Matthew Hedges aterrizó en Emiratos Árabes Unidos como un investigador académico y salió convertido en un símbolo incómodo de la cara más opaca del país. Doctorando británico en estudios de Oriente Próximo, llegó a Dubái en 2018 para avanzar en su tesis sobre seguridad regional. Lo que parecía una estancia rutinaria derivó en un arresto abrupto, una desaparición forzada de días y una acusación de espionaje que sacudió las relaciones entre Londres y Abu Dabi y que se convirtió en el mejor símbolo del peligro de aceptar la injerencia de las autocracias en los sistemas universitarios occidentales, que en España vuelve a aflorar con las cátedras patrocinadas o financiadas por Marruecos. Se da, además, la circunstancia de que Emiratos es hoy el principal aliado regional de Marruecos en un triple asociación con Israel.
Durante casi seis meses, Hedges permaneció recluido en condiciones que él mismo describió después como psicológicamente devastadoras: interrogatorios interminables, confinamiento prolongado y una presión constante para que confesara delitos que negó de principio a fin. Juzgado en un proceso sin las garantías básicas, fue condenado a cadena perpetua en un país que intenta proyectar modernidad y tolerancia mientras aplica una justicia impermeable al escrutinio internacional. Su caso evidenció el contraste entre el reluciente escaparate emiratí y el funcionamiento real de su temido aparato de seguridad.
Más allá del indulto presidencial que le permitió abandonar el país, el calvario de Hedges adquirió una dimensión estructural. Su detención se convirtió en una advertencia sobre los riesgos que afronta el sistema universitario occidental ante la creciente injerencia de autocracias árabes que financian campus, programas y acuerdos académicos mientras penalizan la investigación crítica. El mensaje es inequívoco: incluso fuera de sus fronteras, estos regímenes aspiran a delimitar qué se investiga, cómo se investiga y hasta dónde puede llegar la libertad académica. Así lo denuncia Hedges en una entrevista con El Independiente.
Pregunta.- Tras su experiencia en los Emiratos Árabes Unidos, ¿qué le preocupa del papel de las monarquías árabes en las universidades occidentales?
Mi experiencia me ha enseñado que la financiación a las universidades occidentales no es una estrategia sincera, sino que está diseñada para crear influencia. Se trata de un enfoque de bajo coste que ayuda a mejorar la percepción y a cooptar a las universidades y a los académicos para que adopten su forma de pensar. Aunque todos conocemos los esfuerzos de presión del Consejo de Cooperación del Golfo, sus inversiones en educación superior se ignoran en gran medida. Esto se debe al apoyo público oficial, que orienta el conocimiento en contra de sus intereses. Todos conocemos los problemas de derechos humanos en la región, pero parece que nos complace ignorarlos por motivos económicos. La consecuencia a largo plazo es que esto puede obstaculizar una relación abierta y libre con la región.
P.- Varios países están firmando acuerdos de colaboración con instituciones árabes. En España, por ejemplo, varias universidades están creando cátedras en colaboración con la embajada de Marruecos. ¿Cuáles son los retos y las implicaciones de este tipo de asociaciones?
R.- Aunque las asociaciones son una forma clara de demostrar la alineación del poder blando, por supuesto tienen condiciones. En gran medida, estas asociaciones se centran en cuestiones no controvertidas para el Estado inversor, con el fin de desviar la investigación. Desde Gadafi en la LSE de Londres, hasta los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí en el Reino Unido y Estados Unidos, podemos ver que estas asociaciones forman parte de un plan deliberado para orientar la educación internacional hacia su forma de pensar.
P.- ¿Cómo están comprometiendo estas relaciones el nivel, la calidad y las libertades de las universidades occidentales?
R.- En primer lugar, las universidades y sus académicos no quieren morder la mano que les da de comer. ¿Por qué iban a hacerlo, si eso podría afectar a su sustento? La financiación del Consejo de Cooperación del Golfo ha supuesto una transformación para muchas instituciones y les ha ayudado a expandirse rápidamente. Sin embargo, esto conlleva el compromiso implícito de no enfadar a los patrocinadores.
Probablemente, los dos ejemplos más alarmantes son la Universidad de Exeter en el Reino Unido y la Universidad de Nueva York en los Estados Unidos. Gracias al apoyo personal del gobernante de Sharjah a Exeter, toda la comunidad tiene que agradecer al gobernante su apoyo, que ha cambiado sus vidas. Sin embargo, esto ha dado lugar a una mayor implicación y cooperación con el Estado de los Emiratos Árabes Unidos y, al mismo tiempo, se ha producido una disminución significativa de la investigación social y política. Sin embargo, la NYU es mucho más alarmante. Los miembros del Consejo Ejecutivo de Abu Dabi (equivalente a su gabinete político) forman parte del consejo de administración de la universidad estadounidense. La combinación de la represión contra los académicos de la NYU en los EAU y la propiedad emiratí es un ejemplo alarmante del intento solapado de controlar la libertad académica en los Estados Unidos.
En general, la financiación ha supuesto una gran diferencia en la mejora de las condiciones y la reputación de las universidades occidentales. Sin embargo, también ha provocado un cambio en la investigación, que se ha alejado de temas que podrían considerarse delicados y se ha centrado en cuestiones más discretas. Se puede establecer un paralelismo con la educación superior en todo el Consejo de Cooperación del Golfo. La mayoría se centra en los negocios, la informática o la industria. Hay muy pocas instituciones de ciencias sociales y, en los casos en que existen, los estudiantes deben obtener una autorización de seguridad.