Es tan tenso el clima, tal la desconfianza del independentismo respecto del Estado, tal el temor a éste y tal la necesidad última de que al final al Gobierno le falle el pulso de cirujano que va a tener que emplear para detener la locura en la que esta gente ha embarcado a los catalanes, que ya en las filas de quienes están instalados en la normalidad democrática y constitucional hay a quien se le hacen huéspedes los dedos propios.

Y  así sucede que nos dejamos llevar por la misma neurosis, por la misma manía persecutoria, que afecta a quienes están por la labor de estrellarse contra las leyes nacionales y contra las internacionales. Los Lluis Llach de turno, los Puigdemont y todos sus seguidores se pasan el día escudriñando cualquier palabra, cualquier  gesto, cualquier discurso de un representante político, o económico, o cultural, para colocarse en el único lugar que les queda para seguir justificando sus reproches: el lugar de la víctima. Y enseguida le dan la vuelta a todo y rápidamente concluyen que se ha "insinuado" no sé qué amenaza, no sé qué ataque. Y lo malo es que desde el otro lado de la raya, desde el terreno de la legalidad constitucional se les compre la mercancía y nos echamos las manos a la cabeza, lamentablemente sometidos al síndrome del "¡huy, lo que ha dichoooo!".

Cospedal no ha dicho nada que no tenga que decir cuando asiste a homenajes a militares muertos en acto de servicio

Pues resulta que la señora Cospedal no ha dicho nada que no tenga que decir cuando asiste a un acto en el que se homenajea a todos los militares muertos en acto de servicio en estos últimos 40 años, incluidos los 103 muertos de las Fuerzas Armadas por el terrorismo de ETA y los 230 guardias civiles y policías nacionales, municipales y autonómicos asesinados. Y lo que ha hecho como ministra de Defensa que es, porque no es la de Medio Ambiente, ha sido reivindicar la misión histórica y constitucional de las Fuerzas Armadas, una institución que ha prestado y sigue prestando servicios impagables a esta sociedad española tan melindrosa a la que le asusta, le azara, incluso le azora, que la ministra recuerde cuál es el papel que la Constitución encomienda a esas Fuerzas Armadas y que es exactamente el mismo que encomiendan a las suyas otras constituciones de otros países democráticos. Y es indiferente que lo haya dicho el día en que a los dirigentes del independentismo se les ha ocurrido montar la escena en un teatro. Un miembro del Gobierno de España no puede de ninguna manera acoplar su agenda a la de los secesionistas y muchísimo menos amoldar precavidamente sus palabras a su posible reacción ante ellas.

Pero aquí se ha asumido que hay que tener cuidado de no provocar el victimismo de los independentistas, como si éstos no llevaran décadas victimizándose con lo primero que encuentran a mano, y ya nos obligamos a hablar con un velo delante de la boca. Una cosa ridícula en todos los casos pero especialmente en éste porque todos sabemos, ellos y nosotros, que esto que se ha pretendido montar es un numerito completamente artificial, ficticio, fingido y rebuscado porque nadie en España, nadie, de Finisterre a Cabo de Gata y de Puigcerdá a Palos de la Frontera ignora que el Gobierno no necesita para nada recurrir al Ejército para frenar la locura secesionista de los actuales dirigentes catalanes.

Aquí se ha asumido que hay que tener cuidado de no provocar el victimismo de los independentistas

Por lo tanto, dejemos de una vez de asumir el síndrome de "huy, lo que ha dichooo" y afrontemos de cara el problema del secesionismo de  Cataluña, gravísimo por sí mismo, con reflexiones y decisiones políticas y judiciales.  Y a la ministra de Defensa permitámosle que hable a los militares como corresponde a su cargo y a su responsabilidad.

Es verdad que el Gobierno va a necesitar mucha sangre fría para afrontar los próximos dos meses con la serenidad imprescindible para saber en qué momento y con qué instrumento legal impide que los dirigentes independentistas arrastren a los catalanes al fondo del barranco. Y también es verdad que no puede fallar en esto y que el Estado de Derecho tiene que salir victorioso.

Pero para eso lo primero que tenemos que hacer todos los españoles es sacudirnos el miedo que quienes nos amenazan nos han inoculado hasta hacernos temer que podamos aparecer como los verdaderos victimarios y ellos seguir acomodados en el papel de víctimas. No, hombre, no. Las Fuerzas Armadas tienen, entre otras muchas, y muy valiosas misiones, la de garantizar la soberanía y la independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. Lo dice la Constitución. Recordar eso siendo ministra de Defensa no puede constituir en modo alguno un motivo de escándalo. Porque si fuera así, tendríamos que reconocer que moralmente, emocionalmente,  nos habrían ganado ya la partida.