los controles de acceso son férreos. Una vez superados, desde el amplio aparcamiento diseñado para miles de trabajadores ya se escucha una megafonía muy activa. No deja de sonar: avisos, llamadas a empleados, alertas, recordatorios... Un cartel, una reivindicación, recibe al visitante: “Almaraz, más allá de 2027. Continuidad para Ascó, Cofrentes, Valdellós II y Trillo”.
A cada paso los paneles subrayan y alertan una constante: la necesidad de asumir como propia la seguridad individual. Los protocolos deben seguirse con precisión, “cumple las reglas, salva vidas”, se recuerda cada pocos metros. Numerosos espejos dispersos por la instalación recuerdan que quien en ellos se refleja, ‘tú’, es el principal responsable de su seguridad.
En la entrada un marcador detalla el bajo número de incidencias en la historia de la central. Una información que inquieta y calma casi a partes iguales. En el suelo, las rutas peatonales por las que moverse desde el aparcamiento hasta el interior están bien marcadas. Nada queda al azar o al albur de la voluntad del visitante. Y por si no hubiera sido suficiente, un importante dispositivo de vigilancia, policial y de la CNAT no dudará en indicarlo convenientemente. En Almaraz no están permitidas las fotografías de extraños. Sólo la compañía podrá hacerlas y no de todos los elementos. Blindar la seguridad de la instalación es la prioridad.
El optimismo gana espacio al temor
En este complejo nuclear llamado a ser el primero en clausurarse –según el calendario en vigor-, las sensaciones son extrañas esta mañana. En el ambiente sobrevuela el temor a que se aproxima el final y la esperanza de que pueda alcanzarse un acuerdo que lo evite. A media mañana las propietarias de la central comunican que ultiman la petición formal al Gobierno para prorrogar la vida útil de la central. El optimismo empieza a ganar peso. El viernes, la solicitud ya llegó a las oficinas del ministerio de Sara Aagesen para seguir, al menos, hasta 2030. Ahora queda negociar y, en su caso acordar.
Pero los planes deben continuar. Cuando hace meses se planificó la actividad de la planta, la recarga de combustible que está en marcha desde el 6 de octubre –y concluirá el 8 de noviembre- figuraba como la anteúltima para el reactor 2. La próxima debería ser la última, en primavera de 2027. En el caso de la ‘unidad 1’ la primavera del próximo año será la última recarga, la número 31 desde que se puso en marcha por primera vez. Son procesos que ocurren cada ciclo de 18 meses, los periodos en los que se debe renovar el combustible radiactivo ya gastado. Ciclos en los que el personal se multiplica con alrededor de otro millar de trabajadores.
Hace semanas que el combustible de uranio enriquecido llegó desde la planta de Enusa, en la localidad salmantina de Juzbado. En realidad, sólo se renovarán alrededor de un tercio de las 156 estructuras con varillas donde se almacena el combustible. El que se descargue irá a los depósitos, a la veintena de contenedores de combustible que hay en la instalación cacereña.
La maqueta de grandes dimensiones de la entrada da la medida de las proporciones de una central nuclear como la de Almaraz. Toda el área la componen más de 160 hectáreas y el espacio de especial protección abarca 50 hectáreas. En su interior se incluye una pequeña casa cuartel de la Guardia Civil para vigilar el complejo las 24 horas del día. Es fácil sentir que se está ante una instalación estratégica, de alto riesgo y que podría convertirse en diana de posibles ataques maliciosos contra el país.
600 toneladas a 25 vueltas por segundo
La recarga de combustible no es una actividad menor. Requiere desacoplar de la red el reactor, desmontar todas sus piezas, vaciar el combustible, inspeccionar todas las piezas y soldaduras de la vasija donde se colocan para volver a montar y cargar toda la infraestructura antes de volverla a acoplar al sistema. Esta vez se trata del reactor número II. Es su recarga número 29 desde que se puso en marcha en 1984. En su nave, todas las indicaciones están apuntadas sobre un fondo azul. Para el otro reactor, el número 1, los pasillos y cartelería son verdes. Las dimensiones de todo lo que está en las naves son mastodónticas. Sólo el rotor de reactor puede alcanzar las 600 toneladas de peso. Lo sorprendente es su capacidad para mover una turbina de semejante peso a una velocidad disparatada: 25 vueltas por segundo, 1.500 por minuto, gracias a las cuales genera una gran inercia y 1.034 MWh de energía.
En las naves de desmontaje el visitante empieza a percibir que el riesgo de radiación está más presente. Pura sugestión, por ahora no es tal. Ni siquiera al llegar a la sala de control existe esa amenaza. En la sala clave de la central, la primera sensación es que el tiempo se ha quedado retenido. Las paredes cubiertas de paneles e indicaciones mantienen una suerte de estética ochentera, propia de la década en la que fue inaugurada. El mosaico nuclear de botones, manivelas y alguna pantalla dan fe de la envergadura de una instalación así. Se respira calma absoluta, incluso cierta rutina, como si nada pudiera ocurrir en aquella central que suministra el 7% de la energía de todo el país.
Es cierto que ahora Almaraz está a medio gas. Uno de sus reactores está en recarga, parado, pero el otro continúa “a pleno rendimiento”. En aquella suerte de ‘nave nodriza’ desde la que se controla cada elemento de la central, el 28 de abril fue un día que sólo habían visto en el simulador. El apagón les pilló por sorpresa, pero no desarmados. “Lo habíamos entrenado”, aseguran los operadores. El control de estas instalaciones, de algún modo, está en sus manos. Para poder ocupar ese puesto estos ingenieros de telecomunicaciones e industriales han tenido que superar un periodo de tres años de formación –dos más para obtener el grado de supervisor- y un examen en la propia central. Cada central nuclear cuenta con un simulador donde recrear todas las posibles circunstancias que se puedan producir.
En la sala de al lado está el segundo centro de control, el relativo al reactor ahora desmontado y en fase de recarga. La estética es similar, la situación no. De cada uno de sus paneles, botones y elementos cuelgan etiquetas rojas con indicaciones. Son las que delatan el estado del proceso de revisión de ese elemento. En total, en los “33 días y medio” que se prolongará la recarga del reactor II, se llevarán a cabo 11.635 tareas, la mayoría de ellas preventivas. Todo está perfectamente programado. Cada día con sus tareas y procesos. Esta vez serán menos que en ocasiones anteriores, la vigencia del calendario de cierre ha eliminado algunas de las acciones que se suelen realizar y que se podrían retomar si fuera necesario.
"Aquí los sueldos son más altos"
Tras la visita a las salas de control comienza la parte más sensible, la que se adentra en los trabajos de renovación de carga de uranio enriquecido. Es a partir de ese punto cuando la dimensión y riesgo de la tarea adquiere más visibilidad. De camino a los vestuarios se empieza a ver el ‘ejército’ de buzos verdes y naranjas que van y vienen. Personal en su mayoría muy joven que abandona las instalaciones tras superar los controles de radiación. Entre todos ellos se estima que sumarán 450.000 horas de trabajo en este proceso de recarga. Personal bien pagado, “aquí los sueldos son bastante más altos”, reconocen algunos trabajadores. Por eso muchos piensan ya en la próxima recarga para regresar. Será, por ahora, la última de la unidad 1. No todos pertenecen a Almaraz. La central requiere de los servicios de hasta 850 empresas.
Para acceder al ‘mundo nuclear’ del que salen, es imprescindible protegerse. Gorro, buzo, calcetines, guantes, casco, gafas y tapones de oído. Ropa de un solo uso que a la salida tendrá que limpiarse. En Almaraz cada día se limpian 3.000 kilos de ropa. “Son las dos de la tarde, han pasado unas 1.500 personas y sólo nos ha saltado un caso de radiación por encima de los niveles”, asegura una de las responsables. “Había estado trabajando en una zona de más riesgo”, puntualiza. En esos casos, bastaría con sustituir la ropa, tratarla y volver a medir los niveles. Es el proceso que todos los trabajadores deben pasar antes de abandonar la planta. Unas cabinas determinan si existe contaminación. Para ello habrá que colocarse de modo preciso, de frente y de espalda con la esperanza de que la cuenta atrás de la medición vuelva a decir “limpio”.
En este trasiego de operadores, muchos regresan de la zona más peligrosa, la piscina donde se almacena el combustible. Acceder a ella es recorrer un laberinto de pasillos angostos, repletos de tuberías a ambos lados de las paredes. Recorrerlos ataviados con esa protección extrema se hace extraño para el visitante. El calor empieza a elevarse y la humedad a dispararse a medida que nos acercamos a la piscina. Llegar a ella requiere ascender por una escalera a la altura de varios pisos. Aquí la sensación de estar en el corazón de la central, de la radiación, es real. La imaginación empieza a trabajar, “y sí…”. La radiación es silenciosa, invisible y peligrosa. Y la primera vez que se ‘baila’ con ella… Los responsables de la central tranquilizan. El medidor concluye que por ahora los indicadores de radiación ambiental dan niveles aceptables.
El sudor, el calor y la humedad hacen cada vez, cada peldaño que se sube, más difícil la ruta. Alcanzada la cima de la estructura, la visión de la piscina con combustible gastado es completa. En su interior están las estructuras que habrá que sustituir. Al lado, las nuevas con combustible nuevo, al 100% de su carga. Las estructuras rectangulares con 289 'vainas' alargadas -17 por cada lado-, fabricadas en aleación metálica, portan óxido de uranio enriquecido en forma de pastillas cilíndricas. En las labores de inspección se empleará incluso una suerte de pequeño submarino que permite adentrarse en esa profundidad radiactiva en busca de soldaduras en mal estado o algún desperfecto. La elevada temperatura invita más a imaginar que esa piscina de grandes dimensiones y agua azulada podría ser un alivio más que una amenaza mortal.
Todos 'limpios'
Descender y regresar a los pasillos, más refrigerados, es como retornar el camino a territorio seguro… más fresco. Camino a la zona sin radiación, todo cuenta para reducir el riesgo. Incluso las suelas del calzado. En los pasillos unos pegajosos paneles de color azul intentan atrapar cualquier resto de los zapatos de quienes han estado arriba, en la ‘piscina’. La vuelta es más sencilla, más tranquila. Hasta que se vislumbran las cabinas que determinarán que resultado: limpio o radiado. Pasar la prueba por primera vez es extraño. También la posición de pies y manos que requiere el sistema. En el grupo no ha habido sorpresas. Todos Ok. Limpios.
Quitarse la protección, regresar a la normalidad del exterior de la zona de riesgo hace mucho más amigable el resto de la central. Ahora los muros, las concertinas y la seguridad se entienden mejor. También la relevancia que una instalación así puede tener en el sistema energético de un país. De esas dos ‘piscinas’ de Almaraz, de su combustible nuclear, depende una parte importante de la demanda energética de España. Por ahora el futuro de esta instalación tiene fecha de clausura: 2028. Aún cabe una oportunidad para prolongarlo. Los próximos meses serán tiempo de contactos y negociaciones entre energéticas y políticos. A ellos corresponderá decidir si a Almaraz sólo le restan dos recargas de combustible más.