Me decía el otro día un colega de profesión: "¡Qué difícil ha sido el año 2016!". Lo cierto es que ha resultado complicado, pero no es menos cierto que en los últimos 30 años jamás he oído decir a nadie: "¡Qué año más fácil!".

Para alguien que no sigue de cerca los mercados financieros y simplemente mira el cierre a final de año, habrá visto que mientras el Ibex 35 cedió un 2,01%, el Eurostoxx 50 ganó un 0,70, el Dax alemán ganó un 6,87%, el CAC un 4,86% arriba, el Dow Jones ganó 13,42%, etc… Y todo al mismo tiempo que los índices de renta fija ganaban igualmente respecto a comienzos de año. Un vistazo rápido de estos datos invita a pensar que el conjunto de las carteras han registrado igualmente un resultado positivo acorde al de los mercados en los que se mueven, pero lo cierto es que no ha sido así. Los resultados han sido muy variopintos y, aunque hay para todos los gustos, la media ha podido resultar un tanto decepcionante para muchos inversores.

Esto ha supuesto que la llamada gestión pasiva, aquélla en la que la aportación de los gestores se limita a adecuar en cada momento la cartera del fondo a su índice de referencia, haya vuelto a poner en entredicho a la gestión tradicional, esto es, la gestión activa. Lo cierto es que la gestión de activos no ha tenido, salvo contadas excepciones, un buen año, pero esto no es óbice para que sigamos considerando que en el medio-largo plazo la mayoría de los gestores son capaces de batir a sus índices de referencia.

Por otro lado, hay que tener muy presente que dentro de la gestión pasiva se engloban los fondos garantizados que, en 2016, han batido todos los records de captación frente a la gestión activa. Lo cual, desde mi punto de vista, es algo totalmente inconcebible, toda vez que, con el nivel actual de tipos de interés, en la mayoría de los casos son únicamente capaces de garantizar el capital con unas expectativas de rentabilidad que casi nunca alcanzan lo que la banca suele pagar por los depósitos y, a cambio, los inversores adquieren compromisos de inversión que suelen conseguir los tres y cinco años de permanencia y donde lo único seguro es el importante margen que le queda al emisor del producto.

El reto para 2017 es conocer que parte de los 260.000 millones euros que vencen en depósitos en 2017 van a ser capaces los banqueros privados y demás asesores financieros en trasladar a productos de gestión. De momento, la banca comercial ya se ha puesto en marcha a fin de trasladar una parte importante de ellos a fondos de inversión, productos de seguros, etc. donde el margen que les queda es sensiblemente mayor. Pero esos fondos, muy poco favorables a los intereses de los inversores, puede volver a ser garantizados.

La palabra garantía es mágica entre los ahorradores que provienen de depósitos bancarios, pero hay que asumir riesgos para obtener una rentabilidad razonable

La palabra garantía es mágica entre los ahorradores que provienen de depósitos bancarios, pero alguien tendría que explicarles que en una situación de tipos de interés tan sumamente bajos como los actuales hay que asumir determinados riesgos si queremos obtener rentabilidad razonables. Y aquí entran en juego las dos decisiones más importantes de cara a la rentabilidad futura en cualquier inversión. La primera es la entidad. Es de vital importancia que se trate de una entidad focalizada al cliente.

¿Esto qué quiere decir? Simplemente, que la prioridad sea el inversor y para ello es necesario que la entidad se preocupe en primer lugar de analizar las circunstancias personales y los objetivos que el inversor pretende obtener con su inversión para después localizar en el mercado aquellos productos que más se adecuan a estos intereses. En este sentido, hay que señalar que la mayoría de entidades bancarias están focalizadas al producto, lo que significa que primero diseñan el producto y posteriormente se los pasan a su red comercial para vendérselo a los clientes. A veces ocurre que ese producto se adecua a los objetivos e intereses del inversor y otras veces no, pero para esas entidades esto es secundario.

La segunda es realizar una correcta distribución de activos y productos de tal manera que seamos capaces de minimizar el riesgo sin desviarnos de los intereses del cliente. Para tal fin es imprescindible tener como prioridad absoluta los intereses del cliente. Y que la inversión se realice a través de una entidad especializada con gran experiencia.

Con estas reglas es altamente probable que un inversor alcance en el medio-largo plazo sus objetivos, pero ha de saber que en ningún caso estarán garantizados. No obstante, es importante saber que si se ha realizado una correcta diversificación de activos, si se han elegido con prudencia los productos adecuados y uno se encuentra en una entidad donde le van a realizar un seguimiento de sus inversiones a lo largo del tiempo es altamente probable que le resulte totalmente satisfactoria su decisión de inversión.


Jorge Sanz Barriopedro es consejero delegado de Atl Capital Gestión de Patrimonios.

Me decía el otro día un colega de profesión: "¡Qué difícil ha sido el año 2016!". Lo cierto es que ha resultado complicado, pero no es menos cierto que en los últimos 30 años jamás he oído decir a nadie: "¡Qué año más fácil!".

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