Viví un tiempo en León y la nostalgia me lleva por allí de vez en cuando. La mayoría de las veces, sin poner un pie en la ciudad. Al poco de llegar, un tal Tarsicio Carballo, que era presidente del Partido Regionalista del Bierzo, se puso en huelga de hambre para exigir un AVE y dos autovías. Aquello no duró mucho ni perdió mucho peso. Tampoco sirvió a su fuerza política para ganar muchos votos. De hecho, en las elecciones municipales de la primavera siguiente obtuvo 988 entre Astorga, Bembibre, Ponferrada y Villablino.

Ese año se celebraba en la capital de la provincia el 1.100 aniversario del Reino de León, que, según los leonesistas, vive enclaustrado desde hace casi cuatro décadas en Castilla y León, esa entidad autonómica artificial en la que -sostienen- juegan nueve provincias, pero siempre gana Valladolid.

El presidente José Luis Rodríguez Zapatero era leonés y gastó 80 millones de euros en renovar el aeropuerto de la provincia. Lo hizo en un momento en el que el aeródromo vallisoletano había logrado varios vuelos semanales de aerolíneas de bajo coste. Recuerdo a Pepe Blanco y a otras autoridades locales en la inauguración. Hablaron de atraer aerolíneas, inversiones y pasajeros.

A las pocas semanas, eso se transformó en lo de siempre. Como los vuelos no llegaban y aquello comenzó a recordar al aeropuerto del abuelo Carlos Fabra, se optó por lo fácil, que era decir que Valladolid se llevaba las subvenciones de la Junta de Castilla y León y eso perjudicaba las aspiraciones de León. Actualmente, los cuatro aeropuertos de la comunidad -Burgos, León, Salamanca y Valladolid- están prácticamente vacíos y no suman, en su conjunto, 20.000 pasajeros mensuales. Tanta disputa para acabar como siempre: sin nada.

León independencia

Decía Sandra Golpe el otro día, con gesto de sorpresa, que el PSOE, Podemos y la Unión del Pueblo Leonés apoyaron la semana pasada una moción en el Ayuntamiento de León para que esta provincia, junto con Zamora y Salamanca, conformen una nueva comunidad autónoma. La incredulidad que expresaba su cara es el mejor síntoma de que los medios de comunicación hace mucho tiempo que dejaron de interesarse por la España interior, que es la vaciada, pues el leonesismo, sus realidades y sus fantasías siempre han estado presentes en las calles de esta capital.

Como buen regionalismo, peca de ambicioso y se deja llevar por un folclore excesivo y empalagoso. Uno de los lemas de la ciudad es el que afirma que León fue la “cuna del parlamentarismo”, pues fue en la maravillosa Real Colegiata de San Isidoro donde el rey Alfonso IX citó por primera vez -supuestamente- a los 'tres Estados'. Lo hizo en 1188, cuando contaba con 16 años, y asistieron los obispos del Reino, los nobles y los representantes de las ciudades. Tocó hacerlo porque en las arcas públicas habían brotado telarañas y urgían soluciones, entre otras cosas, para sufragar los costes de las guerras.

Se puede pensar que en Grecia y Roma existieron estructuras políticas que también pueden considerarse el germen de las actuales. Incluso en San Esteban de Gormaz se convocó en 1187 un sucedáneo de aquello. Pero ante los historiadores leonesistas es mejor callar. Alguno, cuyo nombre será mejor no citar, dejaría como un melifluo moderado al tal Jordi Bilbeny, quien quiso catalanizar a Cristóbal Colón, a Miguel de Cervantes y a Santa Teresa de Jesús.

Sostiene una gran parte de la derecha mediática que los nacionalismos españoles son cosa de las élites. En realidad, son localismos con más o menos voz; y de esos hay uno en cada pueblo por estos lares. La mayoría beben de los que consideran que lo suyo, lo que han visto desde pequeños, es mejor y debe ser tratado con una mayor consideración que lo del municipio de al lado.

Sostiene una gran parte de la derecha mediática que los nacionalismos españoles son cosa de las élites. En realidad, son localismos con más o menos voz; y de esos hay uno en cada pueblo por estos lares

A veces, estos movimientos son defendidos por la burguesía -como en el caso catalán- y les otorga un mayor empaque. Otras, son aprovechados por políticos y caciques para tratar de aferrarse a un sillón. Todos se desmontan como un terrón de arena. De hecho, los argumentos del leonesismo caen al observar los presupuestos de los últimos años.

El alcalde de León sabe lo que hace al dar alas al regionalismo. También es consciente de que esto tendrá consecuencias, que no serán tan notorias como las de otros lugares de España, pero que se producirán. No hace mucho, en 2004, ese mismo consistorio, entonces comandado por el socialista Francisco Javier Fernández, Paco Raquetas, declaró persona non grata al historiador vallisoletano Mariano González Clavero por el enfoque sobre el proceso autonómico de uno de sus libros.

Una vez más, el PSOE y otras fuerzas de izquierdas se han puesto a los pies de un localismo y de sus falsas promesas sobre ubérrimas 'arcadias' . Está claro que cada cual puede reclamar lo que quiera; y es evidente que el reparto de instituciones que se hizo, entre nueve provincias, dejó las Cortes y la Junta de Castilla y León en una misma ciudad, que es Valladolid, lo que no ayudó ni mucho menos a desactivar el descontento leonés.

Dicho esto, habría que preguntarse si merece la pena gastar tiempo y dinero en un proyecto que tiene un dudoso apoyo en las tres provincias -en dos de ellas, especialmente- y que no redundará en un mayor bienestar de la población, pese a las proclamas. A lo sumo, ayudará a aferrarse al cargo a un par de alcaldes sin muchos escrúpulos. Y ratificará que los socialistas están siempre dispuestos a desempeñar el papel de 'tonto útil' ante la presencia de cualquier cortina de humo localista.

León quizá deba comprender que sus problemas no son distintos de los del resto de la 'España vaciada'; y eso no se soluciona con la creación de una comunidad autónoma, sino con políticas estructurales que lleven inversiones a estas zonas. El resto, fuegos arficiales políticos y revanchismo absurdo.

Viví un tiempo en León y la nostalgia me lleva por allí de vez en cuando. La mayoría de las veces, sin poner un pie en la ciudad. Al poco de llegar, un tal Tarsicio Carballo, que era presidente del Partido Regionalista del Bierzo, se puso en huelga de hambre para exigir un AVE y dos autovías. Aquello no duró mucho ni perdió mucho peso. Tampoco sirvió a su fuerza política para ganar muchos votos. De hecho, en las elecciones municipales de la primavera siguiente obtuvo 988 entre Astorga, Bembibre, Ponferrada y Villablino.

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