A Alfonso Alonso le salvó la campana. El adelanto electoral decretado por el lehendakari Urkullu pilló a la dirección popular por sorpresa. En la reunión de la cúpula que se celebró inmediatamente después de conocerse que los comicios serían el 5 de abril, dirigentes de peso como el secretario general, Teodoro García Egea, o el vicesecretario general de Política Territorial, Antonio González Terol, pidieron la cabeza del líder del partido en el País Vasco. Decían estar hartos de sus desplantes. Tampoco le perdonan su pasado sorayista.

En un receso de la acalorada reunión, Javier Maroto, portavoz del PP en el Senado, le hizo a Pablo Casado una pregunta que éste no pudo contestar: “¿Cuál es la alternativa a Alfonso?”

Así que se decidió tirar para adelante, con Alonso como candidato pero, eso sí, sin contar con él para el asunto clave de estos comicios: la coalición con Ciudadanos.

La negativa de Alberto Nuñez Feijóo a aceptar a Ciudadanos como compañero de viaje en unas elecciones que él piensa ganar por mayoría absoluta no fue una buena noticia para Alonso. Casado está empeñado en avanzar en un acuerdo con Inés Arrimadas que, a medio plazo, debería concluir en la fusión de las dos formaciones del centro derecha. Pero, para ello, a Ciudadanos hay que darle cariño y puestos en las elecciones que se celebrarán este año. Arrimadas se ha tenido que tragar la negativa del presidente gallego, que, en un principio, formaba parte de un paquete que agrupaba las tres comunidades en las que, según expresión de la dirigente naranja, hay peligro de que gobiernen los nacionalistas: País Vasco, Galicia y Cataluña. Con Galicia no tuvo más remedio que tragar. Pero en el País Vasco no podía ceder.

Alonso, si quiere seguir encabezando las listas a las elecciones del 5-A, tendrá que aceptar que la marca Cs acompañe a la del PP y, además, que los número dos de las listas de Álava y Vizcaya sean miembros de un partido que en las últimas elecciones autonómicas obtuvo tan sólo 21.362 votos y ningún escaño.

Las coaliciones, dicen en Génova para justificar no haberle dado vela en este entierro al jefe de los populares vasco, son cosa de la dirección nacional, no de los territorios. Vale, pero eso que se lo digan a Feijóo.

Lo peor que le puede pasar al PP en el País Vasco es convertirse en un partido irrelevante. Eso está a punto de ocurrir el 5-A

En política es importante siempre establecer la correlación de fuerzas. En Galicia claramente esa correlación está a favor del presidente de la Xunta. En el País Vasco pierde claramente Alonso.

El desgaste que está provocando esta pelea interna no favorece en absoluto las opciones electorales del PP, que, de todas formas, estaba abocado a un mal resultado.

En los comicios de 2016 el PP obtuvo 107.357 votos y 9 escaños. Lejos, muy lejos, de aquel resultado histórico de 2001 con Jaime Mayor Oreja como candidato y Aznar con mayoría absoluta en Moncloa: 326.933 votos y 19 escaños.

Desde entonces, el PP no ha hecho más que caer. La culpa no la tiene Alonso, ni sus antecesores. Al menos, toda la culpa. El PP creció en el País Vasco en los años duros de ETA, cuando los terroristas añadieron a su macabra lista de víctimas a los concejales constitucionalistas.

Una vez le pregunté a Alonso a qué atribuía él la caída del PP en el País Vasco, y me respondió: “Desde que ETA dejó de matar la gente ya no se solidariza con nosotros”.

Esa es la principal clave del declive. El PP no ha sabido adaptarse a la nueva situación. ETA ya no mata, su brazo político respeta las instituciones, aunque algunos de sus cachorros continúan practicando el matonismo, el PNV se enseñorea como partido eje de los vascos, sacando siempre tajada de la debilidad de los gobiernos centrales, atribuyéndose una evidente mejora de la situación económica.

El PP se ha quedado sin sitio, o con muy poco espacio. Los vascos de derechas votan al PNV, aunque no sean independentistas. El PSE ha aguantado mejor el cambio de ciclo porque se ha acercado al PNV y ha jugado a marginar a los populares.

Alonso, a quien le pedirán cuentas por los resultados del 5-A, sabe que es un error criticar el foralismo, cuestionar el concierto vasco, algo que ha hecho abiertamente Ciudadanos y que ha alimentado una parte de la dirección popular.

El PP probablemente nunca llegará a ganar al PNV, pero sí que podría jugar la baza de un partido centrista, vasquista, cuestionando las ensoñaciones independentistas y criticando episodios claros de mala gestión como la crisis del vertedero de Zaldibar.

Lo peor que le puede pasar al PP en el País Vasco es convertirse en un partido irrelevante. Y eso está a punto de ocurrir. Con o sin Alonso.

A Alfonso Alonso le salvó la campana. El adelanto electoral decretado por el lehendakari Urkullu pilló a la dirección popular por sorpresa. En la reunión de la cúpula que se celebró inmediatamente después de conocerse que los comicios serían el 5 de abril, dirigentes de peso como el secretario general, Teodoro García Egea, o el vicesecretario general de Política Territorial, Antonio González Terol, pidieron la cabeza del líder del partido en el País Vasco. Decían estar hartos de sus desplantes. Tampoco le perdonan su pasado sorayista.

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