Es muy difícil resumir en unas pocas líneas este aluvión de hechos y de sentimientos; pero esta Cataluña de hoy me duele como nunca creí que pudiera llegar a dolerme. Me recuerdo a mí mismo, con veinte años, gritando: “Libertad, amnistía y Estatut d’autonomia”. Porque, en 1975, nos lo creíamos todo con tal de ir contra el Régimen. Yo nunca pensé que algunos de aquellos jugaban a tan largo plazo como luego he visto que jugaban. Nunca pensé que podría ser cierto eso de: “Primero la diferencia y, luego, la independencia”. De haber sabido verlo a tiempo, no habrían contado ni conmigo ni con muchos otros.

Pero el caso es que, más tarde, vino el pujolismo, el miedo en Madrid a que, si no se les daba lo que iban “arrancando”, se radicalizaran, se llegaran a “batasunizar”. Y, más tarde aún, llegó el tiempo en que el nacionalismo catalán bifronte (el de Miquel Roca negociando a buena fe, y el de Pujol exigiendo cada día más) se hizo imprescindible para gobernar. Y ahí tuvimos a Aznar con su boutade de hablar catalán en la intimidad; pero que, en realidad, consistió en entregar la cabeza de Vidal Quadras guillotinando para siempre el PP catalán, desplegar a los Mossos d’Esquadra en toda Cataluña, renunciar definitivamente a la presencia del Estado en Cataluña, y muchas cosas más, pero sin garantías ni compromisos de estabilidad política permanente en la unidad de España.

Y luego, vino Zapatero -¿qué podíamos esperar de un político así?-, que le prometió a Maragall que lo que aprobara el Parlament de Cataluña se aprobaría después en Madrid, abriendo la caja de Pandora para no poder cerrarla nunca más. Y se aprobó una reforma del Estatut que ni los propios nacionalistas de CiU habían pedido ni habrían soñado, pasándolo antes por el minoritario referéndum del pueblo catalán que por el Constitucional. Y, cuando “vino el tío Paco (el Constitucional) con las rebajas”, ardió Troya con el inefable e irresponsable Montilla a la cabeza.

Rajoy ni siquiera fue capaz de reponer en el Código Penal el artículo que castigaba la convocatoria, organización y celebración de un referéndum ilegal, artículo que había derogado el siempre irresponsable Zapatero

Pero, como todo es susceptible de ser empeorado, cuando Rajoy ganó con una amplísima mayoría absoluta en el Congreso y en el Senado, creyó que, arreglando la economía, se arreglaba todo; y no hizo nada frente a los desafíos constantes de Artur Mas y de su peña; consintió que hicieran éstos toda clase de tropelías, que derramaran dinero a espuertas en medios de comunicación afines, en Omnium Cultural, en la ANC, mientras nos dejaba a “los otros catalanes” en cueros vivos frente a la avalancha independentista. Ni él ni doña Soraya activaron siquiera el CNI para saber lo que se nos venía encima, pese a que muchos lo advertíamos.

Y los “indepes”, después de inocular en gran parte del pueblo de Cataluña lo de “España nos roba”, pasaron ya a la pura excitación de las tripas de la gente, la de los sentimientos más primarios, más tribales. Por no hacer -pese al enorme poder institucional que llegó a acumular tras las elecciones municipales y las generales de 2011, Rajoy ni siquiera fue capaz de reponer en el Código Penal el artículo que castigaba la convocatoria, organización y celebración de un referéndum ilegal, artículo que había derogado el siempre irresponsable Zapatero, de tan infausto recuerdo. Y vio Rajoy cómo Artur Mas, alias el “astuto”, le convocaba uno el 9 de noviembre de 2014.

Luego vino el ensayo de la “línea dialogante”, donde Dña. Soraya brilló con luz propia junto con el condenado ahora Oriol Junqueras. Y, por último, ¡la traca final!: todo lo sucedido en 2017, con un Rajoy en minoría, un Sánchez a la reconquista del PSOE, y un Rivera a la búsqueda de su propio medro personal en votos. Y se perdió toda la batalla del 1-O de 2017 (porque sí que hubo urnas, aunque fueran de pactilla; y sí hubo referéndum, aunque fuera también de la Señorita Pepis). Y hasta se les escapa Puigdemont con otros cuantos a la leal Bélgica en las propias narices de Soraya y su CNI, porque nadie pensó que se escaparía, ¿verdad? Y se hizo una aplicación del art. 155 como quien se traga un vaso de aceite de ricino, porque Rajoy seguía teniendo miedo, Sánchez estaba inquieto por la doble alma permanente del PSC, y Rivera, sabedor de que las encuestas le eran favorables, jugó al cortoplacismo de siempre y quiso elecciones (todos quisieron) enseguida, sin rematar bien la faena de arreglar en Cataluña todo lo desecho, manteniendo un par de años el 155.

Lo que fue el “germen educacional antiespañol” ya no es sólo un germen; ahora es una enfermedad escolar, académica, educativa, difícilmente reversible

Pero, a lo largo de todo este tiempo, se ha permitido, con total impunidad, sin oponerles casi nada en contra, que el terrible veneno de lo antiespañol por sistema, de la mentira independentista, de la “fabulosa arcadia republicana catalana”, se haya instalado en millones de almas de Cataluña que, con sólo que se lo digan sus líderes, están dispuestas a creerse que la Tierra es cuadrada. Se habla desde el resto de España de la terrible fractura social operada en Cataluña; pero no lo sabéis muy bien los que no vivís aquí: porque habéis de saber que, aquí, hay muchas familias que no hablan de política para no acabar muy mal, pero que se han perdido la confianza. Aquí, en Barcelona, y ahí, en Madrid, por falta de valentía, por ausencia de realismo, no hay líderes que se atrevan a decir ¡basta ya!; a explicarles de forma directa a los muchos catalanes engañados, que les han mentido, que el sueño se acabó. Aquí, en Barcelona, hay muchos nacionalistas (unos fueron algo “indepes” por conveniencias) que saben que podrían hacer renacer un nacionalismo no independentista, pero tienen mucho miedo a los “indepes” que manejan el cotarro y a su muchachada violenta. Y ahí, en Madrid, hay sólo aritmética electoral de la mala, de la oportunista, de la del corto plazo.

Pero, ¡sabedlo!: hay también mucho catalán no independentista a quienes no se les ha explicado bien que el Estado de las Autonomías es igual para todos, y que, por tanto, no asumirán fácilmente que Cataluña (la Cataluña de inicios de la Transición, la que luchaba casi en solitario por su autonomía) no puede ser tratada por igual que las autonomías de nuevo y reciente cuño. Y, ¡sabedlo también!: lo que fue el “germen educacional antiespañol” ya no es sólo un germen; ahora es una enfermedad escolar, académica, educativa, difícilmente reversible, porque ¡a ver quién es capaz de revertir años y años de envenenamiento progresivo.

Mal color tiene la orina del enfermo, ¡os lo dice este ciego!.