En los retratos oficiales de Xi Jinping, la figura de Peng Liyuan suele ocupar un segundo plano, unos pasos detrás del presidente, siempre con una sonrisa medida, un gesto que mezcla la cortesía de Estado con la compostura del escenario. Pero detrás de esa presencia discreta, cuidadosamente modulada por el aparato del Partido Comunista Chino, hay una de las biografías más singulares del poder contemporáneo en China: una diva de la ópera popular que acabó encarnando la versión más pulida –y más vigilada– del soft power chino.

Peng Liyuan (Shandong, 1962) fue, antes que primera dama, un fenómeno cultural. Soprano de voz cristalina y figura emblemática de las galas de Año Nuevo transmitidas por la televisión estatal, cantó durante décadas los himnos al Ejército de Liberación Popular y a la prosperidad nacional. Se unió al Ejército con 18 años, no como combatiente, sino como “guerrera de las artes y la cultura”, título que condensaba la lógica del poder maoísta: el arte al servicio de la patria. En los años 80 su popularidad fue tal que muchos chinos conocieron antes a “Peng la cantante” que a Xi el funcionario provincial. Durante las giras, era capaz de pasar de interpretar a una pastora tibetana a una cortesana imperial sin perder la dignidad del uniforme militar. En su país se la llamaba “el ruiseñor de China”.

Más famosa que Xi

Cuando en 1986 conoció a Xi Jinping, entonces teniente de alcalde en Fujian, su fama era mucho mayor que la de él. Se casaron un año después. Desde entonces, la carrera de Peng siguió el trayecto inverso a la de su marido: cuanto más alto ascendía Xi en la jerarquía del Partido, más desaparecía ella de los escenarios. En 2007 dejó de cantar en las grandes galas televisivas. En 2012, con Xi ya secretario general, su perfil artístico se reconvirtió en diplomático. La cantante que había llenado auditorios se transformó en embajadora de buena voluntad de la Organización Mundial de la Salud, promotora de campañas contra la tuberculosis y el sida, anfitriona de cumbres de mujeres del grupo de los BRICS, figura de moda y representante de los diseñadores chinos en las recepciones de Estado.

Su irrupción como primera dama activa –la primera con verdadero protagonismo desde Jiang Qing, la esposa de Mao– fue celebrada dentro y fuera del país. Los medios internacionales la compararon con Michelle Obama o Carla Bruni. En 2013, durante su primera gira junto a Xi, la imagen de ambos en Moscú desplazó a las fotografías tradicionales de apretón de manos entre mandatarios. “Como caída del cielo”, tituló entonces la BBC: una presencia capaz de suavizar la rigidez del comunismo chino. Peng ofrecía glamour, cultura y disciplina. Pero su margen de acción estaba claramente delimitado por la censura y la ortodoxia del Partido.

Imagen del feminismo sin mujeres de China

A diferencia de Jiang Qing, madame Mao, cuya ambición política la convirtió en la villana oficial de la Revolución Cultural, Peng ha sabido mantenerse en el terreno de la representación. No habla de política, ni de feminismo, ni de derechos humanos, aunque en los foros internacionales donde acompaña a su marido suele posar como símbolo del avance femenino. Su discurso se ajusta al guion que en 2025 el propio Xi repitió en la Cumbre Mundial de Mujeres en Pekín: celebrar los “logros históricos” de las mujeres chinas mientras el país eliminaba toda presencia femenina del Politburó y reprimía las voces feministas en las redes.

En el lenguaje visual del poder chino, Peng Liyuan cumple la función de humanizar el régimen. En su porte se funden el refinamiento confuciano y la autoridad del uniforme. Es la versión contemporánea de la mujer ejemplar china: talentosa, elegante, disciplinada y subordinada a la causa nacional. Y es el papel que interpreta en las visitas de Estado como la que esta semana realizan los reyes Felipe y Letizia.

La soprano que una vez cantó para los soldados hoy encarna la melodía del inmenso poder de China. Y aunque en cada acto su presencia proyecta la imagen de modernidad que el país quiere ofrecer al mundo, bajo el brillo de la seda y las sonrisas diplomáticas no hay lugar para ninguna nota disonante que desafíe el férreo orden político y social chino.