El escritor y activista digital Cory Doctorow ha encontrado una palabra para condensar el malestar contemporáneo: Enshittification. Traducido sin eufemismos, "mierdificación". El término, que empezó como un hallazgo irónico en su blog –un lugar de culto para los tecnólogos de todo el mundo–, ha terminado por definir una era. Su nuevo libro, de momento sin edición en español, se titula precisamente así: Enshittification: Why Everything Suddenly Got Worse and What to Do About It. ¿Por qué todo ha empeorado de repente? ¿Qué podemos hacer al respecto? Doctorow parte de una tesis tan sencilla como perturbadora: que las plataformas digitales, y con ellas buena parte de la economía, empeoran inevitable y deliberadamente con el tiempo. Un empeoramiento que siempre es calculado y oportuno: sucede cuando dichas plataformas han adquirido una posición de dominio y se han hecho imprescindibles para los usuarios, que quedan atrapados en eso: un servicio, con perdón, de mierda.

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Piense en esa flamante empresa alternativa a los taxis que aterrizó en su ciudad con precios imbatibles, impecables coches negros y conductores uniformados: hoy es mucho más cara, sus coches están más sucios y los conductores van descamisados, incluso en chándal. ¿Y ese buscador de confianza que antes respondía con eficacia a la primera consulta, y ahora devuelve una retahíla de resultados mediocres que obliga a un scroll infinito que ni la IA integrada compensa? Y qué decir de su compañía tecnológica fetiche, proveedora de todos los gadgets, juguetes y servicios necesarios para la vida moderna –smartphones, auriculares, la nube más intuitiva de Occidente– armonizados en un inexpugnable ecosistema cerrado y cuya inmejorable experiencia de usuario deja cada vez más que desear.

Todo esto no es un accidente. Según Doctorow, es diseño y estrategia, y la evolución de los diversos negocios de los grandes gigantes tecnológicos –Alphabet, Facebook, Amazon, Uber o Spotify– lo pone en evidencia. Los intereses del capital devoran poco a poco las empresas y sus servicios hasta dejar "un montón de mierda" del que sin embargo "no podemos escapar".

Gurú de la internet libre

Hijo de dos maestros marxistas, criado en un hogar lleno de terminales informáticos en el Toronto de los 70, Doctorow es una figura central del pensamiento crítico sobre la tecnología. Fue editor de la pionera revista Boing Boing, trabajó en la Electronic Frontier Foundation, organización pionera en la defensa de una internet abierta, libre, innovadora y respetuosa con la privacidad de los usuarios, y ha dedicado dos décadas a combatir las restricciones digitales y los monopolios del copyright. Autor de ensayos y novelas de ciencia ficción que ilustran sus opiniones y vaticinios sobre el mundo –entre ellas Little Brother o la reciente y excelente Walkaway, publicada en España por Capitán Swing–, es un activista incansable en favor de la interoperabilidad y la neutralidad de la red. Para su amigo y colega Kim Stanley Robinson, toda su obra responde a un mismo proyecto: "Hacer posible un internet más humano, democrático y no explotador".

En Enshittification, Doctorow describe ese deterioro como un ciclo en tres actos: primero, la plataforma es generosa con sus usuarios, ofreciendo servicios gratuitos y ventajosos; después, comienza a privilegiar a los anunciantes o clientes corporativos, sacrificando la experiencia original; por último, exprime a ambos para maximizar el beneficio de sus accionistas. El resultado es un ecosistema tóxico, en el que la lógica del beneficio a corto plazo destruye lo que hacía valioso el propio servicio. "Todos los negocios tecnológicos se están volviendo horribles, y sin embargo no están muriendo. Permanecemos atrapados en sus cadáveres", escribe.

Pero la mierdificación ha saltado ya del mundo tecnológico al político: sirve para designar una atmósfera general de decadencia institucional y cultural en las sociedades tuteladas por los monopolios digitales y sus perniciosos efectos. La batalla de Doctorow adopta el formato de diagnóstico estructural del mundo actual

El imperio del monopolio

A su juicio, el deterioro de las plataformas no es fruto de una degeneración moral o empresarial sino un fenómeno económico impulsado por la concentración de poder. Las empresas tecnológicas que operan sin competencia efectiva aprovechan el llamado "coste de cambio" –el esfuerzo que supone abandonar una red donde están todos nuestros contactos, archivos y recuerdos– para mantener cautivos a los usuarios. La estratagema es tan eficaz que incluso quienes abominan de Facebook, X o Amazon siguen usándolos. "Nos tomamos mutuamente como rehenes", ironiza Doctorow. Su propuesta pasa por revertir esa asimetría: romper los monopolios, reforzar las leyes antitrust y devolver a los usuarios el control sobre los datos y los dispositivos que poseen.

El libro analiza minuciosamente la estrategia de mierdificación de los diversos gigantes tecnológicos. En el caso de Facebook, la red social se presentó como un refugio frente a MySpace y las intrusiones de su propietario, el magnate de la comunicación Rupert Murdoch. "Venid a Facebook, donde nunca os espiarán", prometían. Durante un tiempo fue cierto: el feed mostraba solo las publicaciones de los amigos, sin interferencias. Los usuarios llenaron la plataforma de vida, mientras los inversores cubrían las pérdidas. Luego llegó la expansión al público general, la fiebre de los datos y el trueque silencioso: la información personal de los usuarios se convirtió en la mercancía principal.

En un "segundo acto", Facebook se volvió "bueno con las empresas": ofrecía a los anunciantes segmentaciones ultra precisas basadas en la vigilancia masiva y garantizaba tráfico gratuito a los medios que subieran fragmentos de sus contenidos. En el tercero, cuando ya nadie podía irse, comenzó a exprimirlos –a exprimirnos– a todos. Los editores tuvieron que pagar para que sus propios seguidores vieran las publicaciones, los anunciantes afrontaron precios crecientes y un fraude masivo de impresiones, y los usuarios quedaron sepultados bajo un flujo de vídeos generados por inteligencia artificial. Una estrategia que Meta, matriz de Facebook, ha replicado en la ahora más popular Instagram. "El resultado", resume Doctorow, "es una montaña de mierda: nadie es feliz salvo los accionistas".

Gigantes extractivos

El ejemplo de Facebook no es una excepción sino un modelo. Google, recuerda Doctorow, decidió empeorar deliberadamente su buscador para aumentar los ingresos publicitarios: al priorizar los enlaces patrocinados y los resultados comerciales, obliga a los usuarios a realizar más búsquedas, multiplicando los anuncios mostrados. En Amazon, los primeros resultados de una búsqueda rara vez corresponden al producto deseado, sino a los más rentables o a los que pagan por ser visibles. Tesla cobra cuotas mensuales por funciones ya instaladas en el vehículo previamente adquirido, como si el coche hubiera pasado a ser una aplicación de suscripción. Apple impide la reparación de sus propios dispositivos y persigue a quienes intentan vender piezas recicladas. Uber, cuya rentabilidad se apoya en manipular los algoritmos de tarifas y en deprimir los ingresos de los conductores, se convierte para Doctorow en un caso extremo de twiddling: ajustar precios y condiciones en tiempo real para extraer el máximo valor posible del trabajador y del cliente.

La fuerza del libro de Doctorow reside en mostrar que la mierdificación no es una desviación del sistema, sino la expresión más coherente de su estadio actual. "La tecnología sigue mejorando", escribe, "pero la usan para exprimirnos cada vez mejor". Lo que comenzó como un proceso de mediación –una promesa de acceso más directo y transparente al conocimiento, a la información o al consumo– se ha transformado en un gigantesco mecanismo de extracción de renta. Las plataformas, advierte Doctorow, ya no compiten por ofrecer un servicio mejor, sino por cerrar el cerrojo antes que los demás. El ideal de una red abierta y descentralizada, aquel internet donde el usuario era sujeto y no producto, ha sido sustituido por una estructura de propiedad que convierte cada gesto digital en materia prima de un modelo de negocio.

Un cambio de rumbo

Doctorow insiste en que no es pesimista. Cree, de hecho, en que estamos a tiempo de cambiar el rumbo de la revolución digital. En una entrevista concedida a un servidor en 2023, cuando publicó en España Walkaway, comparó nuestra situación con la de un autobús que avanza hacia el precipicio mientras los pasajeros de primera clase aseguran que el abismo no existe o que ya encontraremos unas alas que desplegar antes de caer. Doctorow cree que aún estamos a tiempo de dar un volantazo, aunque sea a riesgo de rompernos algo si volcamos. Pero lo contrario sería resignarse a la lógica del hundimiento.

Su nuevo libro, como todo su activismo, ofrece una agenda de resistencia. Reclama leyes antimonopolio efectivas, la reversión de las fusiones que concentraron a las grandes tecnológicas y el restablecimiento del derecho de los usuarios a modificar sus dispositivos y programas. "La pregunta clave para cualquier regulación", afirma, "es si hace a las plataformas más débiles". Esa fragilidad no sería un problema sino una garantía de salud democrática. Porque lo que se juega en la mierdificación de internet, advierte Doctorow, no es solo el destino del mercado digital, sino el de la esfera pública.

"La tecnología puede ser una herramienta de emancipación o de control", repite. De ahí su defensa de un ludismo moderno que no pasa por destruir las máquinas, sino por apropiarse de ellas. De hecho, los luditas originales, recuerda, no eran tecnófobos, sino artesanos altamente cualificados que se rebelaron contra el uso de la tecnología que degradana su trabajo. "Amaban las máquinas; odiaban el modo en que se usaban contra ellos", explicaba hace un par de años.

Recuperar la tecnología, una urgencia de libertad

Doctorow insistía entonces en que esa posibilidad de reapropiación sigue viva. "Estamos modelados por nuestras herramientas", reconocía, siguiendo al pionero Marshall McLuhan, "pero no somos sus prisioneros. Cualquier sistema de control o vigilancia puede ser intervenido por los usuarios, si la ley no lo impide". Lo que se necesita, en su opinión, es una política tecnológica que devuelva a las personas corrientes la capacidad de modificar el software y decidir qué hace con sus datos. Usar la informática generalista para rehacer el mundo digital a nuestra medida. Un proyecto, en definitiva, de ciudadanía tecnológica.

La mierdificación de internet, en suma, no sería tanto un destino como una advertencia. En un momento en que la inteligencia artificial, los algoritmos de recomendación y la concentración de poder amenazan con reducir la esfera pública a un conjunto de intereses automatizados, Doctorow recupera el espíritu pionero de internet: aquel espacio imperfecto pero abierto donde la creatividad y la cooperación valían más que la extracción de datos. Más que un epitafio, su libro pretende ser un aldabonazo. Un recordatorio de que aún podemos cambiar de rumbo antes de que el autobús caiga por el barranco digital.

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