Desde su escaño, Rufián se asomaba como un vecino en calzoncillos en su balcón de calzoncillos, enseñando un patrimonio y una villanía de calzoncillos. Habíamos tenido parlamentarismo de platea, de trinchera, de castañuelas o de garbanzadas, pero no a un vecino travoltín en calzoncillos soltando flequillazos y cortes de manga a la educación, a la lógica y a la democracia. Rufián no es que sea un matón, es que se cree que el Congreso es una discoteca de viejos, de bailar Los pajaritos, viejos a los que él va a escandalizar y a jubilar definitivamente con una democracia como reguetonera. Lo hace además en nombre de toda una generación, de toda una nueva raza de la política y la catalanidad. El travoltín de la democracia trap contra los carrozas del Régimen del 78.

Lo que son las cosas, el travoltín se quedó el otro día bailando solo, abucheado por su propio público, como si fuera Leticia Sabater. Lo llamaron “botifler”, que es más que traidor, un traidor borbonesco, españolazo y jotero. “Botifler” fue lo que llamó al pobre Raimon Obiols aquella muchedumbre que se manifestaba para apoyar a Pujol por lo del caso Banca Catalana, y desde entonces el PSC ya sólo sabe pedir perdón por no estar a la altura de esa catalanidad de la raza, las multitudes, los santos y los padrecitos.

“Botifler” llamaron también a Puigdemont aquel día que estuvo a punto de convocar elecciones. Por el Palacio de la Generalitat, que parece un parador con armaduras en los comedores, se agrandaba el grito de niñatos abanderados y funcionarios con corneta, hasta acojonar al president. El propio Rufián se lo llamó ese mismo día con aquel famoso tuit, “155 monedas de plata”, que iniciaba la Pasión de Puigdemont. Rufián asegura que se refería a la “oferta” del Estado, pero nadie se lo cree. El vecino travoltín no iba a desaprovechar un estribillo así, pero además es que Judas no representa la tentación, sino la traición, la peor, por eso Dante lo coloca en una de las tres bocas del Diablo, masticado eternamente al lado de un par de figurantes de ópera, Bruto y Casio.

Rufián ya es un españolazo y un facha, equivalente a Rivera o a Sánchez Dragó o a Pérez Reverte o a Serrat o a cualquiera del PSC

De botifler a botifler ha ido el círculo de la vida, ese camino de Puigdemont a Rufián. Rufián ya es un españolazo y un facha, equivalente a Rivera o a Sánchez Dragó o a Pérez Reverte o a Serrat o a cualquiera del PSC. Pero no ha sido sólo el camino de Rufián, arrollado ahora por las santas multitudes a las que él apelaba cuando decía “democracia” o “gente” con un ritmillo de rap apócrifo y mecanográfico, como si deletreara el Aserejé. No, ha sido el camino de todo el catalanismo. Digo catalanismo y no independentismo, porque el catalanismo es algo más amplio, con más cajones y más perspectiva. El catalanismo incluye el seny, la pela, Pujol como “hombre de Estado” y, por supuesto, también el independentismo modulado, ése que ha ido de la utopía a la exigencia según les ha hecho falta a los próceres de la patria.

El catalanismo, o su sanedrín, se encargó de engordar tanto la identidad como el enemigo. En igual medida engordaba su poder, con lo que ya no importaban las razones sino las excusas. Si una comunidad ya es rica, se puede crear hambre espiritual, que es la de estos pijos que ahora se sienten “frustrados”. Y si el enemigo ya no es un rey belfón, sino un estado democrático en la Europa del siglo XXI, pues ya se busca algo. El enemigo fue primero un Borbón, luego un franquista (a pesar de lo franquista que llegaron a parecer Cataluña y su élite), luego un español, luego el catalán no suficientemente catalán y por último el independentista no suficientemente independentista. O sea, Rufián como botifler, rechazado por su gente como por su madre, lloroso como un huérfano de pezón.

El independentismo se les ha ido de las manos, el sanedrín ya no lo controla. Antes, el independentismo era algo que se podía usar a conveniencia. Ahora, empieza a no convenir, al menos de cierta manera. Y no me refiero a las vistosas llamas de museo de cera, a la violencia de tirachinas, ni a la preocupación moral de los jefes independentistas por estas menudencias teatrales. Me refiero a que ya saben que quebrantar la ley los lleva a la cárcel, donde las mitologías sólo adornan retretes. Asumir o no esa realidad divide al independentismo ahora. Están los que quieren volver a modular los mitos y los que ya han perdido la chaveta. Pero también hay muchos que, más que a la trena, temen que les llamen botifler. La independencia se declaró por el miedo de Puigdemont a no poder salir más de vinos. Cuando a Rufián le devolvieron el insulto como el que devuelve un anillo, vi ese mismo miedo, miedo como al quiosquero. Que haya más miedosos de éstos que fanáticos al estilo Torra es lo que aún puede prolongar el caos. Antes el desastre que dejar de ir de padrecito, de santo o de travoltín.